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diariodeunavampiresanovata

No penséis, románticos Siervos de la Noche, que mi pérdida de conocimiento se debió al beso, o para ser exactos, a la destreza exhibida en su ejecución. Nooooooo, nada más lejos de la realidad... (¡y que quede bien claro porque no hay quien aguante al Jonhy con todo este asunto!).

 

En efecto, he de reconocer que, en estos menesteres, mi pelo-pincho-lamido maneja la lengua mucho mejor que cuando la usa para no decir nada, incluso mejor que cuando engulle phoskitos a pares. Sin embargo, a pesar de que estas nuevas habilidades desplegadas por el Mago Jonhdalf me hicieron sentir que estaba más buena que un bollycao relleno y que la sorpresa por su descubrimiento me sumió en un ligero estado de shock, me atrevo a afirmar que el "kissing-factor" por si solo no resultó en mi desvanecimiento tan decisivo como, por ejemplo, la pérdida de sangre.

 

El desmayo fue debido más a causas físicas que emocionales. ¡Y es que eso de que el Jonhy beba los vientos por una no resulta tan bonito cuando es más literal de lo que en principio se pudiera imaginar!. Porque ¿beber?, beber es quedarse corta. Fue pegar sus labios-ventosa a los míos y no hallar forma de separarlos. Venga lengüetazo para aquí, venga lenguarada para allá y venga de nuevo otro repaso a todos los empastes.

 

¡Eso sí que era una limpieza bucal y no la del blanqueador de teletienda! Que si la baba de caracol te deja la piel más tersa que la faja de la Beyoncé, las babas del albondiguilla son mano de santo para el sarro dental.

 

¡Qué entusiasmo, qué entrega y qué trabajo más concienzudo! Vaya, que el pobre muchacho no aflojaba ni para tomarse ni un respiro. Estoy segura que de habernos cronometrado, hubiésemos batido el Guiness de apnea... O al menos el de fijación labial, porque al despertar de mi pequeño vahído el Jonhy aún seguía adherido a mi con unas ansias que ríete tú de las barras de labios superstay 24 horas, water-resistant y water-proof. ¡Al albondiguilla no me lo quitaba yo de encima ni con calderos de agua fría!

 

-Un, dos... -dijo apartándose finalmente de mi.

 

"¿Un, dos?, ¿un, dos?. ¿Qué rayos significa eso?" -pensé mientras luchaba por hacerme de nuevo con la situación.

 

-... tres, cuatro.

 

Y cuando ya estaba a punto de preguntarle que a qué venía todo aquello, que si quería ponerse en plan conde Draco que se buscase a otra tía semiinconsciente con la que enumerar besuqueos, que para darse el lote que no CONTASE más conmigo, que yo ya estaba espabilada y bien espabilada... Pues no va el muy gorrino, se me abalanza de nuevo como una lamprea en celo y comienza a insuflarme su aliento de Fin de Año con tal afán ¡que ni que él fuese un gitanillo de feria y yo un globo de Doraemon!.

 

 

Confieso que esto me sorprendió, primero porque como técnica amatoria no resultaba tan gratificante como la desarrollada inicialmente y segundo porque ¿cuándo había tenido tiempo mi albondiguilla para atiborrarse a langostinos al ajillo? Fuese cual fuese la respuesta a esta inquitiente pregunta, lo único que pude descubrir en ese momento era que yo poseía un olfato más fino que el de la mismísima tía Pepi rastreando jovencitos virginales. Y eso es mucho decir.

 

Mi pobre pituitaria, que ante semejante inundación sensorial de regustillo a ajo era la principal damnificada, comenzó (y no la culpo) a lanzar avisos de socorro al resto de la red neuronal hasta que, finalmente, los demás sentidos se dieron también por aludidos. La vista entró en un fundido a negro, los oídos se me llenaron de mosquitos y el tacto y el gusto se decantaron por una huelga salvaje, sin servicios mínimos.

 

Estoy casi segura de que tanto aire fétido ya debía de haberme dejado más verde que la malvada bruja del Oeste cuando logré hacer acopio de fuerzas y así asir a mi albondiguilla por el cuello de su camisa.

 

"Maldito sobón, méteme la lengua hasta el exófago, pero deja de ahogarme con tu propia peste.", pensaba yo (hablar no podía) mientras intentaba arrastrar inútilmente al Jonhy hacia un lado, "... Arggggg... Me parece haber visto pasar un langostino volando... Arggggg... Creo que estoy sufriendo alucinaciones."

 

Juraría que entonces mi cerebró provocó otro oportuno colapso porque lo siguiente que puedo recordar es a mi pelo-pincho-lamido magreándome las tetas con mucho brío y total impunidad.

 

-... quince, dieciséis, diecisiete,...

-¿Qué coño...?

-¡¡¡ESTÁS VIVAAAAAAA!!!

 

El abrazo del oso (amoroso) que me brindó y los gritos de alegría de su recibimiento anularon por completo mi capacidad de cruzarle la cara a dos manos.

 

-¡Pensé que te me ibas!, ¡Dios mío!, ¡por un momento creí que te morías! -vuelta a achucharme con fervor.

-Es que... -la falta de sangre, le iba a explicar.

-¡El beso!. Lo se, lo se.-y ahora me peinaba con mimo mientras su aliento seguía envolviéndome a escasa distancia- Te pilló por sorpresa. Lo entiendo. Además... -y un brillo de autosuficiencia le bailó en la mirada-... no eres la primera que me dice que beso genial. Pero de ahí a desmayarse por la emoción, ¡no me había pasado nunca!

-Me... dejaste... sin... aire -protesté con las pocas energías de las que disponía.

-Claro, claro, cariño. Es normal que te quedases sin respiración. Llevamos tanto tiempo refrenando nuestros sentimientos... -a veces mi pelo-pincho-lamido es más corto que un circuito de escalextric- ... que es lógico que tu cuerpo se resienta ante tanta agitación. -corto, corto, corto- Si te soy sincero yo también me turbé. -¡ay Dios!, ¡ahora confesiones!- Y no me pongas esa cara de incredulidad. Será por el amor -de ésta acababa conmigo-, pero de veras que también noté como me faltaba el aire.

 

"Pues haberte separado, hombre yaaaaa...", no tenía las baterías como para contestar, pero de cabeza la bronca iba a un ritmo infernal, "... Que casi nos matas a los dos. ¡Animal, so animal!".

 

-¿Por qué me miras tan fijamente, tesoro?

 

"Porque me estoy quedando con tu cara, tío. Que aún no entiendo como de una boca tan pequeña puede salir un tufo tan desagradable"

 

-¿Tratas de decirme algo?.

 

"Sííííííí... ¡Apestado!, ¡alcatarilla con patas!. ¡Gracias a ti esta noche también he cenado langostinos al ajillo!... ¡Y no me gustan!... Si me hubiesen gustado ya los habría comido recién hechos en la cena y no medio procesados como ahora... ¿Qué habrás hecho tú para agenciarte un plato?"

 

-Ajo... -musité todo lo cabreada que se puede musitar.

-No he traído, corazón. -a este hombre hay que explicárselo todo- Pero no tienes que preocuparte. No habrá ningún ataque vampírico por ahora, pichurri -si iba a seguir así de merengue, casi prefería otro KO inducido por su aliento- Cuando acordé las condiciones del pacto con Titina me prometió que si nosotros asumíamos las muerte de Sir Thomas, ella se lo cargaba y, al convertirse en la nueva regidora, retenía nuestra orden de busca y captura hasta mañana por la noche.

