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diariodeunavampiresanovata



Y no es que no pusiese toda mi voluntad en esto de escapar de casa, como se ha atrevido a insinuar el Jonhy, pero darle esquinazo a mi familia es algo realmente complicado. Empezando por mi abuela, que es un sabueso incluso pasada de copas, y terminando por mi tía, que aunque no puede ni verme delante, no me quita ojo de encima, todos son unos potenciales plastas capaces de arruinarle el plan de huida al mismísimo Houdini.

 

Para que veáis hasta que punto estaba yo implicada en esta fuga, os diré que ni un respiro me di después de despedir al albondiguilla. Nada más cerrar la puerta asumí mi rol de feliz componente de las Ratas de Medianoche y comencé a revolotear por la fiesta aparentando normalidad, aunque siempre con la firme determinación en mente de poner tierra de por medio tan pronto como me fuese posible. Así sólo tuve que esperar un par de minutos hasta que me aseguré de que todos en el salón estaban a lo suyo y de que nadie me echaría de menos si desaparecía para meter en una mochila un pequeño equipaje de urgencia.

 

Subí corriendo al cuarto de mi padre, recogí cuatro cosas y medité cuál era la mejor forma de esfumarme sin ser vista. De las pocas ideas que se me ocurrieron (tampoco tenía mucho tiempo para preparar una escapada como es debido) seleccioné la que conllevaba menos contacto visual con mi familia y, dado que las escaleras al primer piso se veían perfectamente desde el salón, ésta era: descender por la tubería que bajaba pegada a la ventana del baño de mi abuela.

 

Ahora resulta evidente que no se trataba de la mejor opción que podía haber elegido, pero en ese instante me parecía que los dos metros que me separarían del suelo en mi descenso (aún con el vértigo atroz que padezco) eran secundarios si con ellos podía evitar explicaciones acerca de por qué un paseo vespertino e invernal es lo más recomendable para la convaleciente de un aborto. Así que a pesar de lo dicho (vértigo atroz y todo eso), avancé hasta la habitación de mi yaya y desde ahí me colé en su cuarto baño.

 

El aseo se había mantenido inalterado desde la construcción de la casa en los años 50 y, aunque mi abuela no andaba para muchos trotes, se veía increíblemente impoluto. Las paredes estaban pintadas de blanco en su mitad superior mientras que en la que daba al suelo, unos azulejos verde hospital resplandecían bajo la luz de lámpara. A mis pies se extendía el terrazo levemente desgastado en zonas, pero que, como el resto de las estancia, rezumaba pulcritud o, lo que es lo mismo en esta casa, lejía por los cuatro costados.

 

Corrí el pasador de la puerta para que nadie me pillase iniciando la evasión y a grandes zancadas me dirigí decidida hacia la ventana. Desde allí, mientras escogía detalladamente qué pasos iba a seguir para llegar a tierra firme, aproveché para convencerme de que la maniobra, en realidad, no entrañaba gran dificultad. A fin de cuentas sólo tenía que agarrarme al tubo que estaba a mi izquierda e ir escurriéndome por él, cual sexy “showgirl”, hasta caer sobre el césped. ¡Más sencillo que la tabla del uno!.

 

Vaya de entrada, que a esas alturas (físicas y mentales) yo ya estaba tan atacada como un bombón en una reunión de Weight Watchers y que el tembleque y la gotilla de sudor frío por la frente habían aparecido nada más asomar mi naricilla al alféizar. Vamos, que estaba muy cagada.

 

-No pasa nada. No pasa na-da. Ahora tengo que sentarme en el bordillo y luego ya veré qué hago.

 

Evidentemente lo que luego tenía que hacer era acercar mis nalguitas al caño, asirlo con ambas manos, ponerme de rodillas y completar un trasvase de materia grasa hacia la bajante. Por desgracia, una vez que mis posaderas tomaron asiento sobre el vierteaguas, se me hizo imposible convencerlas de que debían salir de allí. ¡Así de tercas se ponen cuando de funambulismo se trata!

 

-Ayyyyyyyyyyyyyyyy... No puedo hacerlo, no puedo hacerlo, no puedo hacerlo. Yo me vuelvo al salón cagando leches.

 

Y a punto estuve de hacerlo, pero justo cuando me encontraba con mis dos pinreles a salvo en el cuarto de baño, el recuerdo de la pelea animal entre Sir Thomas y Titina me infundó los ánimos necesarios para volver a retomar la idea de ventilar mis carnes enjutas desde lo alto del primer piso. A fin de cuentas, era mejor palmar de un único golpe seco que ser apaleada, desangrada y quemada en una pira... o lo que fuera que hiciese una jauría de vampiros justicieros cuando te cargas a su Alcalde.

