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diariodeunavampiresanovata



Y en efecto me las merecía porque yo jamás, jamás, jamás le había guardado un secreto a mi fiel ayudante MacGyver. Desde cierto asalto infantil al peral del Sr. Antonio hasta el "discreto" huésped que ahora moraba en el sótano de mi abuela, todo se lo había contado a mi amigo del alma. Sin reservas, con confianza plena, abriéndole de par en par las puertas de mi corazón.

 

En cambio él, ¿cómo me lo pagaba?, ¿cómo correspondía a mi sinceridad?. Pues manteniéndose alejado en su elevada torre de marfil desde la cual, Jonhdalf, el ser superior, mago del nivel 7, se dedicaba a manejar todo el cotarro con una serie de planes que bullían en su cabeza completamente ajenos a mi supervisión, como si yo no pudiese participar en ellos o más bien, fuese a molestar en el proceso.

 

Y es que de un tiempo a esta parte vengo notando que el, hasta no hace mucho, sumiso albondiguilla tiene ciertos problemas para aceptar mi autoridad. No me presta su portátil (como si yo no supiese que tiene porno), me prohibe que hurgue en los cajones (¿desde cuando es agente secreto?) e incluso hay días en los que contesta que no puede quedar (¿tiene otra cosa mejor que hacer?).

 

Mi madre dice que en su familia siempre han sido un poco estirados, pero a mi me da que el Jonhy es un machista de mucho mimo, que no logra aceptar que una chica le de órdenes, controle la situación y le salve el culo en repetidas ocasiones. Esta noche 2 veces, una de forma más literal que otra.

 

En cualquier caso, estuviese el pelo-pincho-lamido en plena crísis de la edad del pavo o iniciando la fase de emancipación de la albóndiga, yo no iba a permitir se escabullese sin contarme como rayos le había explotado un ojo al archimalvado jefe de los vampiros... y además sin pedirme permiso.

 

-Vamos al cuarto de mi padre y me lo cuentas todo -ordené sacando fuerzas de la flaqueza (tampoco hay que exagerar) debilidad.

 

Subimos la escalera arrastrándonos por el agotamiento. Yo agarrada a la barandilla, reconcentrando las escasas energías que me quedaban después de tantos días de emociones fuertes, y MacGyver delante, con un cansino paso de elefante, bamboleando sus posaderas a escasos centímetros de mi cara.

 

-¡Al fin! -exclamé al entrar en la antigua habitación de papá- ¡Una cama!

 

Y dejándome caer sobre ella inquirí:

 

-¿Y bien? ¿Cómo lo hiciste, Jonhy?.

-¿El qué? -respondió lanzándose también sobre el espacio libre que quedaba en el colchón.

-Lo del ojo, capullo. ¿Qué iba a ser si no?. ¿Cómo le explotaste el ojo a Sir Thomas?

-Bueno, la verdad es que se me ocurrió de repente. Hubiera estado mejor rociarlo con uno de esos sprays de plata líquida que salen en True Blood, pero aunque existiese algún majara que los fabricase no me fío que de que resulten útiles para otro bicho que no sea un hombre-lobo -mi albondiguilla se explicaba con cansancio mientras mantenía la mirada fija en el techo- Otra cosa ya sería que estuviesen compuestos de ajo o de agua bendita, así seguro que le reviento la jeta, pero con tantas prisas por salvar a tu Ervigio me falto tiempo para preparar uno. ¡El agua bendita está difícil de conseguir!.

-Por las nubes. No me digas más -intervine con cierta fatiga camino de apatía- Haber ido a una iglesia, hombre. Ahí seguro que la encuentras.

-Pues no creas. Ya no la dejan a disposición del público y cuando le pides una botella al párraco te mira con cara rara...

 

Lo observé incrédula

 

- Sí, sí. En serio. ¡Totalmente imposible!, ¡IM-PO-SI-BLE!... El caso -continuó al verme convencida- es que yo ya estaba hecho a la idea de no tener un arma que me permitiese un ataque a sorpresa cuando me di cuenta de que en realidad sí poseía una y ni siquiera me había dado cuenta.

-¿De veras? -pregunté intrigada- ¿Cuál?

-Adivina... Aparte de las estacas, ¿qué otra cosa es infalible para matar vampiros?.

-Pues el Sol, pero... -dije sin acertar a comprender.

-Más bien los rayos UV. Y eso es algo que sí puedo llevar conmigo. -se detuvo para rebuscar en los vaqueros- ¡Mira!.

 

Un objeto pequeño y metalizado sobrevoló la cama hasta caer cerca de mi mano. Era un llavero de cuyo extremo colgaba una minúscula linterna que al ser encendida irradiaba un potente haz de luz azulada.

 

-Mi padre la compró para detectar los billetes falsos y me acordé de ella ayer mismo, justo antes de venir a buscarte - explicó al tiempo que yo jugueteaba con la linterna- Después la metí el bolsillo y hasta que fracasé intentando clavarle la estaca al alcalde, no le vi utilidad. Desde luego con esto no se puede matar a un vampiro, así que supongo que mi cerebro lo olvidó mientras todavía tenía la esperanza de atravesarle el corazón a aquel chupasangres.

-Órgano que está a tomar por culo del hombro -apunté con una pizca de sorna.

-Sí, pero al menos yo iba cargado de madera hasta las cejas... -contestó girando su cabeza hacia donde yo estaba-... y además fue el menda quien apuntó al ojo de Sir Thomas con discrección, se lo hizo explotar y soltó todo ese rollo de mago del nivel 7, blablabla, que al final nos sacó de allí.

-Lugar del que yo ya habría salido hacía un buen rato si no hubieses caído hipnotizado tan fácilmente por Titina en aquel sofá.

-¡No tengo la culpa de ser normal!. Tú juegas con la ventaja de que tienes la cabeza llena de serrín y no hay forma de que te concentres.

-Pues no tendrás culpa de ser normal, pero mi serrín me hubiese sacado perfectamente de allí si no hubiese sido por tu cerebro superdotado, al que sientan comodamente, le dicen que no se mueva y obedece como un perrillo.

-Yo jamás hubiese acabado en ese local si la señorita no tuviese secuestrado en el sótano de su abuela a un vampiro famélico.

-Pues yo...

 

Me había dejado sin respuesta, afortunadamente me libré de contestar. Más rápido que el albondiguilla presa de un retortijón en el bajo vientre, Mariposita pasó como una exhalación derechita a la ventana del cuarto de mi padre y allí, seguida por un atónito Arturo, comenzó a lloriquear lastimeramente mientras arañaba la pared.

 

-¿Qué le pasará a la perra? -dijo MacGyver saltando de la cama para husmear entre la persiana enrejillada.

 

Lo que vio lo dejó paralizado. Su cara se quedó congelada un centésima de segundo y antes siquiera de que la sangre regresase a su rostro blanco como la cal se giró hacia mi asustado y susurró:

 

-Cállala, ¡cállala!. Es Brigitte. ¡Nos ha encontrado!.

 

Rápidamente me abalancé sobre el maldito chihuahua chillón y le tapé el hocico.

 

En efecto, abajo en el porche, una rubia vestida de Carolina Herrera se paseaba de un lado para otro, presa del histerismo, llamando una y otra vez a Mariposita.

 

-¡Vaya, mierda! -exclamé de forma involuntaria- Podía haber venido el alcalde, que además de ser hombre está infinitamente más bueno.

 

Entonces, un suspiro romántico se me coló entre los labios mientras mi cerebro comenzaba a canturrear "Make me wanna die" de Pretty Reckless.

 

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