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diariodeunavampiresanovata

Sobra decir que, aunque había estado a un palmo de perder la vida, la bronca que chupé fue de antología. Ni cuando a los 7 años había metido unas tijeras en el enchufe, mi madre me había gritado hasta hacerme pitar los oídos. Y mi padre, siempre tan cariñoso y consentidor conmigo, jamás me había castigado sin salir de casa hasta que los muertos se levantasen de sus tumbas en el fin de los días o las ranas criasen pelo... Lo que ocurriese más tarde.

 

Que eso tenía su guasa, si me permitís hacer un inciso impacientes Siervos de la Noche. Porque según mi papuchi, desconocedor de que en realidad había compartido mesa con un no-muerto, cuando Titina y su legión de chupasangres sitiasen la casa de mi abuela (nada de esperar hasta el fin de los días, este mismo atardecer), la nena que suscribe no estaría autorizada para salir por patas hasta que la rana Gustavo peinase melena. ¿Y cuál sería entonces la lección que habría aprendido yo en ese momento? Pues que los anfibios en general no necesitan hacerse la depilación. ¡Fíjate tú!

 

En fin, que lo dicho, el chorreo fue de los que hacen historia y yo, con la resignación del reo que sabe que le queda una hora escasa de vida, lo aguanté estoicamente hasta que mi móvil interrumpió el aquelarre y fui salvada literalmente por la campana.

 

-¿Dónde te has metido, Jessi? Llevo esperándote una hora y ¡el bus está a punto de partir! -había salido de la sartén para caer en las brasas: el Jonhy al aparato.

-Estoy en casa, castigada.

-¡PERO CÓMO ES POSIBLE!...

 

Y blablablá DESCEREBRADAAAAA y blablablá VOY A BUSCARTE AHORA MISMO y blablablá ¡VAS A CONSEGUIR QUE NOS MATEN!.

 

Os imaginaréis que MacGyver no estaba para darme ánimos, precisamente, y tampoco es que lo hubiera intentado siquiera. Al contrario, se enzarzó en una serie de bramidos furibundos que venían a condensar, con distintos enunciados y entonaciones, tres pensamientos básicos:

 

1)Acababa de confirmar su sospecha inicial de que a mi no me interesaba escaparme con él.

2)La poca cabeza que yo tenía, sólo la usaba para pintarme los ojos como un mapache.

3)Su gran intuición le había dejado ver, desde el día en que asaltamos el cementerio, que no tardaríamos mucho en regresar, pero con los pies por delante.

 

Resumiendo, toda una sarta de improperios que una chica jamás querría escuchar de su novio (recordemos que él sí que tenía clara esa parte de la relación) y por la que cualquier otra emo más sensible habría acabado con media selva tropical a base de clínex empapados de mocos y hojas de libreta con TEODIOs en todas las esquinas. Por el contrario a mi, mucho más sensata y centrada que la media, sólo se me escaparon un par de lágrimas solitarias y unos cuantos “hip, hip” involuntarios.

 

A pesar de ello, mi súper-abu-defensora-de-nietas-indefensas aprovechó un momento de distracción mío para arrancarme el teléfono de las manos y enseñarle lo que vale un peine al despiadado (que no despeinado) de mi pelo-pincho-lamido.

 

-¿Cómo te atreves a gritarle a la pobre Jessi?

-… -al otro lado del auricular el insensible MacGyver debía de estar dándole las quejas a mi querida yaya.

-¡No me importa lo que haya pasado!. Un caballero nunca debe hacer sufrir a su dama y Jessi está ahora como una Magdalena -insisto, un par de lágrimas, cuatro a lo sumo.

-...

-Ya sé que había quedado contigo para iros de viaje esta misma noche.

-...

-¡Por supuesto que confiamos en ti! Pero sus padres no la dejan ir a Nueva York por mucho que vaya a grabar un disco con el Universo...

 

A toda prisa le arrebaté el móvil de las huesudas manos de mi abuela, a tiempo para escuchar el grito hipohuracanado de mi albondiguilla:

 

-¿QUE SE TIENE QUE IR A DÓNDE PARA HACER EL QUÉEEEE?

-Nada, cariño, nada. Un malentendido... -y bajando la voz mientras le daba la espalda a varios pares de ojos curiosos, susurré-... mi abuela... que no se entera...

