Blogia

diariodeunavampiresanovata

-Vaya, vaya, vaya. ¡Pero mira lo que nos han traído los Reyes!

 

La voz de Titina retumbó con autoridad en cada rincón de la sala de fiestas vacía. Sin embargo yo estaba tan concentrada en el cuello de mi ocasional instalador de focos, que no le hubiese concedido más atención que al molesto zumbido de un mosquito de no ser porque el susodicho objeto de mis deseos se me estresó al escuchar la voz de su jefa. Y como el estrés en un cuerpecillo post adolescente hace estragos, el muchacho pegó tan salto, igualito que si su madre lo hubiese pillado zambomba en mano, que le bastó un microsegundo para cerrarme la mandíbula y despejarme la sesera de un solo golpe certero.

 

¡CLOOONNNGGG!

 

-¡Ay! -se quejó él por lo bajo.

 

En pago a haberme espabilado, el impacto había dejado al pobre porterillo tan aturdido que a duras penas lograba mantener la compostura mientras se frotaba la frente en un intento de mitigar el dolor y recuperar el funcionamiento normal de sus neuronas.

 

-Esta chica ha venido a instalar unos focos.-me presentó aún quejumbroso.

 

La cortés sonrisa del vigilante novato revelaba que no era consciente de lo cerca que había estado de la muerte. ¡Mis nuevos instintos me habían dominado por completo!. Y es cierto que nunca he sido un modelo de autocontrol, pero esta vez había estado a punto de dejar a aquel panoli con más agujeros que Bob Esponja.

 

Sin embargo, para él lo más importante era demostrarle a Titina lo eficiente y buen empleado que era. Arggggg... Aquella expresión bobalicona de fiel Smithers me crispaba. Porque, Siervos de la Noche de mentes abiertas, resulta irritante comprobar como algunos humanos estúpidos (ahora que soy un ser renegado del inframundo puedo tratarlos con desprecio) rechazan la existencia de los chupasangres aún cuando acaben de rematarle los colmillos a uno con un cabezazo digno de Zidane.

 

En fin, que aquel alelado no quería ver lo que había visto, pero yo sí que había extraído una lección muy valiosa de esa experencia: nunca le des la espalda a una vampiresa. Así que en base a este conocimiento recién adquirido, me apresuré a darme la vuelta y mirar a Brigitte directamente a los ojos. Estaba en lo alto de las escaleras por las que Sir Thomas había bajado la primera vez que lo vi. Iba encaramada sobre unos sandalias plateadas de aguja y llevaba un minivestido blanco, con escote cuadrado en halter, tan sumamente ajustado que se le intuía hasta la goma del tanga.

 

-Un Gucci, ¿no? -le comenté para que quedase claro que aunque me hubiese presentado con pinta de Bershka venida a menos una sabe que hay moda más allá de Massimo Dutti- Te he traído el alumbrado que solicitaste, pero éste es de manejo inálambrico -añadí mostrándole el mando al tiempo que lucía mi actual dentadura vampírica- Así que como las condiciones han cambiado, es necesario revisar el trato que teníamos contigo.

 

Un imperceptible mueca de disgusto le torció la comisura del labio. No sé si por lo del Gucci, por los caninos renovados o porque una Alcaldesa considera que eso de tutearla es un atentado a su autoridad.

 

-Ven -me dijo al fin- Ven, querida, antes de que acabes con todo mi "staff"... Y tú -añadió dirigiéndose al sumiso aprendiz de gorila- deja las luces, que no son lo tuyo, y quédate fuera, que es donde debes estar.

 

Al pardillo contratado para vigilar la entrada nocturna al local le faltaron piernas para obedecer a Titina y apostarse de nuevo en el exterior. Mientras yo recorrí los escalones que me separaban de la vampiresa milenaria y cuando estuve a su altura noté en sus ojos una sombra de desconfianza, además de percatarme de que no llevaba sujetador (¡ir apuntado con los pezones!. ¡Qué ordinariez!. ¡Más a su edad!, ¡que no es precisamente poca!).

 

-Vamos a mi despacho, darling, y allí me podrás explicar con más tranquilidad ese nuevo trato que vienes a ofrecerme.

 

La oficina de la rubiteñida se trataba muy probablemente de la antigua oficina de Sir Thomas. Estaba situada en una enorme habitación del piso superior, sin embargo, a pesar de sus dimensiones, producía una incesante sensación de agobio. No había ni una sola ventana, todas las paredes estaban ocupadas por estanterías de caoba atestadas de antigüedades de gran valor y un gigantesco escritorio con sus sillas a juego ocupaba la mitad del espacio restante.

 

No hacía falta ser un lince para percibir que aquel ambiente reviejo desentonaba con los aires juveniles que se daba la nueva Alcaldesa. Además la forma en la que ella se movía entre el clásico mobiliario de caoba denotaba que sentía un poquito de repelús y que no habría de tardar mucho en liquidar aquellos muebles de psicólogo de s.XIX por unos blanco-aséptico, hiper-luminosos de moderno psicoanálista argentino, quién sabe si con acento incluido.