 

Lo miré con estupor. Así que ese era el tan cacareado "trato cojonudo". Nosotros seríamos los asesinos del Alcalde y la nueva Alcaldesa nos concedía un día de ventaja para huir como las ratas del Titanic.

 

¡Cojonudo!. En efecto aquel era un trato ¡cojonudo! ¿Y el Jonhy como negociador?. Cojonudo también. De hecho, ya puestos ¿por qué no le había sugerido a Brigitte matarnos esa misma noche para ahorrarnos las primeras horas de huída?. Así, al menos yo no tendría que hacer el esfuerzo de levantarme de aquel tojal y arrastrarme hasta casa para hacer la maleta.

 

¡Vamos, hombre! ¡Si es que hay que ser cenutrio! La fantástica solución de mi pelo-pincho-lamido era pasarse la vida entera huyendo de una jauría de chupasangres sanguinarios. Eso, si con suerte y nuestros escasos ahorros, llegábamos lo suficientemente lejos como para evitar que los vampiros nos diesen caza en una sola noche. ¡Menudo planazo!.

 

-Ajo, no.

-¿Ajo no?

-Ajillo... langostinos... al ajillo.

-¿Te apetecen ahora, mi amor? -me preguntó el Jonhy algo desconcertado- Quizás sea por la falta de sangre... -masculló para si- Pero alégrate, en cuanto regresemos a casa de tu abuela te podrás comer cuantos quieras , ¡porque ella cocina a las mil maravillas!. A decir verdad, cari, cuando subí a dejar a Tury en la cocina, probé de los que estaba preparando para la cena. Al final... -se sonrió algo avergonzado por lo que me iba confesar- entre pitos y flautas me zampé dos docenas.

-Ya... ya me lo olía yo.

 

Y sin mediar palabra lo besé apasionadamente.

 

Si la muerte me estaba esperando a la vuelta de la esquina, yo le saldría al encuentro lo más rápido posible.

 

"Emanaciones de ajo revenido, acabad conmigo"

¡Ayyyyyyyyyyyyyyy! Mi débil corazoncito ya estaba taquicárdico perdido, no podía soportar más tensión. ¡Otro disgusto y se me ponía en huelga de un infarto!. ¡Ay, ay, ay! Y sin embargo yo adivinaba que no se me pararía a causa de una sobredósis de desgracias y calamidades. El pobre, aunque no lo supiese, estaba al borde de un paro cardiaco forzado. Porque ¿qué podía significar aquello de : “Ahora mismo estoy con vosotros dos”?. Desde luego no sonaba a reunión para repartir los cargos de la municipalidad, “para mi, por ser tan mona, la Gerencia de Urbanismo”. No, aquello sonaba a “ahora de postre me tomo un par de batidos de sangre recién ordeñada”.

 

-Tenemos un trato -el Jonhy atajó mi pensamiento cuando éste ya nos situaba con un pajilla en la aorta y media pierna dentro del ataúd.

-Lo sé.

 

Lo sabía. ¡Bien!. Ya podíamos respirar tranquilos. Pero entonces ¿por qué, en lugar de esfumarse, Brigitte había comenzado una lenta aproximación hacia nosotros mientras se sacudía con indiferencia el polvo de la ropa?

 

-Sin muertes, sin pérdidas sanguíneas, sin el más mínimo rasguño -añadió mi pelo-pincho-lamido.

-Lo sé, lo sé.

-A ninguno de los dos... -me aventuré a matizar no fuese que el albondiguilla únicamente hubiese velado por su gigantesco trasero.

-A ninguno de los dos.

-¡Perfecto! -aquello si que era un pacto cojonudo.

 

Después de toda la tensión sufrida, me había liberado. Al fin, la presión constante de caminar perennemente sobre la línea divisoria entre la vida y la muerte se había disipado, como si de un amenazador nubarrón de verano se tratase. Sir Thomas acababa de ser desintegrado en cenizas, ¡aleluya!, y Titina estaba atada al juramento de no tocarnos ni un pelo, ¡aleluya, aleluya!. ¿Quién podía hacernos daño ahora? ¡Nadieeeee! ¡Yupiiiii! Me sentía dichosa y agradecida, amaba a todos los seres vivos que me rodeaban y quería compartir con ellos ese sentimiento. Era como si acabase de esnifarme un caldero entero de cola y estuviese a punto de empezar con otro, ¡un flower-power total!.

 

-Pues nada -añadí en tono cordial para confraternizar con mi salvadora- Ya no necesitamos más de tus servicios, Titi -Titina resultaba demasiado formal ahora que entre las dos se había establecido una deuda de vida- Mira, te arreglas un poco el lío ése que tienes en la cabeza, te cambias de vestido, te pones unas medias nuevas y lista para pirarte a la fiesta del WoW. Nosotros nunca olvidaremos el tremendo favor que nos has hecho. En mi corazón... -y con grandes esfuerzos logré golpearme en el pecho-... siempre ¡Titi, for president!

 

Pues que me lo expliquen porque no lo entiendo, pero aquella demostración sincera de afecto no le sentó precisamente bien a la rubiteñida. Su gesto se tensó y un rictus de cólera se apoderó momentamente del rostro. Que le parta un rayo a mi divinísimo Edward, si por un momento no pensé que aquella tarada iba a tirar su palabra por la borda y me iba a matar allí mismo.

 

-For president-A -corregí por si acaso se trataba de una feminista radical.

-En efecto, darling, -me respondió tras controlar el breve acceso de furor que había padecido- como BRIGITTE... -y su voz recalcó su propio nombre-... os he hecho un gran favor, pero como nueva Alcaldesa no te voy a perdonar la vida por esa estúpida promesa -¿ah, no?- Te voy a perdonar la vida porque resultas más útil a mis intereses si sigues pululando por aquí vivita y coleando -¿ah, sí?- Tu amigo y tú habéis matado esta noche a Sir Thomas... -¿ah, sííííí?-... y mañana todos los vampiros de la ciudad van a salir a daros caza como justo castigo por el asesinato cometido.

-¿AH, SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ?

-Ésa será la primera tarea que lleve a cabo como nueva regidora -me informó al tiempo que comenzaba a retocarse la maraña de pelo en la que su suave melena rubia se había convertido- ¡Habéis perpetrado un crimen atroz!.

 

Y mientras se reía de su propia mentira salió volando entre los árboles para ser rápidamente engullida por la negrura de las nubes invernales. Entonces el albondiguilla recogió su mirada perdida del punto del cielo en el que Titina había desaparecido y se acercó a mi con el rostro angustiado.

 

-¿Estás bien?, ¿te sientes débil?, ¿puedes caminar?. Estaba muy preocupado por ti...

-¡¿Qué es todo eso de que nos hemos cargado a Sir Thomas?! -le espeté sin darle tiempo a reaccionar- ¡¿Cómo que a partir de mañana todos los vampiros de la ciudad van a salir a darnos caza?!.

 

El Jonhy suspiró mientras se ponía en cuclillas junto a mi, con los ojos clavados en tierra, evitando una confrontación visual. Se le veía desanimado, triste. La desazón y el cansancio habían hecho mella en él, pero yo estaba demasiado cabreada como para que se me olvidase todo aquel asunto. ¡Mientras aún tuviese fuerzas para soltar un rapapolvo no me pensaba callar ni para respirar!.

 

-¿Qué significa eso de que hemos perpetrado un crimen atroz? -retomé el chaparrón- ¿A qué clase de acuerdo has llegado con esa bruja loca? Que es que no es más loca porque no es fan de Queen ni más bruja porque no vuela con escoba -y viendo que aún pretendía corregirme, añadí- Y porque además no es bruja que es vampirooooo... ¡Pero no me desvíes del tema!... Y quítame esos ojos de perro pachón, ¡que no soy mi abuela! -Jonhdalf cree que para salir ileso de una bronca basta con poner cara de “excelente cobrador en la caza de la perdiz roja española al salto”- ¡Habla!, ¡suélta cuáles son las cláusulas del convenio!. ¡SUÉLTALO YA!, ¡SUÉLTALO!

