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diariodeunavampiresanovata

Sobra decir que, aunque había estado a un palmo de perder la vida, la bronca que chupé fue de antología. Ni cuando a los 7 años había metido unas tijeras en el enchufe, mi madre me había gritado hasta hacerme pitar los oídos. Y mi padre, siempre tan cariñoso y consentidor conmigo, jamás me había castigado sin salir de casa hasta que los muertos se levantasen de sus tumbas en el fin de los días o las ranas criasen pelo... Lo que ocurriese más tarde.

 

Que eso tenía su guasa, si me permitís hacer un inciso impacientes Siervos de la Noche. Porque según mi papuchi, desconocedor de que en realidad había compartido mesa con un no-muerto, cuando Titina y su legión de chupasangres sitiasen la casa de mi abuela (nada de esperar hasta el fin de los días, este mismo atardecer), la nena que suscribe no estaría autorizada para salir por patas hasta que la rana Gustavo peinase melena. ¿Y cuál sería entonces la lección que habría aprendido yo en ese momento? Pues que los anfibios en general no necesitan hacerse la depilación. ¡Fíjate tú!

 

En fin, que lo dicho, el chorreo fue de los que hacen historia y yo, con la resignación del reo que sabe que le queda una hora escasa de vida, lo aguanté estoicamente hasta que mi móvil interrumpió el aquelarre y fui salvada literalmente por la campana.

 

-¿Dónde te has metido, Jessi? Llevo esperándote una hora y ¡el bus está a punto de partir! -había salido de la sartén para caer en las brasas: el Jonhy al aparato.

-Estoy en casa, castigada.

-¡PERO CÓMO ES POSIBLE!...

 

Y blablablá DESCEREBRADAAAAA y blablablá VOY A BUSCARTE AHORA MISMO y blablablá ¡VAS A CONSEGUIR QUE NOS MATEN!.

 

Os imaginaréis que MacGyver no estaba para darme ánimos, precisamente, y tampoco es que lo hubiera intentado siquiera. Al contrario, se enzarzó en una serie de bramidos furibundos que venían a condensar, con distintos enunciados y entonaciones, tres pensamientos básicos:

 

1)Acababa de confirmar su sospecha inicial de que a mi no me interesaba escaparme con él.

2)La poca cabeza que yo tenía, sólo la usaba para pintarme los ojos como un mapache.

3)Su gran intuición le había dejado ver, desde el día en que asaltamos el cementerio, que no tardaríamos mucho en regresar, pero con los pies por delante.

 

Resumiendo, toda una sarta de improperios que una chica jamás querría escuchar de su novio (recordemos que él sí que tenía clara esa parte de la relación) y por la que cualquier otra emo más sensible habría acabado con media selva tropical a base de clínex empapados de mocos y hojas de libreta con TEODIOs en todas las esquinas. Por el contrario a mi, mucho más sensata y centrada que la media, sólo se me escaparon un par de lágrimas solitarias y unos cuantos “hip, hip” involuntarios.

 

A pesar de ello, mi súper-abu-defensora-de-nietas-indefensas aprovechó un momento de distracción mío para arrancarme el teléfono de las manos y enseñarle lo que vale un peine al despiadado (que no despeinado) de mi pelo-pincho-lamido.

 

-¿Cómo te atreves a gritarle a la pobre Jessi?

-… -al otro lado del auricular el insensible MacGyver debía de estar dándole las quejas a mi querida yaya.

-¡No me importa lo que haya pasado!. Un caballero nunca debe hacer sufrir a su dama y Jessi está ahora como una Magdalena -insisto, un par de lágrimas, cuatro a lo sumo.

-...

-Ya sé que había quedado contigo para iros de viaje esta misma noche.

-...

-¡Por supuesto que confiamos en ti! Pero sus padres no la dejan ir a Nueva York por mucho que vaya a grabar un disco con el Universo...

 

A toda prisa le arrebaté el móvil de las huesudas manos de mi abuela, a tiempo para escuchar el grito hipohuracanado de mi albondiguilla:

 

-¿QUE SE TIENE QUE IR A DÓNDE PARA HACER EL QUÉEEEE?

-Nada, cariño, nada. Un malentendido... -y bajando la voz mientras le daba la espalda a varios pares de ojos curiosos, susurré-... mi abuela... que no se entera...

 

Pero era demasiado tarde, el mago Jonhdalf, que estaba más irritado que si le hubiese salido una colonia de furúnculos en culo, comenzó otra retahíla de berridos desaforados a través de los cuales a duras penas logré que comprendiese que no era necesario que esperase por mi, mucho menos venir a buscarme. Lo mejor que podía hacer, a esas alturas de la tarde, era coger el bus y dejar la ciudad. Yo, por mi parte, trataría de ganar tiempo pidiéndole a mis padres que regresásemos a nuestra casa para abandonar la de mi abuela cuanto antes.

 

Y que conste que se lo dije con total conocimiento de causa, sabiendo que a la hora que estábamos ésa era la única manera de salvar su vida, aunque así me dejase atrás con elevadas posibilidades de perder la mía. A fin de cuentas, analizándolo sinceramente, yo solita me había metido en ese lío y el Jonhy, por muy burro que se hubiese puesto al enterarse de la noticia, no debía arriesgarse a que lo pillasen a descubierto cuando la noche cayese sobre la ciudad.

 

-Me las arreglaré bien sola... -insistí dando por finalizada la conversación- Vete, vete sin mi- añadí mientras, al girarme de nuevo, me topaba con los rostros desconfiados de mi familia- ¡Vete a Nueva York! -grité para acallar suspicacias- ¡Y hazte tú famoso!

-¡¡¡¿¿NUEVA...

 

Otro ”...YORK??!!!” venía de camino cuando le colgué para evitar una sordera prematura.

 

Después de eso el teléfono no volvió a sonar. Intuyo que porque el albondiguilla pertenece a esa clase de personas a las que no les gusta que se le deje con la palabra en la boca, aunque de ésta no salgan más que recriminaciones a volumen de sala de baile para jubilados.

 

Pero casi mejor así. No tenía tiempo que perder explicándole chuminadas acerca de por qué mi abuela había mencionado Nueva York y porque creía que yo iba a grabar un disco a cargo del Universo (me rindo con lo de “Universal”). A fin de cuentas, la buena de la señora bien podía estar como una chota a causa de la edad y no veo por qué yo habría de estar obligada a aclarar sus desvaríos. Si realmente le hubiese patinado la neurona (cierto, que no se daba el caso absoluto) y se le hubiese ocurrido decir que su nieta se iba a Marte de “au pair” para ejercer de niñera de una pareja de marcianos muy simpáticos, ¿también el Jonhy me iba a preguntar a gritos que cómo se me ocurría pirarme sin más del planeta a cuidar los hijos de otros? Probablemente no, así que mejor que se largase y me dejase en paz para que yo pudiese arreglar aquel pequeño desaguisado.

 

El caso es que el pequeño desaguisado no estaba precisamente fácil de arreglar.

 

A mi padre se le había metido en la cabeza que su hijita necesitaba mano firme y pensaba extirparme la rebeldía aquel mismo día negándome cualquier cosa que le pidiese. La primera, la estúpida sugerencia de abandonar la reunión y llevarme a casa para que me recuperase de todo lo ocurrido.

 

-Si estás cansada, haberlo pensado antes de tratar de huir por la ventana -su borrachera era de las de martillo pilón: inflexible y machacona- Nos estamos divirtiendo y no pienso irme porque una jovencita se haya agotado después de intentar escapar por la ventana desobedeciendo las órdenes de sus padres.

-Abuuuuuu... -busqué refuerzos en el flanco más débil- Es que necesito dormir en mi cama...

-Tu padre tiene razón, hija -por lo que parecía todos se habían confabulado en mi contra- Puedes echarte en su antigua habitación...

-Pero no es la míaaaaaaa -atajé mohína.

-Pero ahora no hay nadie preparado para coger el coche -un buen eufemismo que venía a decir que los niveles de alcohol en sangre de los presentes habrían dejado en ridículo a cualquier ruso de bien- Y lo mejor, de hecho, es que todos os quedéis a pasar la noche aquí.

 

 

La idea recibió una aceptación inmediata por parte de mi padre, que parecía estar encantado con la posibilidad de abandonar los grandes éxitos de ABBA para iniciarse con los de Boney M, y por parte de mi madre, a la que, aunque lo llevaba más oculto, también se le había despertado la vena artística. Así que sin apoyos en la familia ni en el exterior y con el reloj marcando impasible que se acercaba la hora de mi muerte, sólo me restaba esperarla lo más tranquilamente posible, tratando de alejar los fúnebres pensamientos que me acechaban.