 

-¿Y bien? -inquirió sentándose en un cómodo sillón de piel tras su mesa de escritorio- ¿Cómo has logrado transformarte en vampiro?

-Bueno, esto es todo lo que que siempre he querido.

 

 

Cierto que hasta los 12 años había estado trabajando en convertirme en la nueva Hermione Granger, pero de "El Diario de los Magos y las Brujas" sólo había sacado en limpio cuatro trucos para saber si le molas a un tío y que la escoba de mi madre no era la "Gelbsturm 2004", ni mucho menos.

 

-¿Y? -insistió Brigitte.

-Pues te habrás percatado que pertenezco a ese grupo de almas intrépidas que cuando se proponen algo lo consiguen.

 

Quizá me estaba dando pisto de más, pero aunque en lo de la hechicería había fallado, en lo de vampiresa no.

 

-Ya, ya... -me atajó restándome importancia- Pero, ¿cómo?. El asunto es cómo lo has logrado. ¿A quién has convencido para que te transforme?.

 

No me gusta cuando la gente me interroga, menos si estoy en posición de inferioridad. Así que si al otro le interesa cierta información de mi, como la información es poder, me la callo aunque desconozca su utilidad.

 

-Eso es lo de menos -evadí la respuesta- Sé que esta noche tienes previsto salir a matarnos al Jonhy y a mi.

-¡Ajá!

-Y yo puedo a ahorrarte esa pérdida de tiempo. ¿Qué te parece si me reconozco como única culpable y dejáis al Jonhy fuera de todo esto para siempre?

 

La rubiteñida sonrió con autosuficiencia mientras se mecía en su cómodo asiento giratorio.

 

-Eso es imposible, darling, ya he declarado que el Mago Jonhdalf fue el autor del asesinato de Sir Thomas y tú, su simple ayudante. Entenderás que mi credibilidad se vería seriamente dañada si cambiase la versión a estas alturas.

-Pero podríamos alegar que en realidad la que siempre ha manejado la brujería soy yo, -una verdad como un templo en vista de que el albondiguilla jamás había querido leer “El Diario de los Magos y las Brujas”- que lo del Dedo de la Muerte fue un truquito mío para cargarle el muerto al Jonhy y que mi intención última era utilizar al Alcalde para transformarme en una vampiresa mega poderosa a la que tú finalmente has capturado y desenmascarado.

-Sigo sin ver en qué me beneficiaría esa nueva versión. Hablemos seriamente, contigo aquí, ya tengo hecha la mitad del trabajo. Ahora sólo me queda ir a por tu amigo, el gordito.

 

Touché. Todo lo que había dicho era cierto, pero aún me quedaba un as en la manga.

 

-¿Y tú sabes donde está mi amigo, el GORDO? -sí íbamos a hablar en serio, había que llamar a cada cosa por su nombre- Porque la última vez que supe de él tomaba las de Villadiego rumbo a un destino desconocido, así que dudo que esta noche tengas la más remota de idea de dónde se encuentra.

-Te equivocas. Mis agentes han hipnotizado a sus padres y poseemos esa información.

-¿Ah, sí? -repliqué con tono irónico- ¿Y tú crees que el Jonhy es tan idiota como para ir publicando por ahí su paradero sabiendo que podéis sonsacar a su familia de este modo?

 

La vampiresa detuvo el balanceo de su sillón súbitamente contrariada.

 

-¿Habéis comprobado que está donde dicen que está? -proseguí segura de haber dado en el clavo- ¿Lo tenéis localizado?, ¿o esta noche la nueva regidora de los vampiros se encamina hacia el mayor de los ridículos delante de sus súbditos?.

En un principio lo de las luces me había parecido una excelente excusa para entrar en local, pero ni me hubiese molestado en colocarlas de no ser porque el pipiolo al que había dejado patidifuso en la puerta no había tardado en salir de su estupor y pegárseme a los cuartos traseros, temeroso de perder su nuevo empleo.

 

-¿Estás segura de que nosotros hemos pedido esos focos?

-Completamente -respondí mientras fingía buscar el mejor sitio para ellos.

-¿Y dónde los vas a instalar?

 

"Buena pregunta, sí, porque no pensaba instalarlos."

 

-Es que aquí ya tenemos muchos- cierto, cierto. Aún recordaba "La Gran Evasión" de la última vez, con iluminancia prácticamente solar incluída- ¿Estás segura de que os han llamado desde el WoW?.

 

Miré al chico con cara de "a_ver_si_te_enteras,_chaval,_es_aquí._Pero_si_hace_falta_te_lo_repito", aunque por la expresión de él, intuyo que vio algo más en la onda de "Te_mato._Si_me_lo_vuelves_a_preguntar,_TE_MA-TO".

 

-Éste es el sitio. No hay duda -respondí usando mi voz más acaramelada para amortiguar la impresión anterior- Esta noche, Titina quiere unos efectos diferentes a los habituales. Le apetece dar a la fiesta un toque entre disco-80, retro-rock, emo-punk, vintage-jazz, todo ello manteniéndose fiel a las tendencias marcadas por David Guetta, pero esporeándole pizcas de Lady Gaga.