 

 

Mi pelo-pincho-lamido es un tipo tranquilo, díría que incluso pachorriento. El prototipo de niño sin iniciativa que siempre sigue al líder (o sea yo) y que, de no haber sido gracias a mi y al “atroz crimen perpetrado”, moriría probablemente en el sofá de su casa ahogado por el aburrimiento. Si me apuráis hasta casi apostaría que disfrutando por n-ésima vez de un inesperado “yo soy tu padre” mientras blande contra el televisor una vieja fregona.

 

Vamos que, para resumir, el muchacho es un coñazo, flojo y falto de empuje. Pero debe de ser que todo aquello de superar tantas circunstancias adversas le enardeció el coraje, o quizás eso de sentir que si no salvador era el “posponedor” de mi muerte le infundió confianza o que tanta insistencia para que lo soltase fue mal interpretada (¡¿qué se yo?!) que al final se soltó y vaya que se soltó.

 

Acercó su cara a la mía, me lanzó una mirada más perro-pachonera que nunca y me dedicó un “Te quiero” que si lo hubiera ladrado con una perdiz en la boca no hubiera resultado menos romántico.

 

¡Hombre, por Dios! No es que a mi me interesase precisamente una declaración de amor de mi albondiguilla, si fuese Edward, Eric, Damon o alguien con más sangre en las venas (¡y con eso lo digo todo!), pero ya puestos a lanzarse a la piscina ¡al menos darle un poco de pasión a la escena!. ¡Hijo! que antes que abrir su alma y su corazón al amor de su vida parecía que me estaba trayendo las pantuflas y el periódico. ¡¿Ahora que tocaba?!, ¡¿la galletita de premio?!

 

Pues SÍ. ¡Toma, morena! ¿No quieres una taza de sopa? Traga dos.

 

El muy desgraciado había comenzado a poner boquita de trompetilla y se me aproximaba con todos los morros de fuera. ¡Ainssssss! ¡Que yo no me lo podía creer!, ¡que me iba a besar!. ¡Que sí, que sí!. ¡Ainsssssss!.

 

“¿Pero que se ha chutado éste esta noche?”, era lo único que mi cerebro podía pensar, “¿Por qué se lanza al suicidio en plan “300”?, ¿qué le hace creer que está tan bueno como Leónidas en taparrabos?”

 

Dudas que no llegué a resolver.

 

En un vano intento por huir, saqué fuerzas de la flaqueza y traté inútilmente de incorporarme. Pero, craso error, mi otrora inofensiva albondiguilla, ahora jaleada por no se qué extraña fuerza interior, confundió mi gesto con una aproximación amorosa. Entonces se emocionó en extremo. Me sujetó entre sus brazos muy al estilo “Lo que el viento se llevó” y bañándome con una de sus largas miradas de chucho abandonado... ¡ME BESÓ!... ¡¡¡CON LENGUA!!!, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ CON MUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUCHA LENGUA!!!!!!!!!!!!!!!.

 

Y justo ahí, me desmayé.

.

Mega-estaca en mano, Brigitte salvó los 4 metros que la separaban del Alcalde y, con un furia desconocida para mi, trató de ensartársela en el corazón. Para su defensa, Sir Thomas optó por la evasión, escurriéndose sin dificultad un metro a la derecha y dejándo pasar a la fiera como una vaquilla furiosa en plena embestida.

 

Quizás en igualdad de condiciones ésa hubiese sido una estrategia ganadora, lamentablemente para el Alcalde, la rubiteñida además de iracunda, también estaba mejor disposición para la lucha y viendo que engañarla había resultado más fácil que quitarle un caramelo a un niño, trató de rectificar su error lo más rápido que pudo. Utilizando el impulso que llevaba en un sentido, clavó en el suelo la rama, levantó vuelo y logró virar totalmente su dirección, como si de una matraca se tratase. Así le incrustó al regidor un zapatazo en todos los morros.

 

-¿Quién va a matar a quién esta noche? -preguntó la vampiresa repeinándose mientras el Alcalde, que ya no iba muy fresco tras el golpe entre las piernas, con esto había quedado al borde del KO- ¿Quién es el más viejo aquí?.

 

Sir Thomas no logró articular palabra. Los ojos comenzaron a ponérsele en blanco y al fin cayó de rodillas en la tierra luchando por mantenerse consciente.

 

Por el contrario a Brigitte, aún pareciendo un espantajo entre sombras, se la veía mucho mejor. Estaba erguida con los brazos en jarras como Superman sobre la bola del Daily Planet y miraba pletórica de satisfacción los resultados de un trabajo bien hecho. A simple vista parecía aliviada, relajada, como quien acaba de quitarse un gran peso de encima.

 

Entonces una idea cruzó su cerebro y la máquina de matar se puso nuevamente en marcha. Nos miró con cara de circunstancias, tal cual si fuese a descargar sobre nosotros algo muy grande, una noticia trascendental, una bomba, y luego soltó:

 

-Estoy a punto de iniciar una nueva era.

 

¿Y por qué no la inicias ya y acabas de una vez con Sir Thomas?, ésa era la pregunta que le hubiera hecho yo de no estar arrástrandome por el suelo cual lombriz barrigona. Porque uno es muy valiente cuando tiene sus 6 litros de sangre bien metiditos dentro del cuerpo, pero cuando te han vaciado 3 o más (¡que es que yo me sentía mu’ malamente!), pues ya se tienen menos ganas de ponerse a mal con los chupasangres. Así que vi para Brigitte, asentí y esperé pacientemente a que a ella le apeteciese (de una puñetera vez) matar al regidor.

 

-A partir de mañana, seré la nueva Alcaldesa...

 

Uhmmmm...

 

-Seré la nueva Alcadesa y...

 

Y estaba claro que iba a requerir los servicios de un gabinete que le hiciese los discursos, así que, por el momento, ¿qué tal si cerraba la boca y se dedicaba al noble arte de quitar del medio a la competencia?. Que, al fin y al cabo, es una habilidad muy útil para la vida cotidiana (sino que se lo pregunten a la Vane) y una disciplina que todo buen político debe dominar si quiere obtener un cargo de altura.

 

-yyyy...

 

Y aunque resultaba irritante verla de pie buscando en las nubes las palabras adecuadas para la inauguración de la época “Brigitteriana” mientras el Alcalde se recomponía lentamente del último galletazo, tampoco osé decir nada esta vez. La muy lerda ni arrancaba con el discurso ni remataba a su víctima, pero a mi me había quedado claro que cabrear a un vampiro no era buena idea. ¡El sentido común había llegado al fin a mi vida!.

 

-yyyyyyyy...

-¡Y mátalo y deja la cháchara para después! -grité cuando se esfumó la sensatez que evidentemete no había venido para quedarse.

 

La chupasangres desorbitó los ojos como si a un dibujo manga le hubiesen pisado un callo y me puso cara de vampiresa gravemente ultrajada, o sea, de vampiresa dispuesta a sorberme 3 litros de sangre como mínimo. Que si fuese grasa hasta le agradecería la liposucción, porque tenía de sobra para alimentar a una familia de vampiros desnutridos, pero en cuanto a lo que a la sangre se refiere iba un poquito más justa.

 

-¡Mira, se levanta! -mi albondiguilla como siempre, al quite- Sir Thomas, ¡que se levanta!.