 

Cuando los últimos rayos de Sol dejaron de proyectarse sobre la vieja cama de mi padre yo ya había asumido que el lado positivo de la situación era que no me mataría en un trágico accidente de coche con conductor beodo como una roquera cualquiera, aunque el negativo, era que Titina se encargaría de eliminarme de alguna manera mucho más sofisticada.



Y no es que no pusiese toda mi voluntad en esto de escapar de casa, como se ha atrevido a insinuar el Jonhy, pero darle esquinazo a mi familia es algo realmente complicado. Empezando por mi abuela, que es un sabueso incluso pasada de copas, y terminando por mi tía, que aunque no puede ni verme delante, no me quita ojo de encima, todos son unos potenciales plastas capaces de arruinarle el plan de huida al mismísimo Houdini.

 

Para que veáis hasta que punto estaba yo implicada en esta fuga, os diré que ni un respiro me di después de despedir al albondiguilla. Nada más cerrar la puerta asumí mi rol de feliz componente de las Ratas de Medianoche y comencé a revolotear por la fiesta aparentando normalidad, aunque siempre con la firme determinación en mente de poner tierra de por medio tan pronto como me fuese posible. Así sólo tuve que esperar un par de minutos hasta que me aseguré de que todos en el salón estaban a lo suyo y de que nadie me echaría de menos si desaparecía para meter en una mochila un pequeño equipaje de urgencia.

 

Subí corriendo al cuarto de mi padre, recogí cuatro cosas y medité cuál era la mejor forma de esfumarme sin ser vista. De las pocas ideas que se me ocurrieron (tampoco tenía mucho tiempo para preparar una escapada como es debido) seleccioné la que conllevaba menos contacto visual con mi familia y, dado que las escaleras al primer piso se veían perfectamente desde el salón, ésta era: descender por la tubería que bajaba pegada a la ventana del baño de mi abuela.

 

Ahora resulta evidente que no se trataba de la mejor opción que podía haber elegido, pero en ese instante me parecía que los dos metros que me separarían del suelo en mi descenso (aún con el vértigo atroz que padezco) eran secundarios si con ellos podía evitar explicaciones acerca de por qué un paseo vespertino e invernal es lo más recomendable para la convaleciente de un aborto. Así que a pesar de lo dicho (vértigo atroz y todo eso), avancé hasta la habitación de mi yaya y desde ahí me colé en su cuarto baño.

 

El aseo se había mantenido inalterado desde la construcción de la casa en los años 50 y, aunque mi abuela no andaba para muchos trotes, se veía increíblemente impoluto. Las paredes estaban pintadas de blanco en su mitad superior mientras que en la que daba al suelo, unos azulejos verde hospital resplandecían bajo la luz de lámpara. A mis pies se extendía el terrazo levemente desgastado en zonas, pero que, como el resto de las estancia, rezumaba pulcritud o, lo que es lo mismo en esta casa, lejía por los cuatro costados.

 

Corrí el pasador de la puerta para que nadie me pillase iniciando la evasión y a grandes zancadas me dirigí decidida hacia la ventana. Desde allí, mientras escogía detalladamente qué pasos iba a seguir para llegar a tierra firme, aproveché para convencerme de que la maniobra, en realidad, no entrañaba gran dificultad. A fin de cuentas sólo tenía que agarrarme al tubo que estaba a mi izquierda e ir escurriéndome por él, cual sexy “showgirl”, hasta caer sobre el césped. ¡Más sencillo que la tabla del uno!.

 

Vaya de entrada, que a esas alturas (físicas y mentales) yo ya estaba tan atacada como un bombón en una reunión de Weight Watchers y que el tembleque y la gotilla de sudor frío por la frente habían aparecido nada más asomar mi naricilla al alféizar. Vamos, que estaba muy cagada.

 

-No pasa nada. No pasa na-da. Ahora tengo que sentarme en el bordillo y luego ya veré qué hago.

 

Evidentemente lo que luego tenía que hacer era acercar mis nalguitas al caño, asirlo con ambas manos, ponerme de rodillas y completar un trasvase de materia grasa hacia la bajante. Por desgracia, una vez que mis posaderas tomaron asiento sobre el vierteaguas, se me hizo imposible convencerlas de que debían salir de allí. ¡Así de tercas se ponen cuando de funambulismo se trata!

 

-Ayyyyyyyyyyyyyyyy... No puedo hacerlo, no puedo hacerlo, no puedo hacerlo. Yo me vuelvo al salón cagando leches.

 

Y a punto estuve de hacerlo, pero justo cuando me encontraba con mis dos pinreles a salvo en el cuarto de baño, el recuerdo de la pelea animal entre Sir Thomas y Titina me infundó los ánimos necesarios para volver a retomar la idea de ventilar mis carnes enjutas desde lo alto del primer piso. A fin de cuentas, era mejor palmar de un único golpe seco que ser apaleada, desangrada y quemada en una pira... o lo que fuera que hiciese una jauría de vampiros justicieros cuando te cargas a su Alcalde.

 

Así que, teniendo todo esto presente, regresé con espíritu renovado al marco de la ventana y varié la estrategia. Si mi trasero una vez aposentado a más de un par de metros sobre el gélido vacío invernal se transformaba en una losa imposible de mover, había que eludir este paso y salir al exterior directamente de pie.

 

Acerqué una banqueta, aquella sobre la que mi abuela se solía sentar para proceder a un secado óptimo de sus extremidades inferiores, a la jamba más próxima a la tubería y usándola como escalera, me encaramé desde ella al alféizar.

 

¡Ahora sí que veía el mundo con perspectiva! ¡Ahora sí que podía decir que tenía un puesto de altura! ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué vértigo, qué sufrimiento! Si tan sólo hubiese un tobogán por el que dejarme caer tranquilamente.

 

 

De forma inconsciente me aferré a la cañería, más que porque hubiese interiorizado mi inminente descenso vertical, por un sentimiento instintivo de supervivencia y una creciente sensación de que todo a giraba a mi alrededor.

 

-Vamos allá, vamos allá, vamos allá, vamos allá...

 

Pero aunque mucho me lo repetía, aunque sabía que sólo era cuestión de desplazar mis pies hacia la bajante de forma que pudiese descender por ella en plan cucaña de parque de bomberos (virguerías a lo “showgirl”, otro día), mi cuerpo se resistía a obedecer las órdenes que mi cerebro le enviaba.

 

-A la una, a las dos, a las, a las... ¡TRES!

 

En un acto de heroica valentía (para que luego el Jonhy ose achacarme falta de decisión e interés en la huida) di un diminuto saltito y con ambos muslos me pegué como una lapa a la cañería. ¡De allí no me soltaba ni DIOSSSSSSSS!... Mucho menos una manada de vampiros sanguinarios.

 

Ñic.

 

¿De dónde provenía ese tímido quejido?

 

Ñiiic.

 

Parecía como si PVC del caño estuviese crujiendo.

 

Ñiiiiiiiic.

 

Pues sí, pues sí venía del caño. ¡Había que regresar a la ventana lo antes posible!

 

Ñiiiiiiiiiiiiiiiic.

 

-¡Coño, coño, coño, que me escoño!

 

Y de hecho ya estaba mi dedo gordo en la misión de retorno cuando un chirrido atroz se abrió paso a través del vecindario (por suerte desierto tras Año Nuevo) y noté como mi sustento comenzaba a inclinarse hacia la derecha en un viaje sin retorno.

 

ÑIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIICCCCCCCCCCCCCCCCCCC.

 

-¡¡¡¡¡GuuuuuuooooOOOOOOOOOOOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!

 

¿Sabéis lo que es una montaña rusa?, ¿alguna vez sufristeis turbulencias en un avión?, ¿un ascensor os ha bajado 86 pisos en menos de un minuto?. Pues eso está a años luz de la sensación de ir inútilmente sujeto a algo que no está sujeto a nada.

 

-¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

 

¡CRACKS!

 

El caño había partido al llegar a una de las abrazaderas que lo fijaba contra la pared y ahora yo me aferraba a él cual jamón en pleno proceso de curación, justamente (¡vaya por Dios!) frente al ventanal de la sala.