 

Pero era demasiado tarde, el mago Jonhdalf, que estaba más irritado que si le hubiese salido una colonia de furúnculos en culo, comenzó otra retahíla de berridos desaforados a través de los cuales a duras penas logré que comprendiese que no era necesario que esperase por mi, mucho menos venir a buscarme. Lo mejor que podía hacer, a esas alturas de la tarde, era coger el bus y dejar la ciudad. Yo, por mi parte, trataría de ganar tiempo pidiéndole a mis padres que regresásemos a nuestra casa para abandonar la de mi abuela cuanto antes.

 

Y que conste que se lo dije con total conocimiento de causa, sabiendo que a la hora que estábamos ésa era la única manera de salvar su vida, aunque así me dejase atrás con elevadas posibilidades de perder la mía. A fin de cuentas, analizándolo sinceramente, yo solita me había metido en ese lío y el Jonhy, por muy burro que se hubiese puesto al enterarse de la noticia, no debía arriesgarse a que lo pillasen a descubierto cuando la noche cayese sobre la ciudad.

 

-Me las arreglaré bien sola... -insistí dando por finalizada la conversación- Vete, vete sin mi- añadí mientras, al girarme de nuevo, me topaba con los rostros desconfiados de mi familia- ¡Vete a Nueva York! -grité para acallar suspicacias- ¡Y hazte tú famoso!

-¡¡¡¿¿NUEVA...

 

Otro ”...YORK??!!!” venía de camino cuando le colgué para evitar una sordera prematura.

 

Después de eso el teléfono no volvió a sonar. Intuyo que porque el albondiguilla pertenece a esa clase de personas a las que no les gusta que se le deje con la palabra en la boca, aunque de ésta no salgan más que recriminaciones a volumen de sala de baile para jubilados.

 

Pero casi mejor así. No tenía tiempo que perder explicándole chuminadas acerca de por qué mi abuela había mencionado Nueva York y porque creía que yo iba a grabar un disco a cargo del Universo (me rindo con lo de “Universal”). A fin de cuentas, la buena de la señora bien podía estar como una chota a causa de la edad y no veo por qué yo habría de estar obligada a aclarar sus desvaríos. Si realmente le hubiese patinado la neurona (cierto, que no se daba el caso absoluto) y se le hubiese ocurrido decir que su nieta se iba a Marte de “au pair” para ejercer de niñera de una pareja de marcianos muy simpáticos, ¿también el Jonhy me iba a preguntar a gritos que cómo se me ocurría pirarme sin más del planeta a cuidar los hijos de otros? Probablemente no, así que mejor que se largase y me dejase en paz para que yo pudiese arreglar aquel pequeño desaguisado.

 

El caso es que el pequeño desaguisado no estaba precisamente fácil de arreglar.

 

A mi padre se le había metido en la cabeza que su hijita necesitaba mano firme y pensaba extirparme la rebeldía aquel mismo día negándome cualquier cosa que le pidiese. La primera, la estúpida sugerencia de abandonar la reunión y llevarme a casa para que me recuperase de todo lo ocurrido.

 

-Si estás cansada, haberlo pensado antes de tratar de huir por la ventana -su borrachera era de las de martillo pilón: inflexible y machacona- Nos estamos divirtiendo y no pienso irme porque una jovencita se haya agotado después de intentar escapar por la ventana desobedeciendo las órdenes de sus padres.

-Abuuuuuu... -busqué refuerzos en el flanco más débil- Es que necesito dormir en mi cama...

-Tu padre tiene razón, hija -por lo que parecía todos se habían confabulado en mi contra- Puedes echarte en su antigua habitación...

-Pero no es la míaaaaaaa -atajé mohína.

-Pero ahora no hay nadie preparado para coger el coche -un buen eufemismo que venía a decir que los niveles de alcohol en sangre de los presentes habrían dejado en ridículo a cualquier ruso de bien- Y lo mejor, de hecho, es que todos os quedéis a pasar la noche aquí.

 

 

La idea recibió una aceptación inmediata por parte de mi padre, que parecía estar encantado con la posibilidad de abandonar los grandes éxitos de ABBA para iniciarse con los de Boney M, y por parte de mi madre, a la que, aunque lo llevaba más oculto, también se le había despertado la vena artística. Así que sin apoyos en la familia ni en el exterior y con el reloj marcando impasible que se acercaba la hora de mi muerte, sólo me restaba esperarla lo más tranquilamente posible, tratando de alejar los fúnebres pensamientos que me acechaban.

 

Cuando los últimos rayos de Sol dejaron de proyectarse sobre la vieja cama de mi padre yo ya había asumido que el lado positivo de la situación era que no me mataría en un trágico accidente de coche con conductor beodo como una roquera cualquiera, aunque el negativo, era que Titina se encargaría de eliminarme de alguna manera mucho más sofisticada.

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