 

La rubiteñida pareció comprender entonces que estaba perdiendo la ventaja obtenida y, olvidándome en el suelo, retornó a la faena inconclusa. Con elegancia felina, saltó sobre el cuerpo del Alcalde, que se incorporaba indeciso, y lo lanzó definitivamente al suelo cayendo a horcajadas sobre él. Sin tomarse ni un segundo para afinar la puntería, alzó la estaca y la bajó sobre el corazón del regidor. Éste, visiblemente agotado, arañó fuerzas a su debilidad y, asiendo in extremis el palo con ambas manos, logró frenarlo a escasos milímetros de su pecho.

 

Sir Thomas había evitado la muerte una vez más, sin embargo Titina se encontraba en esta ocasión bien concienciada de que debía finiquitar el trabajo antes de revestirse con los honores de la Alcaldía. Presionó la estaca hacia abajo y está apenas se acercó al vampiro con rostro de púber. Una vez más y otra y otra y los brazos de ambos temblaban con el esfuerzo, pero el maldito chupasangres no cedía terreno. Era obvio que para re-matar a un no-muerto de tropecientos años se necesitaba algo más que otro no-muerto de tropecientos años. El instinto de supervivencia estaba inclinando la balanza a favor de Sir Thomas y algo debía voltearla hacia Brigitte: YO.

 

Detenidamente rastreé mi alrededor analizando la situación y todos los medios disponibles a mi alcance, buscando la forma en la que, desde mi flojera inducida, pudiese echarle una mano a la vampiresa.

 

-¡Levántate y ayúdala! -no tenía que ser necesariamente la ejecutora del plan.

-¿Qué haga qué? -el Jonhy siempre tan lento de entendederas.

-Algo -tampoco tenía que diseñar yo la estrategia- O Titina acaba con el Alcalde o nosotros estamos muertos.

 

Mi albondiguilla me observó con estupor y después, de un momento de duda, dio por bueno mi razonamiento. Se incorporó tras el matorral que lo ocultaba, salió al claro del bosque en el que se había desarrollado la batalla y vacilante se acercó a los dos chupasangres que aún seguían agarrados a la rama del pino.

 

-Ahora necesitas la ayuda de ése -jadeó Sir Thomas al verlo venir- ¿Qué clase de Alcaldesa vas a ser si necesitas de humanos para acabar conmigo?

 

De hecho la pregunta era ¿qué clase de Alcadesa iba a ser?. Porque resultaba más fácil imaginar a Morgan Freeman como conde Drácula que a Titina llevando las riendas de un ayuntamiento, por mucho que todos sus conciudadanos ya hubiesen palmado.

 

 

-Será una Alcaldesa “viva”-intervino mi pelo-pincho-lamido.

 

Y aunque eso no era del todo exacto, el Mago Jonhdalf sacó de un bolsillo la linterna de rayos UV para rubricar la frase apuntando su archifamoso Dedo de la Muerte sobre el archifamoso ojo del Alcalde.

 

-¡Maldito! -gruñó éste.

 

Pero no pudo decir nada más. Aprovechando una breve bajada de guardia producida por el dolor y la confusión momentáneos, Brigitte atravasó el juvenil cuerpo del regidor con la rama de pino. Él solamente pudo lanzar un último alarido de sufrimiento y al final se convirtió en una masa de polvo gris que tras quedar suspendida brevemente en el viento cayó sobre el suelo como suave orvallo de invierno.

 

-¡Listo! -dijo ella palmeando las manos para quitarse los restos del ex-Alcalde- Ahora mismo estoy con vosotros dos.

Y ¡hombre!, feo, feo, lo que se dice feo... ¡Eso era materialmente imposible! Porque es que ni aún resoplando cual ñu de maratón por la sabana, podía alguien decir que el Alcalde era feo... ¡Y menos que nadie el pelo-pincho-lamido! (que no ligaba ni forrado en billetes de 500€).

 

Sir Thomas era un prodigio de la naturaleza (vampírica, se entiende): bello y elegante. Con sus intensos ojos azules, su sonrisa aniñada rezumando peligro y una cara engañosamente juvenil en un torbellino de mechones rubios, ¡el regidor era atractivo hasta quitar la respiración!. No importaba que Titina le hubiese desarreglado muy poco cortésmente la ropa, ni que una brecha en la frente le estuviese regando de sangre la cara, ni que el sudor acabara por deshacer su cuidado peinado, el tío estaba más cachondo si cabe que todo emperelijado como habitualmente. ¡Guapo, guapo, guapo! Vamos, que me lo beneficiaba muerto de 3 días (y de unos cientos de años también) sin pensármelo dos veces.

 

-¡Ayyyyyyyyy!

 

A pesar de lo tontorrona que el subidón hormonal me había puesto, aquel suspiro no lo había emitido yo.

 

-¡Argggggggg!

 

En efecto, después de una breve recapitulación mental de lo visto, pero no mirado (porque mientras le dedicaba a Sir Thomas tan sublimes reflexiones la batalla había seguido curso) me percaté que durante mi ensimismamiento habían virado las tornas.

 

Al parecer, la caída sobre el tojal de Brigitte y su nueva situación de indefensión habían animado notablemente al Alcalde, que, crecido en confianza ya se veía a un paso de la victoria. Y supongo que será por eso y porque efectivamente como hombre (léase vampiro) metrosexual no podía rematar la faena de una manera burda y poco original, al regidor no se le ocurrió otra cosa que descargar sobre Titina una patada de martillo.

 

Firme y definida desde su inicio, la piernecilla adolescente de Sir Thomas se elevó meteóricamente sobre el cuerpo gimoteante de Titina recta, recta, recta cual caña de bambú. ¿Elegante?, ¡como pocas!. ¿Insuperable?, ¡digna de Chuck Norris!. ¿Perfecta?... ¡casi hasta el fin!, porque ya estaba descendiendo con la misma rabiosa velocidad con la que había ascendido cuando, justo antes de cascar el rubiteñido cabezolo de Brigitte, ésta puso fin a toda aquella plasticidad digna del cisne negro.

 

En un sólo microsegundo la vampiresa se recuperó de las magulladuras, rodó por el suelo cubierto de zarzas y detuvo el vuelo de la patada karateka, después de un ¡zas! ganador en toda la huevera del Alcalde. Tan rápido y tan fuerte debió de ser, que yo no vi la mano, sólo pude escuchar como cortaba el aire a su paso un microsegundo antes de que la pierna, en vez de precipitarse como un rayo batiendo la tierra, cayese vacilante cual triste hojilla mustia en pleno otoño... Así, como quien dice, sin ganas, vaya.

 

En eso fue cuando yo desperté de mi ensoñación.

 

-¡Ayyyyyyyy!...

 

El Alcalde parecía sensible a según que aproximaciones femeninas.

 

-Aaaarrrgggggggg...

 

Y en otras circunstancias hubiese tomado nota de ello. Sin embargo, después del intento de asesinato por su parte, yo había comenzado a sospechar que, aún con toda la evidente atracción sexual que había entre nosotros, quizás Sir Thomas no me amaba y quizás, en base a esto, lo mejor era que Brigitte le patease la entrepierna hasta que el muy hijo de la noche escupiese todo lo que me había bebido.

 

-¡Dale Brigitte!, ¡que ya lo tienes noqueado!

 

El Alcalde me lanzó una mirada asesina cargada de intenciones de las malas, pero no pudo moverse. El dolor testicular lo había congelado en posición de incontinencia urinaria y las manos estaban bien lejos de querer deshacer la formación "coquilla".

 

-¡Dale ahora!, ¡dale, que no se mueve!