 

Así que, teniendo todo esto presente, regresé con espíritu renovado al marco de la ventana y varié la estrategia. Si mi trasero una vez aposentado a más de un par de metros sobre el gélido vacío invernal se transformaba en una losa imposible de mover, había que eludir este paso y salir al exterior directamente de pie.

 

Acerqué una banqueta, aquella sobre la que mi abuela se solía sentar para proceder a un secado óptimo de sus extremidades inferiores, a la jamba más próxima a la tubería y usándola como escalera, me encaramé desde ella al alféizar.

 

¡Ahora sí que veía el mundo con perspectiva! ¡Ahora sí que podía decir que tenía un puesto de altura! ¡Madre del amor hermoso! ¡Qué vértigo, qué sufrimiento! Si tan sólo hubiese un tobogán por el que dejarme caer tranquilamente.

 

 

De forma inconsciente me aferré a la cañería, más que porque hubiese interiorizado mi inminente descenso vertical, por un sentimiento instintivo de supervivencia y una creciente sensación de que todo a giraba a mi alrededor.

 

-Vamos allá, vamos allá, vamos allá, vamos allá...

 

Pero aunque mucho me lo repetía, aunque sabía que sólo era cuestión de desplazar mis pies hacia la bajante de forma que pudiese descender por ella en plan cucaña de parque de bomberos (virguerías a lo “showgirl”, otro día), mi cuerpo se resistía a obedecer las órdenes que mi cerebro le enviaba.

 

-A la una, a las dos, a las, a las... ¡TRES!

 

En un acto de heroica valentía (para que luego el Jonhy ose achacarme falta de decisión e interés en la huida) di un diminuto saltito y con ambos muslos me pegué como una lapa a la cañería. ¡De allí no me soltaba ni DIOSSSSSSSS!... Mucho menos una manada de vampiros sanguinarios.

 

Ñic.

 

¿De dónde provenía ese tímido quejido?

 

Ñiiic.

 

Parecía como si PVC del caño estuviese crujiendo.

 

Ñiiiiiiiic.

 

Pues sí, pues sí venía del caño. ¡Había que regresar a la ventana lo antes posible!

 

Ñiiiiiiiiiiiiiiiic.

 

-¡Coño, coño, coño, que me escoño!

 

Y de hecho ya estaba mi dedo gordo en la misión de retorno cuando un chirrido atroz se abrió paso a través del vecindario (por suerte desierto tras Año Nuevo) y noté como mi sustento comenzaba a inclinarse hacia la derecha en un viaje sin retorno.

 

ÑIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIICCCCCCCCCCCCCCCCCCC.

 

-¡¡¡¡¡GuuuuuuooooOOOOOOOOOOOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!

 

¿Sabéis lo que es una montaña rusa?, ¿alguna vez sufristeis turbulencias en un avión?, ¿un ascensor os ha bajado 86 pisos en menos de un minuto?. Pues eso está a años luz de la sensación de ir inútilmente sujeto a algo que no está sujeto a nada.

 

-¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHH!!!!!

 

¡CRACKS!

 

El caño había partido al llegar a una de las abrazaderas que lo fijaba contra la pared y ahora yo me aferraba a él cual jamón en pleno proceso de curación, justamente (¡vaya por Dios!) frente al ventanal de la sala.

 

Esperé unos segundos en silencio, sin atreverme a mirar hacia el interior, deseando con todas mis fuerzas haber pasado desapercibida entre tanto jaleo. Y, cuando ya comenzaba a girar mi cabeza tímidamente hacia la casa para cerciorarme de que todos estaban tan ciegos que ni habían reparado en mi, una voz de pito me taladró el oído a pesar de la distancia.

 

-¡Mirad!, la Jessi está ahí fuera colgada de un palo.

 

Al unísono las cabezas de adultos sensatos bebedores de alcohol se giraron de inmediato para ver qué estaba pasando más allá del cristal. Y es que ninguna de ellas se había percatado antes de mi presencia. En realidad, paradojas de la vida, había sido el “sagaz” lince de mi prima Susi la que finalmente me había pillado ejerciendo de bandera sobre las azaleas del jardín.

2 comentarios

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Amiga Sara:

En realidad, la idea no es mía. Lo he visto hacer en pelis y series durante años, lo que ocurre es que las cañerías americanas son mucho más resistentes que las nuestras, por algo será que han llegado a la Luna (... o no...).

Lo que está claro es que la culpa no la tengo yo, que soy ligera como un pluma y ágil como un mono. Y ya desde aquí, hago un llamamiento el sector de la construcción patrio para que ¡a ver si utilizamos mejor materiales, señores!, ¡que Spiderman en este país se habría desnucado al primer intento!


La Jessi.

Sara -

JAJAJA solo a ti se te ocurre bajar por una cañeria con lo enguengles que son.