 

Esperé unos segundos en silencio, sin atreverme a mirar hacia el interior, deseando con todas mis fuerzas haber pasado desapercibida entre tanto jaleo. Y, cuando ya comenzaba a girar mi cabeza tímidamente hacia la casa para cerciorarme de que todos estaban tan ciegos que ni habían reparado en mi, una voz de pito me taladró el oído a pesar de la distancia.

 

-¡Mirad!, la Jessi está ahí fuera colgada de un palo.

 

Al unísono las cabezas de adultos sensatos bebedores de alcohol se giraron de inmediato para ver qué estaba pasando más allá del cristal. Y es que ninguna de ellas se había percatado antes de mi presencia. En realidad, paradojas de la vida, había sido el “sagaz” lince de mi prima Susi la que finalmente me había pillado ejerciendo de bandera sobre las azaleas del jardín.

La que hablaba era la mujer que me había dado la vida, la misma que ahora asumía el rol de madre  de la artista y ya se veía negociando las condiciones del contrato en un mano a mano con el propio Universo (cosa que de llegar a darse no podía traer nada bueno... un cataclismo mundial, la destrucción del planeta, tal vez).

-Pero mamáaaaaaaaa... -había que centrarse en suplicar.
-No.
-Déjame iiiiiiiiiir...
-No.
-Mamiiiiiiiiiiiiii...
-No.
-Es que todos los demás puedeeeeen.
-Pues tú no.
-¿Por quéeeeee?.
-Porque no.

Esto es lo que tiene la infalibilidad pontificia que resulta muy difícil de rebatir. Porque ¿qué se le responde a una madre cuando se te pone a hablar ex cátedra?.

-Pues hoy no como -el plan Gandhi- No pienso comer ni hoy ni nunca. Hasta que me permitáis ir.
-Ja, eso quiero verlo yo -murmuró la Pepi sin que nadie le hubiese dado vela en ese entierro.
-Me pongo en huelga de hambre... -continué ignorando el comentario- … y si muero será vuestra culpa.

Lo cual no era falso del todo, porque si yo no lograba salir de aquella casa antes de que el Sol se pusiese ya podía darme por muerta y bien muerta, vamos, que ni siquiera un poquito no-muerta.

Afortunadamente, tanta anorexia por la tele y tanto niñito africano desnutrido, habían calado en las entendederas de mi abuela, que si ya estaba habitualmente preocupada por el palillo de mi prima Susi (aunque la muy bruja tragase como un 911 carrera), después de mi amenaza, se debía de imaginar que en un par de horas su otra nieta también acabaría en los huesos, arrastrándose por las esquinas, desfallecida de hambre.

-De eso nada, cariño, tú no vas a pasar un día sin probar bocado y menos después de la desgracia de anoche -¡ésa era mi abu!- Vamos a disfrutar de un Primero de Año tranquilo y cuando todos hayamos comido, llamamos a ese hombre con el que vais a firmar el trato para que nos explique con detalle cómo es esto de la grabación del disco. Ahora -añadió clavando en mi madre sus ojos de suegra inflexible- vamos a celebrar todos esta buena noticia.

Por supuesto, nadie rechistó. Si había alguien que podía con una mamá en modo Vaticano ésa era una súper abuela en modo “porque yo lo valgo”. Y es que la Sra. Lola parecía a simple vista un saco de endebles ramitas secas, pero en el fondo era más dura que el Tito MC de Sevilla City. Yiah!

De su mano (la de mi abu, se entiende) la comida transcurrió de una forma amena y controlada y yo la soboreé con total tranquilidad. Me encontraba confiada en que todo se arreglaría en cuanto mi pelo-pincho-lamido se dejase caer para la sobremesa porque nadie conocía mejor que él la razón por la cual era necesario ir a grabar un disco a Nueva York precisamente el 1 de Enero. Y además, MacGyver poseía el don de explicarlo de una forma tan lógica y razonada que seguramente todos acabaríamos preguntándonos cómo alguien podía tener la peregrina idea de hacerlo en cualquier otra fecha del calendario.

En fin, que para qué negarlo, me relajé. Pero no fui la única. Al sentarnos a la mesa, mi yaya había anticipado que aquella tarde celebraríamos el éxito de las Ratas de Medianoche ¡y vaya que si lo hicimos!. Las bajas ascendieron a 6 botellas de vino, 4 de champán y 2 de Oporto. Con lo que, teniendo en cuenta que como menores que no sabemos beber, los adultos “responsables” sólo nos las habían dejado catar, no os sorprenderéis si os digo que cuando el Jonhy entró por la puerta, mis padres estaban dándome lecciones de canto a base de versiones de ABBA (coreografía incluida), mi tía le había robado por trigésimo séptima vez la nariz a mi pobre prima y mi abuela y Tury bailaban boleros mejilla con mejilla por todo el salón.

-¿Estás lista? -me preguntó mi pelo-pincho-lamido ligeramente desconcertado ante tanta sobria “responsabilidad”- ¿Tienes todo preparado?.
-Casi...
-¿Qué te falta?

Pues no os lo creeréis, Siervos de la Noche, pero noté como Jonhdalf fruncía su morro tal que estuviese venteando problemas. Y bueno, sé que hasta ese momento habíamos tenido que salvar obstáculos variados y que en realidad teníamos otro a la vista, pero ésas no eran razones suficientes (o al menos no debían serlo) para que mi fiel ayudante comenzase a desconfiar de mi. ¡Menos después del rumbo que había tomado nuestra relación en las últimas horas! Porque, aviso para navegantes nocturnos, jamás, jamás, jamás, se pone en duda la palabra de una novia (o lo que quiera que pensase el albondiguilla que era yo en ese momento).

-No me falta na’. Sólo un detalle minúsculo, sin importancia...
-¿Detalle?
-En 10 minutos estoy lista.

De nuevo percibí inseguridad en MacGyver y ya me lo veía venir con una batería de preguntas a lo interrogatorio de la Gestapo, cuando mi abuela, para bien o para mal, nos tomó como objetivo en su subidón de Oporto.

-Tan-tán tarará tan-tán tarará,... hip... New York, New York... - su beodez le había inspirado la genial ocurrencia de versionar a “La Voz”.
-Buenas tardes, Sra. Lola.
-¡New York, New York! ¡Hip!...  Tan-tán tarará tan-tán tarará...

Ignorando el saludo, ella continuó bailado como una peonza a nuestro alrededor mientras enarcaba las cejas en dirección del Jonhy segura de que él comprendía que significaba todo aquello.

- ¡New York, New York! … Tan-tán tarará tan-tán tarará... ¡Hip! ¡¡¡NEW YORK, NEW YOOOOOORRRRRK!!!

Y lo peor del asunto no era ni que mi yaya estuviese dejando sordo a Tury a base de cantar a la oreja del pobre infeliz, ni que aquellos gallos desesperados hubiesen sacado a Sinatra de su eterno sueño y ahora el desdichado se revolviese en la tumba buscando la manilla del ataúd. No, lo peor del asunto era que mi abuela, ejecutando la peor versión de la historia de esta canción (y digo ejecutando en el sentido más fúnebre de la palabra), iba confirmarle a mi albondiguilla que yo la había vuelto liar.



-¡Vete! -le urgí a Jonhdalf- ¡Vete y espérame en la estación de autobuses! -al final sus padres no nos prestaban el kk-móvil- Yo me reuniré contigo en seguida.

Su naricilla se arrugó de nuevo presintiendo problemas y como parecía que se negaba a acatar mis órdenes tiré de recurso fácil y le estampé un beso... Más que nada para aturullar.

-De aquí no me muevo hasta que me expliques qué está pasando -por lo visto el beso no había sido tan espectacular.
-Nada. No pasa nada.

New York, New York...

-Jessi...
-Sí, Jonhy.

Tan-tán tarará tan-tán tarará...New Yooouuuoooork...

-¿Por qué no puedes venirte ahora mismo? -New Yoooork...-¿Qué has hecho, Jessi?

Argggggg... ¡Dios!, ¡qué difícil resulta pensar una excusa convincente cuando tu abuela te taladra el oído con Sinatra!.

Empujé a Jonhdalf hacia el porche y entrecerré la puerta a mis espaldas.

-Les conté que nos íbamos esta noche, -susurré para evitar ser escuchada- pero mi madre no me deja que nos vayamos juntos.  A pesar de lo bien que le caes, cree que es demasiado precipitado, sobre todo después de haber perdido la criatura ayer mismo.

Los ojos de mi albondiguilla se pusieron en blanco, pero por su expresión deduje que la bola estaba entrando la mar de bien.