 

Pero no hacía falta animar a Titina. La muy pija estaba desatada. Desde el aterrizaje entre zarzales se le había cambiado la expresión de la cara como si pretendiese cobrarse cada una de las carreras que ahora surcaban sus medias.

 

-¡Mira cómo me has dejado! -no estaba yo muy desencaminada- ¡¿Cómo pretendes que me presente así en el WoW?!

 

En el bosque se hizo el silencio. Por un lado Sir Thomas no podía hablar en vista de que sus testículos le debían de estar presionando la faringe y los demás no osábamos emitir sonido porque a Brigitte se la veía con el ansia de repartir más galletas que en un concurso japonés (o estadounidense, que si la cosa es de ser garrulos a ellos no los gana nadie).

 

 

 

 

Al fin el regidor reunió fuerzas para contestar.

 

-No te preocupes -jadeó mientras se retorcía sobre si mismo- No vas a tener que ir al WoW. Te mataré esta misma noche.

-¡Pues mátame, pero no me despeines! -contestó ella todavía más indignada con lo que acababa de escuchar- ¡Antes muerta que sencilla!. ¡Cómo se puede ser tan desconsiderado!.

 

Y diciendo esto se impulsó en vertical hasta alcanzar la rama de un pino con sus manos huesudas. En un sólo movimiento, apoyó uno de sus estilizados zapatos de aguja contra el tronco y con un veloz desplazamiento de peso se situó sobre el nudo.

 

-Pero ya estoy harta. -comenzó a farfullar para si mientras partía la rama sobre la que estaba posada- Estoy harta de las humillaciones, estoy harta de las burlas y estoy harta de los desprecios. Estoy harta de tener soportar un Alcalde que no valora mi inestimable aportación a la comunidad vampírica. ¡Porque yo soy más que una mente privilegia en una cara bonita!.

 

Acerca de eso habría mucho que decir, pero en vista de que acababa de descender a tierra firme preferí reservarme algunos comentarios.

 

-¡He aquí la esencia original del vampirismoooo!

 

¡Toma ya! Tremenda perorata se había largado Titina en un acceso de modestia, que si hubiese soltado algún que otro "yo tengo un sueño", hasta me hubiese creído que era negra. Sin embargo Sir Thomas no parecía impresionado con nada, antes bien, bastante recuperado del golpe bajo recibido. Tenía frente así a una vampiresa muy cabreada, con una estaca tamaño gigante en su poder y quizás, incluso más vieja que él, pero el tío se había enderezado tragándose su propio dolor y ahora estaba esperando a que ella lanzase el ataque final más tranquilo que si lo hubiesen rodeado Osos Amorosos.

 

Por fortuna éste no se hizo esperar.

Con el culo. No podía con el culo. Estaba allí, escarranchada de una forma muy poco femenina, haciendo gala de mi lado más montuno (que “habelo, haino”): vestido arremangado hasta el muslamen, inoportuno estrabismo de piernas, agotamiento para pensar siquiera en no despatarrarme tan ordinariamente... Y ni la perspectiva de una muerte inminente y dolorosa, ni que el Jonhy se estuviese familiarizando demasiado con ciertas partes de mi cuerpo conseguían reanimarme.

 

-Venga, Jessi, haz una pequeño esfuerzo... Venga... Jessi...

 

Su voz estaba tomada por la urgencia, pero mis piernas habían hecho mutis por el foro y se negaban a responder. Con lo que así estaba la cosa: o el albondiguilla me arrastraba por todo el bosque sangrando como un gorrino en el San Martín o de allí no me levantaba nadie así se presentase el mismísimo Jared Leto dispuesto a ayudarme con la dieta del cucurucho.

 

En cuanto a Titina y Sir Thomas, la verdad es que se lo estaban tomando con calma. Había visto en cantidad de pelis como peleaban los vampiros y desde luego nada parecido a aquella extraña técnica de muerte por aburrimiento. Que si ésa era la idea, haber jugado a los chinos y el que perdiese se suicidaba y listo. ¡Al menos así harían menos ruido!. Porque ésa es otra, vale que la Sharapova brame como un gamo cada punto de la final de Winbledom, sin embargo ¿a qué venían tantos gruñiditos cuando estos dos no movían ni un músculo para pesteñear?, ¿es que acaso sufrían de mala digestión?, ¿acumulaban gases en el estomágo?. ¡Llamadme loca!, pero pienso yo (sin querer formentar malos rollos entre chupasangres ni na' de eso) que ya que Brigitte había venido dispuesta a cargarse al Alcalde un poquito de kung-fu o un simple “quítame de ahí esa cera” no hubiesen estado mal.

 

 

-¡¡¡Dale duro, Brigitte!!! -estaba claro que necesitaba algo de estímulo para romper el hielo- ¡Que se entere de que también puedes pegar como un camionero!

 

La expresión de la rubi-teñida se crispó momentáneamente, pero no varió su postura.

 

-Calla, calla... -me susurró el Jonhy alarmado- Me ha prometido dejarnos ir si vencía, pero tampoco es cuestión de abusar de su palabra.

-¿Te ha prometido...? -le pregunté a media voz, más que por prudencia, porque mi voz distaba mucho de encontrarse entera-¿Cuándo has hablado con ella?.

-Antes, en el bosque...

-Después de que huyeses de aquí con Mariposita pegada a tu culo -me vi en la necesidad de matizarlo porque intuía que el Jonhy no pensaba tocar ese punto.

-Sí, justo después de eso... -en efecto no pensaba tocarlo-... estuve corriendo un buen rato sin rumbo hasta que de repente me di de bruces con Brigitte. Supongo que ella me localizó primero y, al reconocer a su perra, decidió detenerme para recuperarla.

 

Vaya, ahora que lo mencionaba, Titina y el albondiguilla llevaban un buen rato por allí y la rata canina todavía no había dado señales de vida.

 

-El caso es que yo no se de dónde venía ni cómo lo hizo, pero sin más ni más la vampiresa se plantó en mi camino y me sugirió que me preparase a morir porque tenía toda la intención de recuperar a su queridísima Mariposita ya mismo. Por fortuna, en ese momento, el dolor glúteo iluminó mi cerebro y le ofrecí un trato cojonudo que no podía rechazar.

 

¿Un trato cojonudo?, ¿que no podía rechazar?... Por más que estrujaba mi desangrada mollera no se me ocurría nada que Titina fuese incapaz de obtener sin la ayuda del Jonhy. Que será todo lo buen chaval que queráis, pero no le sería útil ni a Marujita Díaz en un momento de desesperación.

 

-¿Me vas a vender por un estúpido bicho? -Sir Thomas acababa de interrumpir mis profundas cavilaciones para retomar el protagonismo perdido... Que actualmente los políticos tienen las mismas necesidades que los ficus de mi madre: un foco día y noche para hacer la fotosíntesis y un coro de pelotas para cantar sus alabanzas.

-No sólo por Mariposita -contestó ella levemente ofendida ante el tratamiento que se le estaba dando a su “estúpido bicho”- Evidentemente hay más.

-¿Más?, ¿qué más?. ¿Qué te puede haber ofrecido este miserable ser humano para que arriesgues tu vida por él?

 

A la otrora aristócrata se le escapó una risa de rubia de bote que confirmaba, como ya había intuido yo desde un principio, que efectivamente su color de pelo no era natural.

 

-No se por qué piensas que me vas a vencer. “I'm very, very old” y tú no tanto como dices.

-¡Eso es mentira! -pero una nueva presión en los labios del Alcalde parecía indicar que no lo era.

-Darling, yo conocí a tu creador al poco de ser convertida y según él, tú también acababas de sufrir la transición. Así que a mi no me vengas historias ¡que somos de la misma quinta!.

