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diariodeunavampiresanovata



El camino de vuelta a casa de mi abuela se me hizo mucho más corto que para el viaje de ida. Si bien era verdad que ahora mi culo se podía explayar con total comodidad por la tapicería del copiloto y eso hacía el trayecto más llevadero, MacGyver tenía (dato totalmente objetivo) el pie derecho anclado temerariamente en el acelerador.

 

Sin embargo, quisquillosos Siervos de la Noche, no me llaméis cagona, ni miédica, que estoy lejos de parecerme a la abuela de Jordi Gené de paseo con su nieto. Al contrario, soy de lo más valiente, pero no descerebrada. Porque por las leyes de la física (y no es que yo sepa de nada de eso) cualquier persona intuye que cuatro ruedas, bajo cuatro latas, unidas por cuatro tornillos con sus correspondientes cuatro tuercas no deben ir a más de 40Km/hora. Mucho menos a 80... ¡Vamos! que 20Km más por hora y o salimos volando o nos volatilizamos por el camino.

 

 

En cualquier caso, montados ya sobre aquella carraca y con mi pelo-pincho-lamido tan “suelto de vientre” que Dios librara a la oveja de Carlos Sainz de encontrarse con nosotros, nos plantamos en casa de mi yaya en menos que canta un gallo.

 

Aparcamos a lo lejos, con el Jonhy en modo "Indiana Jones y los condenados chupasangres", y estuvimos en silencio durante un par de minutos, escudriñando la calle como si hubiésemos perdido mi súper i-pod nano en ella.

 

No había rastro de vampiros por ningún lado. La calle se veía de lo más desierta y segura a pesar de que el paranoide cerebro del albondiguilla insistía en que Charly habría cantado como un ruiseñor y que a esas horas una ejército de no-muertos voladores ya estarían apostados en cualquier escondrijo cerca de nuestras posibles casas-refugio. De hecho, el mayor peligro que se observaba a 1Km a la redonda era la maléfica cabecita de Mariposita y sus agudos dientecillos que continuaban marcando mi antebrazo con una tenacidad sobreperruna.

 

-No hay vampiros -le susurré al Jonhy- Y voy a acabar como un colador.

 

Mi pelo-pincho-lamido me miró con serveridad.

 

-Ssssssshhhhhhhh...

-Pues si vamos a seguir aquí, la aguantas tú un ratito -sugerí alzando al chihuahua en su dirección.

-No haberla traído -susurró malhumorado.

-Siempre es mejor tener un rehén que huír con las manos vacías. ¿Acaso no lo ves en las películas?-y deseando recuperar mi posición de líder con un razonamiento elaborado añadí- Además cuanto más tardemos en entrar, mayor es la posibilidad de que finalmente los vampiros nos pillen fuera de casa.

 

Los ojos del albondiguilla parecieron valorar esta último apunte y después de un segundo de duda, giró su cabeza al frente y arrancó el kk-móvil.

 

Avanzamos hasta la verja principal a una velocidad en la que sólo unos ojos expertos distinguirían movimiento. Obsesionado como estaba por una emboscada murcielaguil, el Jonhy continuaba vigilando cada pequeña sombra escondida tras todo camelio, seto o rosal de los jardines del barrio.

 

Finalmente pareció relajarse y dijo:

 

-De estar aquí ya nos habrían atacado. Hay que entrar en casa cuanto antes, no creo que tarden en llegar.

 

Saltamos del coche y nos plantamos frente a la vieja puerta de madera con una rapidez que habíamos ido adquiriendo de un tiempo a esta parte (¡Abajo el spinning, arriba el vampiring! No hay nada como tener motivación)

 

Antes de abrir, MacGyver apoyó su cabeza sobre los tablones y se dedicó a analizar los pequeños ruidos de los que se compone el silencio.

 

-Quizás hayan hipnotizado a tu abuela y ya estén dentro... -se justificó.

-Me temo que eso del hipnotismo sólo funciona con mentes débiles como la tuya -aproveché para jactarme de mi inmunidad frente a tales trucos baratos- Además ella duerme como una marmota y está más sorda que una tapia... Sólo despertarla sería todo un milagro.

-Sin embargo... -añadió él haciendo referencia a un "ris-ras" constante claramente perceptible desde el exterior.

-Es Tury arañando la puerta. Nos debe de haber oído llegar.

 

La cara del Jonhy se crispó ante el recuerdo de su fiel enemigo Arturo, el pequinés de mi abuela que tanto cariño le profesaba. Sin embargo, la consternación ya había sido dominada en sus ojos cuando con un gesto le pedí el llavero que me había estado guardando en vista del poco espacio libre entre mi fibrosa silueta y los ceñidos pantalones de vinilo.

 

Apoyando a Mariposita en el suelo, dejé que se entretuviese con una de la perneras de los vaqueros grises de MacGyver (por antigüedad la otra le pertenecía a Tury) y me ayudé de ambas manos para girar la llave y empujar la puerta con facilidad.

 

Tan pronto la abertura fue suficiente para que un pequinés cabreado pasase por ella, Arturo salió cagando leches dispuesto a hacer valer sus derechos sobre el apetecible, tierno e hiperglúcido albondiguilla. Sin embargo, no llegó siquiera a hincarle el diente. Ya se encontraba babeante sobre el tobillo de un resignado pelo-pincho-lamido cuando sus ojos se toparon con los de Mariposita en la pierna de enfrente... Entonces se produjo el flechazo...

 

Yo no se que clase de música celestial escuchan los perros recién enamorados. No se si se imaginan corretear por playas paradiásiacas, si ven flotar codillos gigantescos entorno a su amado o si ambos levitan entre chorizos y morcillas descomunales. El caso es que aquellos cánidos se habían abandonado a los deseos de Cupido.

 

El Jonhy y yo observamos fascinados como los dos se olían su respectivos traseros, daban vueltas uno entorno al otro y, después de varias lánguidas miradas, Tury guíaba a Mariposita al interior de su hogar.

 

-Parece que se han olvidado de mi -apuntó un aliviado albondiguilla.

-Síp. Me da que la suerte va a cambiar para nosotros.

-Entonces, ¿crees que los vampiros no nos encontrarán? -preguntó esperanzado mientras comenzaba a cruzar el umbral.

-No. Seguro que lo harán, pero estaremos preparados.

 

MacGyver hizo una mueca de desacuerdo y miró al suelo mientras esperaba a que yo pasase para cerrar la puerta.

 

-Además... -añadí sarcástica-... Ahora que eres Jonhdalf, mago del nivel 7, y que tienes ese Dedo de la Muerte, estamos a salvo, ¿verdad?...

 

Él se sonrió.

 

-Creo que merezco unas cuantas explicaciones, Jonhy.

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