- La única solución es que me escape a hurtadillas, pero tú tienes que esfumarte de aquí si no queremos levantar sospechas.

Mi pelo-pincho-lamido pareció dudar un momento y yo aproveché ese instante de debilidad para doblegar de una vez por todas su resistencia.

-¡Ve! -insistí sacudiendo una mano en su dirección mientras con la otra iba cerrando la puerta discretamente en su jeta- ¡Ve! En cuanto se despisten, les daré esquinazo y te alcanzaré en la estación.
-Pero...

Otro morreo, esta vez efectuado con suma maestría, le perturbó el entendimiento y finalmente cedió a mi voluntad. Se giró lentamente, bajó las escaleras del porche con una sonrisa bobalicona (así de bien besa una) y recorrió el paseo de camelios del jardín de mi abuela con un andar ensimismado.

-No tardes.
-No lo haré.

Sin embargo, aunque yo también deseaba creer que todo iba suceder con suma sencillez, en el fondo de mi corazón sabía que le estaba mintiendo.

Y cuando afirmo que la comida no iba a ser un camino de rosas, me refiero claro, a un camino de pétalos de rosas, porque si hablamos de espinas, entonces sí, mi queridísima tía era un auténtico rosal.

 

-Jessi, hija, que bien se te ve después del aborto.

-Serás tú, tía, que siempre me ves con buenos ojos.

 

Por suerte para el Jonhy, su familia lo acababa de salvar de Pepi&Progenie. Más feliz que unas castañuelas se había despedido de mi con un hasta pronto cargado de significación y, después de sacudirme otro repaso de empastes que me despejó cualquier tipo de duda sobre el concepto de noviazgo que manejaba la mente de mi albondiguilla, había cogido la puerta, derechito para su casa, a comer tranquilamente y a decirle a sus padres que salía de escapada romántica ese mismo día conmigo.

 

Su versión, como os habréis percatado sagaces Siervos de la Noche, iba a diferir un poco de la mía, más que nada, por cuestiones prácticas. A mis padres no se les pasaba por la imaginación que yo durmiese una noche con un chico sin vigilancia paterno-familiar (por muy yerno albondiguilla que fuese) y a los suyos, dado que tampoco entendían eso de la emotividad Emo, nada les haría más ilusión que disipar la incertidumbre y confirmar que su hijo era un machote heterosexual, plantador de semillitas, más viril que un semental de toro de lidia... Sorprendente, lo sé, pero ¡¿cuándo he dicho yo que el cerebro de nuestros progenitores hubiera asimilado la entrada en el siglo XXI?!

 

-Entonces, ¿tú y Jonhatan estáis saliendo juntos?.

-Sí -contesté secamente a mi prima, que mira tú por donde había decidido sentarse a mi lado.

-Pero, lo de Jonhatan aún es reciente, ¿no?.

-Sí.

-Empezaste con Jonhatan anoche, ¿verdad?

-Ajá.

-O sea que esta relación tuya y de Jonhatan está en fase de prueba, vaya, que aún no es formal, formal, ¿no es cierto?

 

Me detuve un momento para decidir que contestarle a la repelente de mi prima, que por pertenecer a la parentela directa, no una advenediza como la Pepi, se merecía algo de condescendencia por mi parte. Lamentablemente sólo se me ocurrían dos opciones y ninguna era lo suficientemente sútil como para no romper algún que otro lazo familiar:

 

a) ¿Jonhatan?, Ya no digo pelo-pincho-lamido,pero... ¿en serio? ¿Jonhatan?. ¡Que la última vez que lo llamaron así fue en clase de filosofía! Y si Johnny Depp no es Jonathan, mucho menos el pringado de MacGyver.

b)¡Un poquito de dignidad mujer! Que no es muy elegante abalanzarse sobre el novio de tu prima con las bragas en la mano.

 

-¿No es cierto? -insistió Susi al ver que me quedaba en Babia analizando como era posible que yo compartiese con ella tan poco material genético, tan poca clase, tan poco saber estar y tan poca grasa, digo gracia.

-No, no es cierto -mejor desechar las posibilidades anteriores y tirar pa’l monte como las cabras... por el bien familiar- La verdad es que los dos siempre nos hemos amado apasionadamente y hasta ayer por la noche no habíamos conseguido sincerarnos y declararnos nuestros respectivos sentimientos. De hecho hemos decidido...

 

Y justo cuando ya había encontrado el momento adecuado para soltar la elaborada (por no llamarla estúpida) teoría de mi albondiguilla, va la Pepi y me interrumpe con su habilidad para provocar conflictos internacionales.

 

-Sí, hija, -comenzó a explicar a la Susi- ahora tu prima ya está saliendo con Jonhy y nunca más se va a apartar de su lado. Va estar con él siempre, siempre, siempre. No se va a separar de él jamás.

 

No me negaréis Siervos de la Noche que diciéndolo así parecía que yo me hubiese convertido en garrapata y que ni con agua hirviendo me pudiesen despegar de MacGyver. Algo paradójico tanto más cuanto de los presentes precisamente yo era la que menos sangre llevaba dentro.

 

-Dentro de poco, el amor que se tienen llenará de luz y alegría nuestra familia... -la voz de mi tía sonaba ahora más irónica que nunca- ...un nuevo pequeño correteará por los pasillos de esta casa y la boda correspondiente bendecirá el recién creado hogar.

 

El hecho de que la predicción fuese expuesta en este orden no pasó desapercibido, pero nadie pudo intervenir porque la Pepi seguí cavando su propia tumba a velocidad y sin descansos, de forma que no dejaba ni un huequito para interrumpir.

 

-Hija, en el mundo existen mujeres como Jessi,... -¿qué?, ¿Jessi qué?- ...cuya principal ilusión es casarse, tener retoños, mantener bien limpio su pisito. Y luego existen mujeres como tú... -¿desesperadas, roba novios?-... que además tienen otras aspiraciones en la vida: llegar a ser una gran bailarina de ballet, una ingeniera aeronáutica, ir a la Luna...

 

¡Ja! ¡Ir a la Luna!. ¿Había escuchado bien?, ¿¡IR A LA LUNA!?. La única manera de que Susi viajase a la Luna era con uno de los tripis que su mamá se había tomando para desayunar. Pero, ¡venga ya! ¿qué le pasaba a esta mujer?, ¿es que acaso había confundido el bote de antidepresivos con uno de Lacasitos?, ¿o se había acabado la lata de semillas de amapola mientras preparaba el bizcocho de hoy?

 

-Pues como iba diciendo... -retomé la batuta de la conversación porque yo aún debía anunciar mi partida junto al albondiguilla y, para qué negarlo, la Pepi ya había hablado bastante-... Las Ratas de Medianoche vamos a aceptar un acuerdo con una casa discográfica -tal vez la coartada de mi MacGyver necesitaba un poco de aderezo- y el Jonhy ha decido acompañarme durante la grabación del disco.

 

Se hizo el silencio para dar paso a un momento de conmoción y admiración generalizada, que he de admitir que me levantó el ego (no siendo yo engreída ni nada por el estilo). Sin embargo lo que más ilusión me hizo fue comprobar que no sólo le había cerrado la boca a mi tía, sino que después le había descolgado la mandíbula hasta el ombligo, donde mismamente le hacían compañía sus dos ubres de vaca.

 

-¿Y cuándo te has enterado?, ¿cuándo te dieron la noticia, niña?.

-Hoy mismo, abu, mientras preparabas la comida -todos los ojos me seguían con tanta expectación que no pude resistirme a darles detalles- Vane me llamó al móvil sobre las 12 de la mañana y aunque yo no me encontraba bien después del duro golpe de anoche -a ver si eso quedaba claro de una buena vez- acabé contestando a causa de su insistencia. Cuando al fin descolgué me la encontré toda loca con lo que le acababa de pasar...

-¿Qué fue, qué fue?, ¿qué le pasó?, ¿un robo?, ¿un atraco? -recordaréis que la Susi no era un paradigma de inteligencia.

-La acababan de llamar para queeeeeee... ¡Las Ratas de Medianoche grabásemos un disco!.

 

A pesar de que el final del cuento era conocido por todos, varias exclamaciones se escaparon entre la concurrencia.

 

-¿Con qué sello discográfico dices que habéis firmado? -la Pepi todavía parecía pensar que habíamos salido de un mal casting de American Idol.

-Con uno de los más importantes...

-¿O sea?

-... Universal.