-Ahhhhh... -no hay como soltar juntos un montón de palabros, para quedar de guay y cerrarle la boca al más pintado.

-Entiendes a lo que me refiero, ¿no?.

-Sí, sí...

 

Pues claro que no tenía ni remota idea de lo que le había dicho. ¡No la tenía ni yo!, pero estaba claro que aquel pimpollo de dulces ojos castaños, además de tener pinta de púber moja-camas (y me refiero a ese tipo de humedades acometidas con nocturnidad, alevosía y fruición, mucha fruición), confirmaba con sus hechos que no era más pánfilo porque no era más grande.

 

¡A mi me iban a venir con todo ese rollo de la compulsión!. A este pringado lo manejaba yo sin siquiera despeinarme las cejas usando hipnópsis.

 

-Pues, venga, ayúdame a enchufarlas aquí.

-¿Justo al lado de la puerta?

-Evidentemente -desde luego, yo no pensaba cargarlas mucho más lejos- Para el efecto urban-style, ése es el mejor sitio.

 

Me alegró comprobar que la resistencia del muchacho se había esfumado por completo. Siendo como era, alto como una viga, estaba doblegado a mi voluntad y, de rodillas ante mis pies, se afanaba por colocar las luces de forma que los cables estorbasen el paso lo menos posible.

 

Eso me gustaba. Lo reconozco. Me ponía. Verlo allí, agachadete, con su linda cabecita inclinada hacia delante, luciendo tan maravilloso contorno craneal, perfectamente rematado en aquellos aterciopelados trapecios... bufff... me estaba poniendo negra.

 

Vosotros, confidentes Siervos de la Noche, sois conocedores de mi predilección por los cuellos tersos y estilizados de hombre. ¡Llamadme fetichista si queréis!, pero es algo a lo que no me puedo resistir (a eso y a unas manos poderosamente grandes como las de Aragorn). Sin embargo aquel caso era diferente. Nunca antes la nuca de un chico me había resultado tan particularmene atractiva.

 

Desde luego no se trataba de que tuviese una forma especial y menos que poseyese una musculatura mega desarrollada. Porque otra cosa no, pero de lejos se notaba que el chico en cuestión no era un portero al uso, sino más bien un respuesto in extremis. Así que si el pobre estaba dotado de músculos debajo de aquel traje, tres o cuatro tallas más grande que la suya, sólo lo sabría él y su señora madre (la misma que orgullosamente lo había vestido con el kit para funerales de papá).

 

En fin, que todo esto venía a que no existía ninguna razón objetiva para fijarme en aquel gaznate más de lo que lo hubiese hecho en el de cualquier otro chaval. Y a pesar de ello, allí me tenía, de pie, absolutamente flipada, sin poder quitarle el ojo de encima. Babeando por él, no sólo en el sentido figurado. ¡Que es que sentía que se me hacía la boca agua con sólo mirarlo! ¡Aing, o’má, qué rico!

 

-¿Así están bien? -se giró pidiendo mi experta opinión de ponedora de focos.

 

No debía de ser más que un par de años mayor que yo. Con toda probabilidad, aquel era su primer trabajo: temporal (como todos) y escasamente remunerado (suerte la suya de que los chupasangres aún mantuviesen la obsoleta tradición de pagar). Me miraba con ojillos indecisos, esperando mi aprobación, como un perrillo buscando agradar al amo.

 

-Para nada -le solté porque me apetecía disfrutar un poco más del espectáculo- Están justo al revés. Este foco es a la izquierda y el otro a la derecha.

-¿No son iguales?

-A Doña Titina le va a desagradar mucho saber que tú no...

-Vale, vale -atajó con expresión agobiada- Los intercambio en un momento.

 

Sin esperar apenas un segundo se arrodilló para desenchufar los cables y dejar a mi alcance su sumamente apetecible garganta. Estaba tan enfrascado en cumplir a la perfección la labor que le había encomendado que ni se percató de que yo me acercaba cada vez más a su espalda.

 

Pero quiero que sepáis, puntillosos Siervos de la Noche, que la aproximación se inició por pura deformación profesional. Porque, aunque toda aquella patraña de la luces no era más que una excusa, esa noche se iba a celebrar una fiesta con vidas humanas en juego y no me apetecía cargar sobre mi conciencia sus muertes a causa de una instalación defectuosa. Además, también os voy a ser honesta, me podía la curiosiodad por un cuello tan extraordinariamente perfecto, con su despreocupada arteria carótida bombeando plácidamente, arriba y abajo, arriba y abajo, apenas oculta por una piel cálidamente translúcida.

 

Di un paso. Luego otro. Otro más. Silenciosa, como enfundada en unas almohadillas de gato, me pegué a su hombro derecho desde donde me parecía escuchar un tam-tam que decía "do-nuts, do-nuts, do-nuts...". Curioso... Justo ahora que me fijaba, la piel dorada del portero me recordaba a un tierno bollito glaseado. ¿Si la lamía también sabría a azúcar glas?. Me arrimé un poquito más para averiguar a qué olía.