 

¡Guauuuuuuuuuu!, ¡qué súper fuerte era todo aquello!. ¡El Alcalde había falseado su edad!, ¡exactamente igual que una antingua diva del cine, pero poniéndose años!. ¡Vaya, vaya, vaya!, ¡Brigitte era tan vejestorio como Sir Thomas, sino más!. ¡Qué fuerte!... eso ya lo he dicho antes, ¿verdad?... ,pero ¡qué fuerte!, ¡qué fuerte!, ¡qué fuerrrRRRRRrrrrteeee!. ¡EL ALCALDE ERA UN FRAUDE! (esto también lo he oído antes, ¿verdad?), ¡EL ALCALDE HABÍA MENTIDO RESPECTO A SU ANTIGÜEDAD!

 

Sin darnos más tiempo para procesar la información, Sir Thomas, en un veloz movimiento con el pretendía cazar por sorpresa a la rubi-teñida, se abalanzó sobre ella. Sin embargo Titina, que a esas alturas ya era para mi como Superman (pero en tía, chupasangres, y con el mínimo conocimiento de que la ropa interior no se pone encima de los pantalones) esquivó su embestida con facildad para atacarlo por detrás.

 

Con firmeza le agarró el cuello preparándose para desgarrarlo de un solo bocado, pero el vigente poseedor del título de regidor de la ciudad alzó sus brazos y en un milésima de segundo asió despiadadamente la melena oxigenada que tenía a sus espaldas.

 

Brigitte rugió desde su posición, entre furiosa y enloquecida por el dolor, pero el rictus del Alcalde denotaba una total carencia de compasión. En su expresión se veía la firme determinación de acabar aquella pelea infriendo el mayor sufrimiento imaginable, así se extendiese por toda la eternidad.

 

En un solo gesto, provocando un considerable temblor de tierra, Sir Thomas sacudió con saña a la rubi-teñida contra el suelo, donde quedó tendida sobre unos tojos aplastados, ligeramente aturdida por el golpe.

 

-Esto se pone feo -musitó el Jonhy a mi lado.

En un principio sentí como dos punzadas agudas se me clavaban en mi cuello para después quedarse hurgando en la carne unos segundos hasta dar con lo que estaban buscando. Entonces se hundieron con fuerza y noté un pequeño reventón en mi interior. Ésta fue la señal para que Sir Thomas, cual garrapata campestre, atenazase sus mandíbulas entorno a mi maltrecho pescuezo comenzando una serie de chupetones demasiado pasionales para mi inocente cuerpecito.

 

El dolor se hizo insoportable (y eso que como mujer que soy estoy preparada para el tormento de evacuar un elemento de 3Kg de masa por un agujero tamaño cerrojo de caja fuerte).

 

Mi cerebro se negó a darse por vencido ante la muerte así que en la búsqueda de algo que me sirviese de defensa me retorcí inútilmente en la presa férrea que el Alcalde ejercía sobre mi. Definitivamente estaba a su merced, sólo me restaba chillar como una loca y esperar a que alguien me rescatase de sus zarpas. Traté de gritar, pero no pude. La presión en el gaznate apenas me dejaba repirar con lo que el vano intento de pedir ayuda se quedó en un triste “arrgggggggg” a cuyo lado las psicofonías de Jiménez del Oso parecerían un guateque de fantasmas.

 

Los ojos comenzaron a cerrárseme lentamente mientras mis pensamientos se hacía cada vez más confusos, como una maraña de ideas carentes sentido, enlazadas de una forma más ilógica todavía. Intuí que me encontraba a un paso de la inconsciencia.

 

“Si muero ahora se me contará como víctima de violencia de género... Género... ¿qué género?... Género Emo-punk, por supuesto... Emo, que no memo. Para no-memo el Jonhy que huyó para salvar su vida como una rata en el Titanic. Aunque al hundirse el barco seguro que alguna que otra rata también moriría... ¿Y si envenenas a un ratón?, ¿también es violencia de genero... ratonil?”.

 

De repente algo logró captar mi atención deteniendo bruscamente aquella espiral de estupideces. A lo lejos, entre la penumbra nocturna que envolvía los árboles, una sombra se escurrió de forma tan rápida que por un momento creí que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Mientras, el Alcalde continuaba con sus impetuosas succiones ajeno al misterio, pero yo intuía que mi salvación se hallaba detrás de aquella fantasmagórica figura que aparecía y desaparecía una y otra vez, una y otra vez. Deslizándose sigilosamente de un pino a otro. Acercándose poco a poco sin producir el más mínimo ruido.

 

Súbitamente el vampiro me zapateó con violencia entre unos matorrales y con un giro que sólo mi cerebro llegó a conjeturar se volteó para apresar con su pulcra mano de jovencito centenario el cuello de la sombra enigmática.

 

-Brígida -dijo él como si acabasen de encontrarse para tomar el té- Tú por aquí.

-Ya ves -contestó ella devolviéndole el agarre gutural- Escuché ruido y no pude evitar sumarme “to the party”.

 

El ulular del viento se hizo dueño de la situación en tanto que los chupasangres, como dos estatuas de mármol, medían sus fuerzas sosteniéndose la mirada.

 

-Aquí sobras -añadió el Alcalde lo que sonaba a amenaza velada- Sería menos peligroso para ti volver al WoW y esperarme allí.

-Tú siempre “so cute, darling”, pero no hace falta que te preocupes por mi. Prefiero hacerte compañía.

 

De nuevo sus gélidos ojos volvieron a ser su único canal de comunicación.

 

-¿De veras quieres morir por una humana? -y esta vez percibí como los dedos de Sir Thomas se cerraban en torno al cuello de la vampiresa rubi-teñida- ¿Merece la pena?.

-¿Por ella? -contestó Brigitte sonriendo con desprecio- Consíderalo como una convocatoria oficial de elecciones municipales.

 

En el impertubable rostro del Alcalde centelleó una idea que pareció enfurecerlo.

 

-¡¡¡¡¡GroooooooOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRGGGGGGG!!!!!

 

Un rugido furibundo resquebrajó la aparente quietud de la noche y pude intuir, a pesar de su rapidez de movimientos, que el regidor se abalanzaba sobre la jefa de mi ex, arrollándola hasta estamparla contra un árbol, igual que a un mosquito molesto que hay que aplastar.

 

-¡¡¡¡¡GroooooooOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAAAAAARRRRRRGGGGGGG!!!!!

-respondió ella tras reponerse del primer impacto.

 

Sin dejar de gruñir, mi salvadora (por ahora era lo que más se parecía a una) apartó de tal manotazo a Sir Thomas que éste se tuvo que asir a la rama de un pino cercano para evitar ser catapultado fuera del país. Acto seguido, aprovechando la inercia del golpe con una grácil acrobacia, el chupasangres se puso de pie sobre la misma rama para lanzarle miradas fulminantes a la rebelde como si estuviese encaramado al ring de una pelea de lucha libre. Entonces ambos volvieron a calibrar a su oponente mientras persistían en un continuo ronroneo intimidatorio.

 

 

 

Entre tanto, a mis espaldas, un inesperado murmullo de hojas secas me sacaba del atontamiento causado por la pérdida de sangre y el bizarro espectáculo que estaba presenciando.

 

-¿Cómo te encuentras?

 

¡Era el Jonhy!, ¡EL JONHY!. Increíble pero cierto. Era el Jonhy que había regresado a mi lado en aquellas aciagas circunstancias. Era el Jonhy que venía a sacarme de allí cagando leches. Era el Jonhy, el desgraciado del Jonhy que me había abandonado a mi suerte hacia escasos minutos.