 

 

 

Lo sé, lo sé. No me juzguéis mal, Siervos de la Noche, sé que podría haber dicho cualquier otra compañía más pequeñica y creíble, pero no se me ocurría ninguna y ¿qué habríais hecho vosotros en mi lugar?.

 

-Vayaaaaaa... Universaaaaal -la tía bruja se sonreía mientras lo repetía- Universal, ni más ni menos.

-Pues sí, Universal. Y estamos todos increíblemente emocionados con la noticia, lo malo es que debemos partir esta misma noche hacia la capital.

 

Varios “ohs” más se dejaron oir.

 

-¿Capital?, ¿de la provincia? -apuntilló con sorna la Pepi.

-No. Del mundo. Nos vamos a Nueva York.

 

Y aquí, lo reconozco, se me fue la mano, pero tanta incredulidad sacaría de quicio a santo. Sin embargo ni se me pasó por la cabeza rectificar la bola. A fin de cuentas todos estaban contentos, rodeándome mientras me felicitaban por la noticia y daba pena provocarles un decepción tan grande.

 

-¡DE ESO NADA! -vaya, ¿quién se atrevía a poner en duda mi historia?- Mi pequeña no se va hoy mismo a Nueva York y menos sin conocer al directivo del Universo ése con el que va a firmar el contrato.

 

Día 6 de Enero

 

Pues ya veis, aún estamos aquí y después de lo que ha tenido lugar estos últimos días puedo concluir que las cosas no siempre salen exactamente como uno las planea, a veces incluso salen más exactamente de lo que las habías planeado. ¿Y eso es bueno? Pues no lo se. Pero como he dicho, aún seguimos aquí, que tal y como pintaba la situación no es poco.

 

 

El día 1 de Enero mi albondiguilla, que había pasado lo que quedaba de noche vigilando mis constantes vitales, o lo que es lo mismo, durmiendo cual oso asmático en el sofá de la habitación de mi padre, me despertó a eso de las 12 a.m. con sus ronquidos de atento vigilante de constantes vitales. Abajo, en la cocina, se escuchaba el trajinar de mi abuela con cazos y perolas típicamente previo a una comida familiar, la cual, como mandaba la tradición de primero de año, estaría formada por los restos de la cena anterior (que dan para alimentar a una familia de leones desnutridos durante un mes y a una como la mía, un par de días) además de algún que otro postre casero que mi madre y la tía Pepi hubiesen preparado para esa competición de repostería que se traían de forma encubierta entre las dos.

 

Fuera, la lluvia volvía a arreciar reinando en el clásico día invernal de pijama, zapatillas y cobija frente al televisor. Sin embargo, en lugar de aprovechar mi convalecencia para remolonear dando vueltas bajo las mantas calentitas asumí mi responsabilidad como jefa de la manada y asomé la naricilla sobre el inmenso edredón nórdico de la cama de mi padre.

 

Lo primero que vi bajo la tenue luz que se filtraba a través de las persianas fue la inmensa bocaza de mi pelo-pincho-lamido, abierta de par en par cara el techo como si fuese un gigantesco agujero negro a punto de engullir la habitación al completo sin pararse a eructar siquiera.

 

-... nnnNNNNNNGGGGGRRRRRRRRRrr... pssssss... nnnNNNNNNGGGGGRRRRRRRRRrr... pssssss... nnnNNNNNNGGGGGRRRRRRRRRrr... pssssss... ngr... ngr...

 

Era evidente que dormía a pierna suelta. La noche anterior había estado llena de emociones para él y seguramente ahora se encontraría reviviendo intensamente todo lo sucedido, de ahí su cara de feliz satisfacción (no todos los días se besa a un pibonazo como yo). Por este motivo y porque tampoco es que el chico me fuese a servir de mucho, decidí concederle algunos minutos más de disfrute, de forma que él se recrease con mi cuerpo de infarto y mi dulce forma de besar y yo pudiese recapitular todos los acontecimientos que habían ocurrido esta Noche Vieja sin tener al Mago Jonhdalf estresándome continuamente con el rollo de trazar un plan de escape principal, un plan B secundario, otro plan de reserva y, ya en faena, por qué no otro para evitar la extinción del elefante africano.

 

Total, que lo abandoné en brazos de Morfeo (no en los del grupo, que sería demasiado cruel, sino en los del dios griego que al menos tiene la delicadeza de no cantar) para, muy lentamente, incorporarme de la cama con un ligero aturdimiento de cabeza. La habitación comenzó entonces a darme vueltas y necesité esperar unos segundos antes de que mi cerebro fuese plenamente consciente de su verticalidad, de manera que traer el portátil desde el escritorio de mi padre hasta la cama no supusiese un riesgo para mi integridad física.

 

En el viaje de ida invertí bien unos 10 minutos y aborté el de vuelta porque mi presencia de ánimo viraba tanto a babor y a estribor que ya no veía por donde andaba yo ni donde estaba el portátil. Después, bien ancladas mis posaderas frente al teclado, le dediqué 5 minutos a contestar correos de algunos Siervos de la Noche fieles seguidores de este blog y tan sólo otros 5 a subir el post del día (que con todo lo que me había pasado bien hubiese podido tirarme meses con él). Total, que al cabo de un poco más de un cuarto de hora y gracias a la velocidad de vértigo de mis dos dedos índice, ya me encontraba liberada para diseccionar nuestro problema y buscarle una solución.

 

Abrí un nuevo doc en el ordenador y tecleé:

 

PROBLEMAS:

1) Titina, nueva alcaldesa (aún por confirmar).

2) Juicio de chupasangres (siempre que la versión de Titina se vuelva oficial).

3) Falta de sangre (la mía, evidentemente).

 

SOLUCIONES:

a) Demostrar que la historia de Titina es un fraude.

b) Luchar y exterminar a todos los vampiros de la región.

c) Huir tan rápido como nos permitan nuestras patitas de ratas cobardes.

 

-La c) es la mejor opción.

 

Mi albondiguilla, quien al fin había abandonado su fase de marmota en coma, asomaba sobre mi hombro derecho cotilleando con descaro lo que bien hubiese podido ser un correo personal.

 

-Sabes que no sólo es feo leer información privada sino que además es ilegal -le solté a lo fiscal del distrito de muy mala leche ante tanto atrevimiento.

-Lo sé. Pero estoy seguro que no he leído nada que al final no acabes publicando a los cuatro vientos desde tu blog.

-Eso no lo podías saber a priori -añadí con tono de “protesto señoría”- ¿Y si hubieses visto algo más íntimo?

-No creo que hubiera sido más íntimo que lo que tuve que depilar ayer mismo -el Jonhy sabía como conseguir avergonzarme en una milésima de segundo- Y te puedo garantizar que no lo hice con los ojos cerrados.

 

¡Quién lo diría! Porque tal y como había quedado ese pequeño asuntillo, cualquiera creería que me había depilado un ciego con dos muñones por manos. Pero me abstuve de comentar nada más. No porque me encontrase demasiado floja para decirle un para de cosas bien dichas, sino porque en realidad no estábamos allí para discutir sobre su capacidades como esteticista.

 

-¿Entonces tú crees que lo mejor es que nos vayamos de aquí? -retomé como un buen líder el tema que tenía verdadera importancia- Estaríamos abandonando nuestras vidas sin saber si realmente estamos en peligro. ¿Y si Titina no es nombrada Alcaldesa?, ¿o si nadie se cree su versión?.

 

El Mago Jonhdalf se había apoyado sobre el escritorio sin llegar a sentarse y desde allí clavaba sus ojos azules en el suelo con tal intensidad que parecía que le quisiese quitar el polvo, así como haría Anthony Blake, sólo con la mente.

 

-¿Te jugarías la vida en ello? -me respondió mirándome al fin.

 

Y esa pregunta zanjó cualquier posible discusión.

 

-Supongo que no.

 

A partir de ahí, toda nuestra conversación comenzó a girar en torno a pequeños detalles como cuál sería el lugar dónde íbamos a ocultarnos por un tiempo, cuánto sería ese tiempo, cómo obtendríamos el dinero necesario para desaparecer de circulación y, sobre todo, qué explicación le daríamos a nuestras respectivas familias. Porque NO, eso de que una vampiresa loca pretendía matarnos no era una excusa válida para un No-Siervo de la Noche corriente y moliente.