 

"Uhmmm... Como recién horneado... Uhmmm..."

 

Sin darme cuenta siquiera, me fui agachando hasta que mi cabeza quedó a la altura de su carótida, cual mono Amedio. Al fin, mi boca se abrió inundada de saliva, mientras, mi cerebró cedía impotente a un vendaval de pensamientos locos.

 

"Un bocadito, sólo un bocadito... Un mordisquito pequeño... sin que se de cuenta..."

 

Y quizás porque no sólo el borracho pensaba que mi aspecto era un poco de Muerte o que más bien los polis creían que la chica de la curva al fin había mangado un coche, pero en el control de alcoholemia nadie movió un pelo. A través del retrovisor vi sus figuras haciéndose cada vez más pequeñas, cual diminutos soldaditos de plástico petrificados en posición de ataque, mientras yo, corría que me las pelaba, cuesta abajo y sin perspectivas de frenar. No cabía duda que los había impresionado, pero ¿por cuanto tiempo?.

 

Tampoco me importaba mucho. La Trade, rozando los 140Km/h, cloqueaba al límite de su resistencia física (que para ser una furgonalla del jurásico bastante había aguantado ya). Así que, si obviamos la nadería de tener que detenerla sin matar a nadie, el problema era hacerlo antes de que me pasase la calle que llevaba al WoW. Es decir, debía llegar hasta el final de la bajada, tomar en llano una curva abierta hacia la izquierda y, en menos de 10 metros, girar de nuevo en ese sentido, dirección a la vieja catedral.

 

-¡¡¡¡¡GuuuuuuoooOOOOOOOOOOOOOOOOOOAAAAAAA!!!!!

 

Además, a esas alturas del viaje, yo ya había perdido todo atisbo de control sobre la Nissan y, mientras la vibración de la máquina me lanzaba el culo al aire insistentemente, a mi sólo me quedaba confiar en que los sonrientes japonesitos que la habían montado (ellos siempre tan centrados y eficientes) la hubiesen hecho a prueba de turbulencias.

 

 

-Por Miyagi, por Tokyo Hotel y por todos tus primos Pokémon: ¡furgoneta, te elijo a ti!. ¡Curva izquierda!... ¡¡¡raaaaaAAAAAAAAAAAASSSSSS!!!

 

¡Pero qué "rás" ni que ocho cuartos!. A pesar de que sujeté el volante con fuerza intentando mantenernos dentro de la trayectoria que marcaba el asfalto, la Trade tenía sus propias intenciones, conforme a las cuales, acabamos resbalando con las cuatro ruedas, montadas sobre la acera, rayando todo el costado derecho en los maceteros de granito, cortesía de la Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad. Y, aunque talar árboles quincuagenários para poner aquellos ridículos pensamientos me había parecido en su momento (también ahora) una auténtica patochada, debo reconocer que agradecí que las jardineras me hubiesen controlado el trazado, en lugar de acabar pegándome tremendo batacazo contra un hermosísimo castaño de Indias... No porque la fuese a diñar del castañazo, sino porque ¡a ver quién era el guapo que ponía la furgo en marcha... después!

 

Que lo que se dice en ese preciso instante, marcha, tener, tenía, para ella y para todo el parque móvil del Ministerio de Hacienda. Como prueba, el segundo escaso que me llevó dejar atrás la primera curva para echarnos rápidamente encima de la bocacalle del WoW. ¡Y a D... D... Drácula pongo por testigo que traté de frenarla! En último intento, traté de frenar la furgoneta. Pero inocentemente volví a clavar el acelerador, así que cuando pegué el segundo volantazo para enfilar hacia la vieja calle adoquinada que lleva a la disco-vampiro, el pescado estaba todo vendido.

 

Los neumáticos perdieron por completo su agarre al firme, las ruedas chirriaron contra el pavimento mientras se deslizaban a toda velocidad con un estilo muy alejado de la elegante delicadeza de Evgeny Plushenko y yo me vi finalmente lanzada hacia una calle peatonal, a más de 100Km/h, con las luces del WoW, al fondo de la misma, anunciando la línea de meta.

 

Sin pensármelo dos veces, tiré del freno de mano. El pedal estaba estropeado para mi, así que eché mano a la palanca, incapaz de imaginarme siquiera que, como consecuencia, la Trade comenzaría a bailar cual trompo loco a lo largo de la calle y que yo iba a estar más cerca de salir disparada hacia luna que de detener la furgoneta en menos de los 15 metros que me separaban del WoW.

 

Sin embargo, a los 10 metros, las dos estábamos detenidas y bien detenidas. Una hermosota farola de hierro fundido se había plantado en medio y medio de nuestro camino y había tenido a bien incrustarse en la mitad del lateral del copiloto de manera que, tras un último rebote contra otro precioso macetero, la furgonalla se había quedado atravesada en la calle, ronroneando suavemente como un gatito tendido al Sol.

 

-Locaaaaaaaaaaaaaaaaaa, locaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa -alguien gritaba de fondo y no confundiéndome precisamente con Shakira-Casi nos mataaaaaaas, LOCAAAAAAAAAAAAAAAA, LOCAAAAAAAAAA...