 

-¡Capullo!

-¡Vaya! Veo que te encuentras mejor de lo que aparentas.

 

Interesante apreciación, ¿tan mal se me veía?. Traté de adecentar el vestido y atusarme el pelo, pero si un poco de saliva no logra arreglar un moño, mucho menos sirve como quitamanchas de sangre.

 

-Estas preciosa -eso siempre- ¡Anda!, ponte en pie que nos tenemos que ir.

 

Y lo intenté, de veras que lo intenté, puse todas mis fuerzas en ello, pero tan pronto como traté de incorporarme, la cabeza empezó a darme vueltas, un zumbido me atolondró el entendimiento y las piernas comenzaron a temblarme igual que cuerdas en una guitarra. Al fin, cedieron a mi peso, incapaces de mantenerme erguida y me vi nuevamente con el culo en el suelo.

 

-No... No..., no puedo...

Pero ya era demasiado tarde para lamentos. Sir Thomas no parecía impresionado por mi osada respuesta y ni que decir tiene que no se le veía atemorizado. Lamentablemente tampoco lo había dejado indeferente y eso había acelerado mi desgracia.

 

-Te crees muy valiente, ¿verdad?. Ahí plantada igual que en una película del oeste: con la mirada altiva y sujetando la escopeta en actitud desafiante.

 

El Alcalde comenzó a aproximarse con mucha lentitud, mientras daba rienda suelta a su verborrea.

 

-Deberías haber medido bien las estupideces que dices porque esta vez no te vas a poder salvar, nadie vendrá en tu ayuda, y, sinceramente, te has ganado una muerte dolorosa.

 

Un crujido de hojas desvió momentáneamente la atención del alcalde sobre Ervigio, que estaba tratando de huir con el mismo sigilo que un elefante en una cacharrería.

 

-¿Y tú que haces ahí? -preguntó Sir Thomas con una total indeferencia en la voz.

-Yo, yo, yo... -mi ex luciendo la misma facilidad de palabra de siempre.

-Anda y vete de aquí. -le indicó el alcalde sin verlo siquiera a los ojos- No quiero que nadie me moleste.

-Pero yo...

-¡Vete al WoW y espérame allí!. ¡VE!.

 

Mi ex-adorable ratilla voladora vaciló un momento y después de mirarme lánguidamente, se echó a correr a través del bosque tan rápidamente que su blaquísimo vestido de Manero se convirtió en un borrón en mi retina. Después de unos segundos mis ojos dejaron de buscarlo en el hueco que había dejado y enfrentaron de nuevo al sanguinario vampiro que estaba deseando matarme. Él, por su parte, estudiaba mi rostro con interés.

 

-¿Tenéis algún tipo de relación vosotros dos?

 

Uhmmm... Interesante pregunta, o mejor dicho, interesante el hecho de que lo preguntase. ¿Ocultaba esa cuestión algún tipo de intención sexual? O sea, ¿estaba el Alcalde interesado en mi?. Vamos que ¿si me estaba proponiendo un amancebamiento (hay que ser fisno que este blog también lo leen niños)? Porque si todo esto era un ataque de celos y lo de te voy a matar se trataba en realidad de un “aquí te pillo aquí te mato”, ¡habérmelo dicho antes, coñeeeee!, ¡que yo de buena gana me prestooo!. ¡Ea!, ¡que no anda una como para desperdiciar proposiciones!.

 

-Tal vez... -contesté velando la mirada para parecer misteriosa a la par que sensual- ¿Eso supondría algún problema?

-Para tu amante sí. No están permitidas las relaciones humano-vampiro -¡vaya!, el pobre Ervigio se había metido en un lío- Cuando regrese al WoW se le someterá a un juicio y probablemente habrá que ajusticiarlo.

-¿Que qué? -no es que no conociese la palabra, es que Sir Thomas me hablabla muuuuuy bajito.

-Matarlo, ejecutarlo, clavarle una estaca o exponerlo al Sol. -ahora ya alzaba la voz con el entusiasmo- Lo típico, vaya.

-Pero él es completamente inocente -protesté- Nosotros sólo nos enamoramos como dos tontos, ¡como dos locos!. Sin quererlo, sin buscarlo, casi sin poder evitarlo -no era del todo exacto, pero aquel chupasangres tampoco me estaba dando mucho tiempo para entrar en detalles-¿Cómo podéis quitarle la vida a Ervigio por algo de lo que no tiene la culpa?

 

El Alcalde se rio entre dientes y continuó avanzando hacia mi fingiendo desinterés, diría que incluso apatía.

 

-Ésa es la ley y yo sólo me encargo de cumplir su ejecución. Pero si estás preocupada por pasar el resto de tu vida sola, sin tu amante, puedes tranquilizarte. -¡Hombre! A verrrrr, no es que no es que no me halagase que Sir Thomas prentendiera compartir su eternidad conmigo, pero quizás eso de quitar del medio a mi ex resultaba algo exagerado- Cuando acabe con él tú llevarás horas seca y sin vida -¡espera!. Hablaba en sentido figurado, ¿verdad?.

 

Pero no, no lo hacía. Cuando su ego se vio satisfecho con aquel mini-discurso el Alcalde comenzó a apurar el paso hacia mi y yo di por zanjada la conversación. Era turno para que hablase la Enmarronadora.

 

Empuñé la escopeta con fuerza y disparé dos veces. Una bala le atravesó el hombro y la otra la cabeza. Sin embargo los impactos apenas lo detuvieron unos escasos segundos, el tiempo justo y necesario para que una leves sacudidas ayudasen a Sir Thomas a quitarse los proyectiles del cuerpo y que éste se regenerase con la rapidez suficiente como para que la única prueba de mis aciertos fuesen una manchas de sangre sobre su impoluta camisa blanca.

 

-No tienes mala puntería, pero hace falta algo más para detener a un vampiro tan viejo como yo.

 

De eso ya no me cabía la menor duda. Arrojé la Enmarronadora entre unos zarzales y me lancé a la carrera monte a través como si hubiesen dicho mi número y acabase de agarrar el pañuelo (juego infernal que nunca se me ha dado bien)

 

-Así será más divertido -oí a mis espaldas.

 

¿Divertido para quién, maldito no-muerto retorcido y sanguinario? Divertido para él que estaría disfrutando mientras yo tropezaba y me caía una y otra vez igualito que una modelo tipo insecto-palo encaramada sobre tacones de 10 cm. ¡Seguro que para él era la monda!

 


 

Sin duda que sí, porque Sir Thomas no se molestó ni en echarse a correr. Continuó persiguiéndome con su flemático andar inglés, como si se deslizase sobre un pasillo mecánico de aeropuerto, acortando la escasa distancia que yo iba ganando a base de dolorosos trompicones contra los árboles.

 

De esa lastimosa manera conseguí, o más bien consintió el vampiro que me mantuviese con vida unos miserables minutos más. Después, cuando se aburrió de tanta caída repentina entre arbustos y tanta carrera hacia sin saber muy bien donde (la falta de oxígeno y el exceso de ejercicio estaban dejando mi cerebro al nivel del de una ameba marina), se plantó ante mi y deteniéndome con un dedo en mi frente, susurró un helador:

 

-Ahora grita porque esto te va a doler.

-¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

 

Y en efecto, me dolió.