 

Organizarlo todo con tanta prisa resultó bastante complicado. Más que nada porque MacGyver se encontraba igual de atacado que si acabase de vaciar toda la producción farmacéutica de una fiesta “rave” y cada pequeña aportación mía era, por su parte, descalificada y rebatida con un mar de argumentos. Por añadidura, él solito se planteaba dudas trascendentales sobre los más insignificantes pormenores, ya no sólo del plan de huida, sino de la historieta que le íbamos a contar a nuestros padres. Con lo que al final ésta resultó, por eso de haber sido trazada en la insulsa mente de mi albondiguilla, además de sosa, también humillante.

 

 

A eso de las 2 de la tarde, después de mucho tira y afloja, acepté su estúpida versión de la bola que íbamos a presentar en sociedad y bajé a comer al salón entre resignada y furiosa, no completamente segura de que mi familia se fuese a tragar que MacGyver y yo arrancábamos ese mismo día un viaje para darme a conocer a toda su parentela. Exactamente como si la que suscribe fuese una cabeza de ganado mayor y el albondiguilla un criador de vacas, de feria en feria por toda la comarca.

 

-Tu madre acaba de llamar, Jonhy -anunció mi abuela- Ha dicho que te vayas inmediatamente para casa porque llevan media hora esperándote para comer.

 

Según parecía me iba a tener que encargar yo solita de hacer el comunicado y los ojos de urraca avispada de la tía Pepi me sugerían que no se iba a tratar de un camino de rosas precisamente.

 

 

Echarle un ojo a mi ex-amante vampiro me sirvió para admitir que se le veía bastante alicaído (a causa, muy probablemente, de tener que pasearse por el vecindario como Travolta en los 70) y acojonado (sin duda, culpa de los nudillos de la Sra. Lola). En cualquier caso, lo que se dice pinta de estar loco de amor por mi, o ligeramente encariñado conmigo, tener no tenía.

 

Alguna mirada poco amistosa que me echó de reojo y la inclinación que comenzó a tomar su cuello a medida que yo me acercaba a él (así, como si a la cabeza no le importase huir por su cuenta), me reafirmaron en la convicción de que mi murcielaguillo no me quería.

 

¡Y, llamadme tonta, pero me dolió! Estaba claro que aún estaba colgada por él, ¡mi adorable Edward particular!. A pesar de todo lo que me había hecho, a pesar de la cantidad de veces que me había ignorado, humillado, despreciado e incluso traicionado. A pesar de todo eso, mi corazón todavía se enternecía con su presencia. El pobre latía tristemente sin poder hacerse a la idea de que se habían roto los alocados sueños de amor en los que yo nos veía paseando de la mano por la noche, yendo juntos a la disco o presentándoselo a mis amigas como mi nuevo novio vampiro... Infinitamente mejor que el ligue universitario que se había echado la Vane el Fin de Año pasado. Mucho más interesante y, desde luego, muchísimo más oficial. Eso sí, no podía desinfectar heridas con su aliento a ron añejo, pero al menos distinguía si le estaba metiendo mano a una tía o haciéndole un tacto rectal a una vaca.

 

En fin, que resumiendo, yo todavía sentía algo por Ervigio. YO todavía estaba enamorada de él.

 

El MacGyver besuqueador se me aproximó por la espalda y, con la dulzura almibarada con la que me venía tratando desde el momento "Beso" de la noche, apoyó su mano sobre mi hombro.

 

-No nos sirve para nada -me susurró por lo bajo- Titina nunca lo aceptaría a cambio de nuestra absolución y mantenerlo junto a nosotros contra su voluntad lo único que conseguiría es ponerlo en peligro, además de obligarnos a cargar con el muerto cuando nos esfumemos.

 

Brrrrrrrr... Me fastidiaba tener que admitirlo, pero el albondiguilla tenía razón. Evidentemente no en lo del intercambio ni en lo de cargar con mi murcielaguillo (comentarios, ambos, francamente vampirófobos). En lo que sí estaba acertado era en que retener a Ervigio al lado de unos foragidos, perseguidos por la ley y condenados a muerte era casi asesinarlo con mis propias manos y si de algo puedo presumir es de ser una persona completamente desprendida.

 

-Dejadle ir -me iba a costar un riñón superar este gran amor, pero debía poner punto y final a nuestra historia- Sí, sí. Que se vaya.

 

Por más que yo lo repetía, allí nadie se acercaba a desatar a un Ervigio que me observaba entre atónito y desconfiado. Al parecer la parentela estaba petrificada de lo perpleja que la había dejado mi acto desinteresado (es evidente que la gente, en estos días, no está hecha a grandes gestos altruistas).

 

-Sí, sí, sí. Soltadle.

-¡¿Pero estás segura, hija?!

-Sí, abuela -insití con voz firme y determinada.

-Entonces, ¿no hay boda?.

-No, mamá -corroboré mientras llevaba el dorso de la mano a mi frente que comenzaba a chorrear sudor frío con tanta preguntadera.

-Que si es porque se niega, yo lo obligo.

-No, papi, no es por eso -unas chiribitas me indicaron que se avecinaba otra oportunidad de lucirse para Johndalf "El lenguaraz".

-¿Y qué piensas hacer con tu hijo?, ¿vas a dejar que crezca sin padre?

 

Las rodillas comenzaron a batir una contra la otra y de nuevo la debilidad a causa del desangramiento amenazaba con dejarme a merced de un albondiguilla sobón (habilidoso, sí, pero sobón a fin de cuentas) que ya me tomaba por el codo en previsión de ser el primero en ayudarme con su particular reanimación.

 

-Lo he perdido -contesté al fin a mi abuela.

-¿En el bosque?. ¿Los has dejado en el bosque?... ¿Pero si todavía no ha nacido? -la Susi, siempre un dechado de perspicacia.

-Un aborto -comenzó a explicar mi yaya- Tu prima ha sufrido un...

 

BloooOOOOOOOOOMMMmMmMmMmmmm...

 

No alcancé a oir nada más. Uno rebumbio atroz entorno a mi, que había caído al suelo como una suave pluma de ganso, y frases sueltas aquí y allá aturullaron mi mente impidiéndome hacerme con la situación hasta que, lo que deberieron ser un par de minutos después, comencé a tomar nuevamente conciencia de la realidad.

 

-Perdió mucha, mucha sangre... -oí decir al Jonhy, quien, extrañamente y hasta donde yo podía recordar, no me había tocado ni un pelo- Comenzó a sentirse mal y por eso volvimos...

 

Mi pelo-pincho-lamido parecía estar respondiendo a preguntas que yo no entendía con claridad.

 

-Sí, sí... Ervigio... Sí, sí, ella ya lo dijo... liberadlo... No, no le quiere... Nosotros estamos saliendo juntos... Esta noche... Sí... Jessi me besó.

 

Maldita sea, ¿es que a este albondiguilla no le iba a quedar claro jamás? YO NO LO HABÍA BESADO. ¿Era un concepto tan difícil de entender?, ¿la mente de mi MacGyver estaba blindada para aceptar que no me moría por sus huesos?. ¡Por Dios! Si tan sólo me bastasen las fuerzas para mandarlo a... a... a...

 

-a... aaaarrrgggg...

 

A paseo traté de decir, que estando con mis padres no se me ocurriría pronunciar nada más soez. Pero ni aunque lo hubiese mandado directamente a la mierda, allí nadie me hubiese hecho el más mínimo caso. ¡Es lo que tiene el Jonhy! ¡El chaval es un queda-bien! Y en mi familia lo tratan con tal devoción que cualquier día se animan a saltar la verja de su casa y hasta lo sacan en procesión. Así que ahora, que se suponía que estábamos saliendo juntos, podéis imaginaros como todos irradiaban alegría (que a mi abuela sólo le faltaba aplaudir con las orejas) y eso que "su niña" acababa de sufrir un aborto.

 

-¡¡¡AAAAARRRRRRGGGGG!!! -gemí como una búfala parturienta- ¡¡¡AAAAAAAARRRRGGGGG!!!

 

Las congratulaciones y demás expresiones de felicidad se frenaron en seco dando paso a un silencio de incertidumbre.

 

-¡Es Jessi! -vaya por Dios, si es que hasta se habían olvidado de mi- Jessi está volviendo en si.

-Aaaarrgggg... Espero no molestar... Ainsssss...

 

Por lo que se veía, lo estaba haciendo. Me habían levantado del suelo (solo faltaría que me hubiesen dejado allí tirada), me habían zapateado sobre el sofá, me habían puesto las piernas en alto y, antes de ponerse a festejar mi nueva relación, habían liberado a Ervigio.