 

Entre el aturdimiento de todo el remeneo dentro de la furgoneta logré recordar, sin demasiada precisión (tampoco os vayáis a creer), la imagen borrosa de una pobre madre que empujaba aterrorizada a sus dos hijos en el interior de un viejo portal de piedra, mientras yo pasaba a su lado girando como una peonza.

 

Tal vez estaba algo cabreada...

 

-¡LOCAAAAAAAA, LOCAAAAAA! -digamos que la amplitud de vocabulario no era su fuerte- Voy a llamar a la polocía -eso sí que era nuevo- ¡¡¡LOCAAAAAAA!!! -y vuelta la burra al trigo.

 

Sorprendentemente no tuve que aguantarla ni un segundo. Salí de la furgoneta con la lentitud que mi cerebro me permitió, algo desorientado e indefenso después de tanta vuelta. Me apoyé contra el espejo retrovisor, resignada a soportar el chaparrón de recriminaciones de la señora que venía derechita hacia mi echando espumarajos por la boca, y cuando me quise dar cuenta, ella y sus dos retoños se habían esfumado como si se los hubiese tragado la tierra.

 

-¿Dónde está?... Uhmmm... Si que ya decía yo que no había sido para tanto.

 

La cara de canguelo del portero del WoW, que en esta ocasión se trataba de un chavalín la mar de humano, arrojaba claridad sobre tres puntos:

 

1) SÍ que había sido para tanto.

2) Mi look, definitivamente y sin lugar a dudas, se veía terrorífico.

3) El chupasangres enano que ejercía de portero habitualmente había sido remplazado por un vivo y, siendo lo más lógico que otro no-muerto cubriese su puesto, no cabía duda de que TODOS los vampiros de la ciudad estaban bastante ocupados con algún asuntillo suyo... Convocados a una jauría asesina, ¿tal vez?

 

Me acerqué al chico consciente de que debía actuar con rapidez.

 

-He venido a habla con Dña. Titina. Es urgente.

 

El muchacho me miraban de hito en hito, con la boca abierta, pero incapaz de articular palabra.

 

-Lléeeeeevame... -susurré tratando de compelerlo-... ante Dooooñaaaaaa Tiiiiitiiiiiinaaaaaa...

 

Y, aunque de nuevo la hipnósis resultó un auténtico fiasco, al menos logré sacarlo de su estupor.

 

-¿Bri... Brigitte?

-Sí, sí, exacto, Dña. Brigitte. Tengo que hablar con ella de algo sumamente importante...

 

El portero de reemplazo parecía indeciso acerca de como proceder al respecto, es decir, acerca de qué hacer cuando una loca con pinta de yonqui, aterriza dando trompos frente al local en el que trabajas y te pide entre jadeos una audiencia con tu jefa.

 

-Ehhhhhh...

-Es por lo del asunto... de la iluminación... -continué esforzándome en parecer una persona en sus cabales y viva-... La iluminación para la fiesta de esta noche.

 

En los ojos de mi interlocutor había una sombra de duda.

 

-Aquí tengo los focos -añadí sacando de la furgoneta el viejo juego de luces para conciertos- Sólo hay que colocarlos, cobrar por su alquiler y marcharme.

 

Como un reflejo de mi vida anterior, un sonrisa de oreja se extendió involuntariamente por todo mi rostro tratando de vencer la resistencia del portero igual que millones de veces había vencido la de mis padres a base de dulzura infantil. Sólo que en esta ocasión lo que yo instintivamente creía que iba cargado de dulzura e inocencia, rozaba más bien la inestabilidad mental.

 

Vamos, que el muchacho se quedó frío nada más verme la "piñata".

 

-Lo tomaré como un sí.

 

Y apartándolo a un lado, entré en el WoW cargada con toda aquella cacharrería.

¡¿Pero cómo podía importarme eso cuando tenía entre mis manos una tarea tan sumamente delicada?!. El Jonhy había sido sentenciado a una muerte segura y yo, Jessi, la vampiresa novata, no podía abandonarlo así como así. A pesar de que, al convertirme Ervigio en un monstruo asesino j..., digo, "fastidiándome" la vida (por usar vocabulario apto para menores) a mi me resultaba mucho más conveniente huir cual rata del Costa Concordia, el espíritu de heroína, que siempre había estado tan fuertemente arraigado en mi personalidad, me mostraba un nuevo rumbo que seguir en esta nueva y maldita existencia vampírica: SALVAR AL ALBONDIGUILLA.

Que sepáis, desazonados Siervos de la Noche, que yo era muy consciente de que esta vez para llevar a cabo tan peligrosa empresa no contaría con la ayuda de nadie, lo que burdamente se traducía en que no contaría con la ayuda de mi enamorado pelo-pincho-lamido. De hecho, no contaría con su ayuda en esta ocasión ni en ninguna de las venideras. A partir de ahora debería trazar y ejecutar mis siempre magistrales planes de acción manteniéndolo al margen, protegiéndolo de mi actual naturaleza. Debería trabajar sola. Pero no sola cual dramática-Bella, me lanzo por un acantilado para recordar a mi ex (que si tienes problemas de memoria te tomas un Ceregumil y listo). Yo trabajaría sola a lo Kill Bill, y pobre del chupasangres que se le ocurriese tocarle un pelo a mi amoroso MacGyver.