Pues la verdad es que tal y como pintaban las cosas, el acuerdo parecía bastante favorable. Mis posibilidades de llegar a ver los primeros rayos de Sol del nuevo año eran menos que escasas y ya puestos, de no poder disfrutar de ese amanecer, mejor que fuese por haberme convertido en chupasangres que por estar chupando tierra a 2 metros bajo malvas. Además, aunque resultase un poco precipitado y quizás no pudiese despedirme como es debido de mis seres queridos, ¡oye!, por fin sería un vampiro y ése era mi objetivo final. Bueno, ése y estar con Ervigio para toda la eternidad, pero en vistas de que el muy petardo seguía tratándome de usted, llamándome señora y agraviándome cuando tenía ocasión, bien lo podía dejar partir y pasar de él (un tiempo), que seguro que por ahí encontraría yo algún Damon Salvatore que me consolase mientras tanto.

 

-Está bien. Te voy a soltar... -la pálida cara de mi rehén se iluminó como el culo de una luciérnaga- ... pero de aquí no te vas sin antes cumplir tu palabra. De hecho, nosotros no vamos a permitir que te vayas.

- ¿Nosotros? ¿Quiénes? -preguntó estupefacto mi chupasangres benefactor mientras miraba a su redor.
- La Enmarronadora, y yo -Harry Callahan, "Harry el Fuerte" (1973).

 

¡Dios!, ¡Dios!, ¡Dios!. ¡Qué grande es Clint!, ¡qué geniales su frases!, ¡que oportunos sus chascarrillos!, ¡qué inmesa su elocuencia!. ¡¿Habrá algún instante en la vida de este HOMBRE (así, con mayúsculas) en la que no haya dado con la constestación adecuada?! ¡¿Será posible que para cualquier situación siempre tenga la respuesta propicia?!. Y de ser así ¿un mediocre ser humano como yo podrá sobrevivir utilizando únicamente diálogos de mente tan insigne?.

 

¡Sí!. En ese momento realmente lo creí posible. Había encontrado en Mr. Eastwood a mi muso (decir musa hubiese resultado un atentado a su virilidad), mi fuente de inspiración, mi maestro, mi “sensei”. No en plan Steven Seagal y su aficción a la bollería, ni en plan Jean-Claude Van Damme y su oscuro pasado como Predator. ¡No!, “sensei” al más puro estilo Yoda. Todo sabiduría proverbial. Pero en color carne, evidentemente, y capaz de ordenar las palabras de una frase al tiempo que conjuga correctamente el verbo sin despeinarse... Porque ésa es otra, querídisimos Siervos de la Noche, a diferencia de Yoda, mi muso siempre ha lucido una expléndida cabellera.

 

En fin, que sobre esto y sobre la sublimidad de todas las películas de Mr. Eastwood estaba reflexionando yo mientras desataba a mi EX-amante vampiro (ya había decidido ceder su huequecito en mi corazón al primer chupasangres que acreditase tener abdominales) cuando éste comenzó a sincerarse.

 

-La verdad es que es la primera vez que convierto a alguien... -¡genial!, ¿alguién sabe de una primera vez que haya salido bien?- Debo dejarte prácticamente seca, al borde de la muerte, y luego darte a beber mi sangre -justo lo que había oído- Lo malo es que con el hambre que tengo, la inexperencia y los nervios de la primera conversión... -mi ex-ratilla voladora clavó los ojos en sus propios pinreles-... no se si acabaré matándote.

 

¡Vaya! Directo y honesto, un pedrolo de una tonelada en caída libre. No se podía decir que no me hubiese avisado: tal vez acabaría con mi pobre y miserable vida emo... o tal vez no.

 

Mis manos, que deshacían hábilmente los nudos hechos por el albondiguilla, se detuvieron de forma instantánea y a mi mente entraron en tropel pensamientos a favor de dejarlo todo como estaba y escapar de allí cagando leches. Sin embargo, Don Clint (que dicho así tiene nombre de campana) volvió a tomar el control de mis actos y después de esgrimir varias razones convincentes para asumir los riesgos (“Si esperas demasiado no tendrás nada” o Los ganadores son simplemente aquellos que están dispuestos a hacer cosas que no harán los perdedores”, Frankie Dunn, Million Dollar Baby 2004), acabé por liberar a un Ervigio más que perplejo ante mi atrevimiento.

 

-Si quiere una garantía, compre un tostador -Nick Pulovsky, El principiante (1990).

 

Y con eso lo dejé libre como un animalillo del bosque al tiempo que definitivamente acojonado (era obvio que no veía mucho la tele en su ataúd).

 

-¡Hala! Conviérteme -le solté abasteciéndome de mi propia cosecha (por desgracia Clint todavía no ha rodado pelis de vampiros).

 

Mi ex-ratilla voladora, ladeó la cabeza hacia un lado y hacia el otro, tratando de relajar los músculos de la espalda, y al fin abrió la boca para desplegar sus ridículos colmillitos en fase de crecimiento. En lugar de eso, me mostró, para mi horror, su mayor y más inocente sonrisa desdentada.

 

-¡La he liado parda!  -el chupasangres me miró entonces intrigado- Tenemos un problema.

 

Pero en realidad eran dos.

 

Desde lo alto, descendiedo velozmente entre las copas de los pinos que se restregaban susurrantes, una sombra sigilosa vino a posar sus delicados piececillos consistoriales sobre uno de los escasos huecos libres de matojos que quedaban en aquella zona del bosque.

 

-Vaya, así que eras tú -dijo cierta voz aterciopelada bien conocida por mi- Me llevé una desagradable sorpresa al no encontrarte en casa de tu abuela, pero debo reconocer, en tu favor, que me has puesto realmente fácil el llegar hasta ti.

 

Como ya habréis supuesto el Sr. Alcalde se acababa de dejar caer por allí y no parecía precisamente que fuese para podar árboles con el equipo de parque y jardínes del ayuntamiento.

 

-Te voy a matar -eso era exactamente de lo que tenía pinta- Te voy a matar con mis propias manos, sin importarme siquiera lo mucho que me vayan a manchar las salpicaduras de sangre. Primero te romperé todos los huesos de tu cuerpo... -¡venga ya, tío!, ¿un discurso?. ¡No me digas que lo he pillado en plena campaña electoral!-... ,después me deleitaré observando como te retuerces de dolor. Y por último te desgarraré el cuello para beber toda tu sangre hasta que caigas muerta ante mi. Por eso mismo... -y yo que pensaba que ya iba a acabar-... para disfrutar del placer de quitarte la vida lentamente he mandado a mis subordinados de vuelta a la ciudad con la excusa de abrir el WoW y empezar la fiesta... Ahora que estamos tú y yo solos... -se ve que la presencia de Ervigio no contaba para mucho-... prepárate a morir.

 

Muchas veces he pensado hoy en ese momento. ¿Qué hubiese respondido Mr. Eastwood a ese vampiro pretencioso?, ¿qué le hubiese dicho para cerrarle la boca y salvar su culo?, ¿qué frase lapidaria habría ingeniado para forjar más aún su leyenda?

 

-Puedes pegarme, puedes tirarme al suelo, incluso escupirme y mearme. Pero, por favor, no me aburras. -Thomas Highway, “El Sargento de Hierro” 1986.

 

La expresión furibunda del Alcalde me dio a entender que otra cosa no, pero lapidaria, lo que se dice lapidaria, la frase lo era un rato largo. La fosas nasales se le hincharon como el buche de un sapo cabreado, sus pupilas se dilataron ferozmente y la expresión de los ojos se tornó extrañamente felina.

 

¡Quién me mandaría a mi tomar como maestro a Clint Eastwood! ¡Maldita sea!, ¿no me habría podido poseer el espíritu de otro actor cualquiera?, ¿por qué no andaba cerca José Luis Lopez Vázquez cuando se le necesitaba?, ¡con lo cojonudo que me hubiera venido tener a punto un “La Jessi, una admiradora, una esclava, una amiga, una sierva”!