 

-¡¿Qué?! -grité.

-¿Qué de qué?, cariño.

-¿Y Ervigio?

-Lo hemos dejado ir, amor.

-Pero, ¡¿por qué?!

-Porque tú nos lo pediste.

 

Menuda explicación. Porque yo se lo pedí, ¡porque yo se lo pedí!. Yo había pedido muchas cosas a lo largo de toda mi vida y ésta era la primera a la que mis padres accedían con tanta celeridad. ¡Ojalá hubiesen sido igual de rápidos cuando les había pedido mi primer Iphone!, ¡o cuando les había suplicado una scooter Typhoon (moto por la que aún seguía esperando)! ¡Pero no, nada de eso!. Ahora bien, les comentaba que no sería mala idea que soltasen a Ervigio y, como ya se encontraban prácticamente distribuyendo las mesas para mi bodorrio con el albondiguilla, lo dejaban marchar como si tal cosa.

 

-¡Si es que aún no lo he superado! -musité- Lo haré. Pero no esta noche... Algún díaaaaa...

 

 

Todos me miraban entre patidifusos y desconcertados, sin saber si ir tras Ervigio para traérmelo de vuelta o si llevarme directamente al manicomio por no estar perdidamente enamorada del Jonhy. Al fin, éste último les dio la pauta a seguir.

 

-Está confusa, la pobre, y no sabe lo que dice -a mi alrededor las cabezas asentían con alivio- Ha perdido una cantidad de sangre considerable y ahora necesita beber mucho y descansar todo lo que pueda.

- Tal vez deberíamos llevarla al hospital -sugirió mi abuela.

-¡No! -atajé antes de que descubriesen mi no-embarazo, la regla y una inexplicable pérdida de sangre- Ya me encuentro mucho mejor. Con dormir un poco será suficiente.

 

Un instante de duda generalizada.

 

-La acompañaré hasta que sus constantes vitales se restablezcan.

 

Ahí estaba el pelo-pincho-lamido utilizando palabros de los que un futuro suegro se pudiera sentir orgulloso, aunque, en realidad, lo más cerca que hubiese estado de estudiar medicina hubiese sido leer el prospecto del Betadine.

 

Y sin embargo... No había nada más que hablar. El zampa-donuts de mi amigo (ahora doctor, mañana ingeniero de la NASA) había dictaminado, con su gran ojo clínico, que descanso y agua eran suficientes para mi, lo mismito que para un caballo del Pony-Express, y la familia al completo se había prestado a trasladarme, rápida y veloz como un rayo, a la antigua habitación de mi padre. Sitio desde donde hoy, primero de año, os escribo estas dramáticas y, quizás, últimas líneas.

 

Porque, ¡ay, siniestrísimos Siervos de la Noche!, ¿qué va a ser de esta pobre mortal?. ¿Qué me deparará el futuro?, ¡¿qué pasará cuando el Sol se ponga?!. ¿Conseguiré reponerme antes de que Titina se pase por aquí?, ¿llegaré a ver el amanecer del día 2 de Enero?...

 

No lo se, pero si no volvéis a tener noticias mías, ¡por favor!, dedicadme alguno de vuestros más tristes y EMOtivos pensamientos.

Noté que esperaban que me pronunciase, pero ¡vaya!, aunque no voy a decir que no me gusta, la verdad es que tanto protagonismo abruma.

 

-Errrggggggg...

-¿Qué hacemos, Jessi? -chirrió la voz de mi prima Susi que al parecer aún seguía viva- ¿Qué hacemos con él?

 

Inconscientemente miré al albondiguilla preocupada por su integredidad física. Bien era verdad que me había metido mano en el bosque más de lo que la moralidad familiar permitía (públicamente), pero de ahí a procesarlo por ello, tampoco me parecía justo. Sin duda, todo aquel asunto debía ser cosa de la tía Pepi, que aún rezumaba pelusilla por los cuatro costados.

 

-Sólo fueron unos besitos inocentes.

-¿Cómo que sólo unos besitos inocentes? -mi madre estaba increíblemente alterada.

-Sí, sí. En realidad ni siquiera me gustaron. Apestaba a ajo.

-Jessi, por favor, ahora no trates de defenderlo. Todos sabemos que el tema no se quedó en unos simples besitos castos.

 

¿Cómo rayos se habían enterado?. Alguien debía de haberse topado con nosotros en el bosque y, en lugar de ayudarme a salir de allí, únicamente se había dedicado a espiarnos y esperar a que regresase a casa al borde del desfallecimiento.

 

-Vaaaaale... -una vez pillados, para qué negarlo-... También me magreó un poco las tetas.

 

Noté como el Jonhy me daba una patadita en el tobillo tratando de evitar que confesase una verdad que a todas luces era conocida por la familia al completo. Si se avergonzaba de lo que había hecho que lo hubiese pensado antes de aprovecharse de mi inocencia.

 

-¡Pero yo estaba inconscienciente!

-Claro -mi padre aulló llevado por una furia de mil demonios- ¡Fue ahí cuando aprovechó para preñar a mi pequeña!

 

¿Preñar a su pequeña? Mi albondiguilla se había propasado amasándome como a una empanada, pero de ahí a hacerme un bombo. ¡Hombre!, no se... Aunque el chico sea más rápido que Usain Bolt algo tenía que haber sentido yo, ¿no?.

 

-Juraría que el JonhyiiiiiIIIIIIIIIII!...

 

Una coz del aludido interrumpió mi alegato en su defensa dejándome la canilla dolorida y a toda la familia más en ascuas que si estuviesen de cháchara con la Sra. Fletcher.

 

-¿El Jonhy?. ¿Qué tiene que ver el Jonhy en tu embarazo? -preguntó intrigada la tía Pepi mientras el resto posaba inmediatamente sus ojos sobre él- ¿No se supone que el padre es Ervigio?. ¿O es que también te has acostado con tu amigo?. Quizás... -añadió dirigiéndose a mi madre-... antes de decidir qué hacer con Ervigio habría que averiguar cuántos chicos se ha llevado tu hija a la cama -y al dar la puntilla con esta última frase, la venganza le brilló en los ojos.

 

¡Ahora caía en ello!. No me había fijado antes, pero sentado al fondo del salón, maniatado a un silla de madera y todavía vestido a lo Tony Manero, estaba el padre de mi hijo: Ervigio I, El Desgraciado. El desgraciado que me había abandonado a mi suerte después de calentarme las orejas con mil promesas de amor y obtener lo que andaba buscando de mi... Y vale con que quizás no eran ni mil promesas, ni tampoco de amor, pero su traición me dolió mucho más que si realmente se hubiese llevado mi virginidad a cambio de dejarme como un barrilete.

 

-Yo no tengo nada que ver el embarazo de su sobrina. Absolutamente nada. -se apresuró a aclarar el mago Jonhdalf que a esas alturas perdía agua a través de la transpiración a un ritmo frenético.

-Pues claro que no, cariño -intervino mi abuela Lola- Todos sabemos que eres buen chico, que nunca te aprovecharías de nuestra pobre Jessi. Sin embargo, ¡éste! -y al tiempo le dio un collejazo a Ervigio- Este sinvergüenza se ha llevado la honra de mi niña y ahora no quiere hacerse cargo de su hijo.

-Señora, yo no...

-¡Calla! -otro collejazo interrumpió al murcielaguito traidor- Si no llego a encontrarte en el bosque corriendo como alma que lleva al diablo, ¿en dónde estarías a estas horas?. Menos mal que tu yaya -añadió dirigiéndose hacia mi- aún tiene reflejos y, nada más verle, le aticé con la escopeta empleando toda la fuerza que esta desvalida anciana tiene.

 

Mientras relataba todo esto, Ervigio analizaba sus pinreles con la misma resignación con la que un preso recorre el corredor de la muerte.

 

-Lo peor de todo es que aún tendido en el suelo trataba de huir diciendo no se qué de que el Alcalde lo iba a matar si no lo encontraba en el Fiesta de Fin de Año, que en el fondo también daba lo mismo porque a lo mejor se lo cargaba igualmente y que ya puestos que acabase yo con él. ¡Hija!, yo no se si tu novio está chalado de verdad o es todo teatro, pero créeme que ganas de hacerte madre soltera no me faltaron -a esas alturas de la batalla mi abuelita estaba francamente excitada- Puedes dar gracias a Dios de que me limitase a dejarlo inconsciente, culatazo en el colodrillo mediante. ¡Unos años atrás, no hubiese respondido de mis actos!. ¡CANALLA!, ¡SÁTIRO!, ¡DESGRACIA JOVENCITAS! -otro nuevo capón cayó gratuitamente sobre el craneo curtido de mi ex-ratilla-voladora.