Dispuesta a atacar el problema de frente y sin demora, no tardé mucho en hacerme con la situación y esbozar la estrategia que me permitiría exculpar para siempre al albondiguilla del muerto que le había colgado Brigitte. El murcielaguito capullo había dejado claro que, gracias a ella, la comunidad vampírica creía muy equivocadamente que el mago Jonhdalf era el artífice y genio ejecutor de la destrucción de Sir Thomas (gran baja en mi lista de "Top10 Chupasangres Cachondos", descanse en paz, ¡precisamente ahora que estaba en posición de beneficiármelo por toda una eternidad!). Y si Titina era la fuente del equivoco había ser ella misma la clave para demostrar, sin lugar a dudas, que el mérito de la hazaña no era en absoluto del pelo-pincho-lamido, sino MÍO (algo, mucho más realista, si me apuráis).

El caso es que, como os podréis imaginar, no estaba yo muy sobrada de tiempo para salvarle el pellejo a nadie. Por esto de que era la Noche de Reyes, debía tener todo zanjado antes de que, en apenas unas horas, el WoW se viera invadido por hordas de nostálgicos del reciente Fin de Año (dichosos ellos, que habían podido disfrutarlo). Así que como no había más que pensar, ni me lo pensé dos veces. Puse rumbo al garaje donde las Ratas de Medianoche practicábamos los sábados y sudando la gota gorda logré llegar en menos de treinta minutos (que para haberme transformado en, lo que comunmente se conoce como, un ser sobrenatural, aquella se trataba de una marca la mar de mediocre incluso para la Jessi original).

Una vez ante el portón me detuve tratando de percibir ruidos en el interior. Todos los componentes del grupo teníamos acceso del local de ensayo y, aunque el 5 de Enero no era el mejor fecha para pasarse por allí, con la suerte que me gastaba desde hacía unos días, probablemente aquello estaría más concurrido que un concierto de los Jonas Brothers. Así que, después de unos segundos ojo avizor, abrí la puerta con sigilo. Por fortuna el garaje se encontraba vacío y, lo que era muy de agradecer, la Trade estaba dentro con el maletero hasta los topes de material para conciertos y ¡las llaves en el contacto!. ¡Perfecto! Disponía de medio de transporte para desaparecer una vez ejecutado el plan.

No hace falta que os diga, razonabilísimos Siervos de la Noche, que soy una menor respetuosa con  la ley. Y por esta misma razón y porque, ¿para qué ocultarlo más?, mi padre, es ligeramente machista, algo más carca y un completo enamorado de su coche (que antes de que se lo roben prefiere donar los dos riñones de su amantísima esposa), yo no me había puesto al volante más que en 5 ocasiones en toda mi vida. A pesar de lo cual, confieso que hasta ahora mismo, siempre había faroleado en lo tocante a mis habilidades automovilísticas, cuando en realidad ésta es la pura verdad: acelerador, freno y embrague, no se diferencian para mi.

Así las cosas os imaginaréis que arrancar la furgonalla no fue una tarea fácil. De las migajitas de clases con las que mi padre había tenido a bien agraciarme, me había quedado el vago concepto de que debía pisar un pedal y girar la llave... o al revés... o como al principio, pero con la palanca de cambio en punto muerto... o en primera y cuesta abajo... Vamos que ni pajolera idea.

El tiempo que estuve haciendo pruebas metida en el garaje, no lo sé con exactitud (que en teoría lo de la vida eterna es muy bonito mientras no la tengas que "disfrutar" enclaustrada en un local de ensayo), pero si me dicen que pasé más de una hora, tampoco lo podría negar, porque entre que intentaba una nueva combinación, medio arrancaba, se calaba, cambiaba de secuencia, se ahogaba, esperaba y vuelta a empezar, podía haberme tirado allí toda la noche. Afortunadamente,  cualquiera diría que de milagro, la Trade arrancó y, como lo de rezar (en vista de que he perdido ciertos contactos en las alturas) no tenía pinta de serme de demasiada utilidad, salí a la calle en una parsimoniosa primera marcha dispuesta a no frenar ni apagar la furgoneta hasta llegar al WoW, ¡cuando quiera que ese prodigioso evento se llegase a producir!.

Y es que a 20Km/h, las matemáticas no engañaban, iba a tardar media hora en llegar hasta el centro. Porque... 20Km/h no es una velocidad digna, por mucho que tomes asiento estirada y concentrada como si pilotases un Fórmula1. Que yo, mientras clavaba el recién descubierto acelerador, ponía cara de ir a toda leche, pero ni la cortina de humo ni el ruido de cacharrería ambulante ayudaban a mantener la clase dentro de aquel trasto.

Total, que entenderéis mi desesperación cuando después de no haberme dejado atrás ni una sola de las infracciones que recoge el código de circulación (semáforos en rojo, stops, pasos de cebra,...) llegué a lo alto de la última calle que bajaba al centro (1 Km del 30% de pendiente), veinte minutos después de haber abandonado el garaje, rodeada por tal fanfarria y tanta humareda negra que más parecía que acabasen de abrirse las puertas del infierno para que "Los 4 jinetes - Brass Band" saliesen anunciando el Apocalípsis a bombo y platillo.

Me encontraba exasperada, irritada con el escándalo, pero lo peor era la desquiciante lentitud de la  furgoneta en primera. No soportaba ni un minuto más aquel paso de caracol reumático, menos sabiendo que debía llegar al WoW con la antelación suficiente como para solucionar el asuntillo de mi pelo-pincho-lamido sin cruzarme con la peña que vendría a celebrar la Noche de Reyes... Sin embargo tampoco podía correr el riesgo de que la furgo se apagase al cambiar de marcha,... a no ser que... A no ser que aprovechase la fuerza de la gravedad para acelerar el proceso de forma natural. Hablando en plata: que arrastré la palanca al punto muerto y dejé caer la Trade cuesta abajo. Al fin y al cabo, ¿qué era lo peor que me podía pasar?, ¿volver a palmarla?.

Pues no, lo peor que podía pasar era que, después de saltarme un par de cruces sin respetar semáforos ni preferencias (insisto en que había prisa), la furgoneta traspasó los 70Km/h justo en el momento en que alcancé a divisar, alláaaaaa a lejooooooos, las luces azules del primer control de alcoholemia de la noche.

"¡Coño, coño, coño!, ¡LA PASMA!"

La pasma vigilando a los conductores beodos y yo en plan autos locos a toda leche, derechita, derechita hacia ellos.

 



"¡Coño, coño, coño!"

Había que aminorar la marcha de aquella máquina diabólica antes de que despeinase a los señores agentes con un pasada a velocidad ultrasónica, Mach 3 mínimo.

En un alarde de autocontrol, logré apartar la mirada del velocímetro, cuya aguja sobre el 85 me tenía hipnotizada, para lanzarme como una loca a por el freno, con tal mala suerte que mi pobre pie derecho, poco habituado a conducir, se posó confundido sobre el acelerador.

Roarrr, roarrrr, roarrr...

-No frena, ¿por qué no frena?... ¿por qué no frenas, maldita?

Pero la furgonalla no respondía que ya bastante tenía ella con mantenerse toda juntita de una pieza, que tuercas y tornillos crujían como si en cualquier momento fuesen a soltarse dejándome montada tan sólo sobre las ruedas.

Clonch, click, iiiiiiiiiiiiihhhhhhhhhh, click, click, iiiiihhhhhhhhh... ¡¡¡¡¡RoaaaaaAAAAARRRRRRRRR, ROAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRR!!!!!

Eran cuatro polis, ahora se distinguían claramente. Habían aparcado cerca de un paso de cebra con badén. Tres estaban haciendo soplar a otros tantos conductores y el cuarto, el único que por el momento se había dado cuenta de mi presencia, me miraba con estupefacción mientras la furgonalla se le aproximaba a 100Km/h, sin control, rugiendo como un león en celo, porque yo, completamente atacada de los nervios, insistía en pisar con brío el acelerador sin acertar a comprender que en realidad me había equivocado de pedal.

¿Qué era lo que pensaba ese pobre hombre mientras me veía bajar la cuesta en plan "El diablo sobre ruedas"?, ¿qué era lo que lo mantenía clavado al suelo e inmóvil con los ojos desorbitados? Pues no lo sé, pero sin duda debía der ser algo contagioso, porque cuando al fin pasé a su lado, saltando sobre el badén, con la ruedas chirriando en el aire a 120Km/h, el motor ronco de tanto bramar en un último acelerón desesperado y mi pinta de vampiresa recién transformada, ya todos los presentes me seguían con una mirada aterrorizada incapaces de evitar el descolgamiento de sus mandíbulas.

¡¡¡¡¡ROAAAAAAAAAARRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!!!!!

-¡Joder! -escuché decir al más borracho de los detenidos- Pues sí que tiene prisa La Muerte, sí.

Ervigio, donde quiera que se encontrase en ese momento, podía considerarse afortunado de no estar frente a mi, porque una furia muy humana, nada sobrenatural, me tenía recalentada la sesera hasta el punto de querer llevármelo por delante a pesar de ser él mi creador y único mentor... ¡que menuda suerte la mía!. Sin embargo ahora no era el momento ni para recrearme en la desgracia ni para deleitarme con las distintas torturas que planeaba infligirle a esa estúpida rata voladora en cuanto cayese en mis manos. Desde la planta baja un rítmico "tam-tam" había llamado la atención de mi agudizado oído de muerciélago, recordándome que en breves momentos debía enfretar a mi abuela y partirle el corazón que latía tan dulcemente.

-Me voy, abu -comuniqué mientras bajaba las escaleras concentrada en no parecer iracunda- Me voy a Nueva York.