 

Con lo que así estaban las cosas: Sir Thomas muerto, Titina de Alcaldesa planeando nuestra ejecución, yo (teóricamente) embarazada y el (teórico) padre de mi hija (por preferir, ¡que sea niña!) retenido en aquel salón a base de mamporrazos de mi enfurecida yaya.

 

-¿Entonces qué vais a hacer con él? -inquirió, Dios sabe con qué intención, mi tía, la asalta-cunas.

-¡MATARLO! -gritó mi padre que desconoce el término medio.

-¡Casarlo con Jessi! -corrigió mi madre que está deseando lucir yerno por el barrio.

-¡Obligarlo a que se responsabilice de mi bisnieto! -puntualizó mi abuela haciendo un alarde de modernidad.

-Que no es mío, señora...

-¡CALLA, DESALMADO! -otro coscorrón silenció a mi ex-adorable-murcielaguito.

-¿Y bien?

 

No cabía duda de que la Pepi insistía en el tema movida por un interés personal-sexual-fetichista en Tony Manero, pero lo cierto era que, fuese como fuese, había que resolver aquella misma noche qué se hacía con Ervigio.

 

¿Quería casarme con un individuo que me había traicionado?

¿Quería que me conviertiese en vampiro un chupasangres no-cualificado que podía matarme en el intento?

¿Quería rematarlo yo de una buena vez?

 

Un montón de dudas y ninguna respuesta fácil... Si al menos supiese si él me amaba.

 

Pero esta vez el ajo no fue suficiente para provocarme siquiera un ligero vahído. Al final lo único que logré con aquella maniobra suicida fue experimentar, en plena posesión de mis facultades, todas las artimañas amatorias de un claramente desatado albondiguilla, que si no llevaba meses sin mojar, llevaba años. Lo que era evidente es que venía con hambre acumulada durante mucho tiempo.

 

-Hay que parar, Jessi -me dijo como si fuese yo la interesada en seguir con todo aquel tejemaneje- Tenemos que regresar a casa de tu abuela y me temo que no va a ser coser y cantar.

 

Con mucha dulzura me separó de su lado dejándome más flipada que un lemur adolescente en un sex-shop y, cuando ya estaba a medio camino de levantarse del suelo, lanzó un profundo quejido y cayó de rodillas junto a mi.

 

-Ahhhhhhhh... el culo.

 

¡Tanto morreo me había hecho olvidar el inocente balazo que le había endosado en plena cacha a mi albondiguilla!. Sin mencionar el posterior, pero igualmente doloroso, mordisco de Mariposita.

 

-No se cómo vamos a lograr salir de este bosque –añadió en tanto que analizaba las sombras que nos cercaban- Quizás si voy a buscar ayuda solo...

 

¡Ja! ¡que sí!. Que se iba a pirar él solito mientras yo me quedaba en la escena del crimen tan pancha, no fuese que a Titina se le ocurriese, por un casual, saltarse a la torera el trato y no hubiese nadie para recibirla cuando regresase antes del amanecer con una muchedumbre de vampiros enfurecidos.

 

Rápidamente lo así con fuerza por el cuello de su camisa.

 

-¿Otro beso? -me preguntó el presuntuoso de mi amigo- No crees que ya han sido suficientes por esta noche -añadió acariciándome la mejilla con condescendencia- Ahora tenemos que salir de aquí, pero a partir de mañana tendrás cuantos quieras.

 

¡Qué ganas de tirarle a bajo aquella pretenciosa sonrisa de satisfacción!, ¡qué ganas de borrarle el engreimiento de sus engreídos ojos azules!

 

-Tus besos no me interesan -la mala baba me sacó fuerzas de donde no las había- No los quiero ni ahora ,ni mañana, ni nunca. Me desmayé porque aún me encuentro muy débil... -frené la diatriba para tomar aire y recuperar energías-... y tu aliento apesta a langostinos al ajillo. Además, no fue la emoción lo que me dejó sin respiración, fuiste tú que no me dejabas abastecerme de oxígeno con tanto mua-mua-muá.

 

El pelo-pincho-lamido sonrió benévolamente mientras yo remedaba su forma de besuquearme completamente desquiciada a causa de la estúpida expresión de indulgencia que no se le borraba de la cara. ¿Es que no me creía?.

 

-Tú también me besaste -dijo interrumpiendo mi frenético lanzamiento de besos al aire.

-Pues, claro que sí -grazné perdiendo el control de mi voz- Era la forma más rápida de morir, en vista del acuerdo que habías logrado con Titina.

-Y ahora has tratado de hacerlo de nuevo -añadió con un tonillo de ironía.

-¡NO! -¿cómo podía ser tan vanidoso?- ¡Ahora te he detenido para que no me dejases aquí sola!

 

La piñata del Jonhy brillando al completo en la oscuridad me indicó que ésa no había sido una respuesta acertada.

 

-Así que ya me echabas de menos, ¿eeEEEehh?

 

Bufé desesperada ante semejante frontón de autocomplacencia y, visto que no iba a sacar nada bueno de aquello (mucho menos al albondiguilla de su error), extendí mi mano hacia él y le dirigí un "ayúdame a llegar a casa de mi abuela" que no ofrecía más que una opción: ayudarme a llegar a casa de mi abuela.

 

Contento como unas castañuelas (es lo que tiene creerse más irresistible que Robert Pattinson y Taylor Lautner juntos) el Mago Johndalf pasó presto mi brazo sobre su espalda y lentamente me asistió en la laboriosa tarea de ponerme otra vez en pie.

 

¡Pena que toda aquella alegría no le durase más que un segundo!. Fue dar un paso apoyada sobre su solícito hombro, demudarle el rostro y plantársele una nube negra sobre su otrora feliz cabezón.

 

-No se por qué tienes tanto interés en convertirte en vampiro -así comenzó un discurso de lo más cenizo- Mira la de problemas que nos ha traído. Todo desgracias. ¿Y para qué?

 

Lo miré esperando la respuesta porque aunque no habíamos avanzado siquiera diez metros estaba completamente exhausta. Aquello pintaba un paseo interminable.

 

-¿Para qué? -insistió- ¿Para transformarte en un ser que no puede ver el Sol?, ¿que nunca podrá dar un paseo a la luz del día? ¿que siempre tendrá que vivir en la oscuridad? ¡Siempre! No una semana, ni un mes, ni siquiera una vida. Eternamente. Miles y miles de vidas humanas moviéndote en la noche. ¿Merece eso la pena?

-Si no vas a morir nunca... -repliqué.

-¿Y eso es bueno? ¿Es bueno ver como los demás vienen y se van y tú siempre igual, sin cambiar, viéndolos pasar?

-Pues malo no me parece.

-¿Ah, no? Pues a mi me resulta muy triste pensar que mientras los demás se hacen mayores, tienen hijos, nietos, una familia, tú serás perennemente la misma chiquilla que eres ahora.

 

Me encogí de hombros, que era una respuesta más que suficiente para que mi pelo-pincho-lamido siguiese en modo monólogo.

 

-¡¿No lo entiendes?! -casi me chilló exasperado- Hay infinidad de cosas de las que vas a prescindir, no durante unos días, sino por los siglos de los siglos. ¿Vas a limitar tu alimentación a vasitos de sangre?, ¿estás dispuesta a no comer jamás una hamburguesa?, ¿realmente eres capaz de renunciar a los Donuts hasta el fin de los tiempos?.

 

¡Ahí me había dado!. Ése sí que era un buen punto a favor de la mortalidad, un argumento real y convincente para desechar la eterna juventud. ¿Valía la pena morir por un Donut? Buena pregunta.

 

 

Pero el Jonhy no estaba dispuesto a concederme ni una centésima de tranquilidad para reflexionar sobre el asunto. Él tan sólo seguía a lo suyo, rayándome el coco con el blablablá-sí-a-la-vida, blablablá-no-a-la-no_muerte. BLA. BLA. BLA.

 

Y así, con ese runrún de fondo llegué tarde, mal y a rastras a casa de mi abuela donde extrañamente todas las luces estaban encendidas y un gran alboroto se propagaba desde su interior hasta el otro extremo de la calle.

 

-Ahí la está -dijo mi madre al verme entrar en el salón- ¿No es ella la interesada? Pues que decida ella.