El tam-tam frenó en seco y mi abuela, que estaba arreándole zapatillazos al televisor tratando de que cambiase de canal (así de entrañable es la anciana), desvió la vista del aparato para analizar mi aspecto con detenimiento, sorprendida a medias entre lo que acababa de oír y el espantajo que se le había plantado delante.

-Pero, pero... ¿todo eso no estaba olvidado? -consiguió articular al fin- Es una locura que te marches tan precipitadamente. Menos cuando es obvio que aún no estás repuesta de lo tuyo.
-Me encuentro algo mal porque llevo un día entero sin comer.

Una verdad como un templo. Si ella se hubiese preocupado por subirle la comida a su nieta, todavía convaleciente, en algún momento de las 24 horas pasadas, podría haber evitado su fatídica sólo-un-poco-muerte. Sin embargo, por alguna extraña razón había pasado completamente de mi, igualito que si yo fuese la tía Pepi, y ahora me veía abocada a pasearme con pinta de cadáver purulento para el resto de mi vida... ¡Y sin poder zamparme un tierno donuts para compensar!.

-Es que ayer me crucé con tu amigo, Ervigio, y me pidió que no te molestase hasta esta noche -menuda justificación más idiota.
-¿Y tú siempre haces lo que te dicen mis amigos?.

La yaya pareció dudar mientras se calzaba la zapatilla.

-No sé... Supongo que no... Pero éste me miró a los ojos fijamente y parecía tan sincero, que me convenció.

Así que había sido eso. Antes de abandonar la casa, mi inteligentísimo hacedor había logrado hipnotizar a mi abuela para que no interrumpiese en ningún momento la trasformación. Ésa era la razón por la cual ella no se había subido al cuarto a averiguar qué rayos estaba haciendo yo encerrada un día entero. ¡Perfecto! La primera cosa inteligente que se le ocurre al chupasangres más pánfilo sobre la faz de la tierra y tiene que ver precisamente con mi transformación.

-Está bien, abuela -mi yaya era la más inocente en ése asunto- El estómago me anda algo revuelto y no es que haya tenido mucha hambre -por fortuna en aquel momento tampoco- Pero es hora de partir. Debo coger un avión hacia Nueva York.
-Para firmar el contrato con el dueño del Universo, ¿verdad?.
-Exactamente. Pero no quiero que avises a nadie hasta mañana por la noche. Ni siquiera a papá y mamá. Tratarían de impedir que me fuese y esto es muy importante para mi.

Por la cara de determinación de mi yaya intuí que, aunque se lo suplicase en nombre del recuerdo de su difunto esposo, ella haría lo que le pareciese más conveniente, o sea, llamar inmediantamente a mis padres. Así que la estrategia de Ervigio me pareció una solución muy apropiada.

-Abuela -me aproximé a ella mirándola intensamente a los ojos- Abuela, no quieeeeeerro que aviiiiiiiiiises a naaaaaaadie hasta mañaaaaaaaana por la nooooooooooche.¿De acuerdooooooo?
-Vale, hija -asintió ella como quien oye llover- Entonces, ¿qué?, ¿te preparo un caldito de pollo para que te asiente el estómago?

Era obvio que el intento había resultado inútil. Mi inepto padre vampírico no había tenido la maña o quizás las fuerzas para crear una chupasangres en plenitud de facultades. O tal vez el problema radicaba en mi y en que desconocía como usarlas... entre otras razones, porque mi inepto padre vampírico se había ido antes de poder explicármelas.

-No, abu, debo zarpar rumbo a una nueva vida -la ocasión se merecía una frase dramática de telenovela- No trates de detenerme.

A grandes zancadas me dirigí hacia la entrada principal, con el mismo apuro que si me hubiese tomado medio litro de café y llevase cinco horas sin evacuar. Ya me daba igual que mi yaya llamase a mis padres tan pronto me cruzase el jardín, yo necesitaba salir de aquellas cuatro paredes, necesitaba quitarme de encima aquella opresión que me agobiaba cada vez más.

 



-Me voy -zanjé girando la manilla- Me voy.
-¿Sin maleta? -preguntó mi abuela poniendo su huesuda mano sobre la puerta.
-Sí, sí -¡mierda!, con las prisas había olvidado la bolsa arriba- La discográfica me dará lo que necesite.
-Pero, ¿llevas dinero? -insistió tratando de retrasarme.
-Sí, sí -en realidad, no más que lo justo para la noche de Reyes- Además, Universal carga con todos los gastos.
-¿Y no esperas a que el Jonhy venga a buscarte?.

Ahí había metido el dedo en la llaga. Mi dulce MacGyver debía quedar atrás. Pero no porque no pudiese vivir junto a él una tierna historia de amor humano-chupasangres (a ojos vista, se derretía por mis huesos, medio-muertos o no), sino porque resultaba demasiado peligroso que continuase a mi lado, ahora que me había transformado en una máquina de matar sin control y sin manual de instrucciones y... más fea que pegarle a un padre con un calcetín sudado. Mientras, él seguiría con sus preciosísimos ojos azul eléctrico, crecería (porque aún está en edad para un último estirón), adelgazaría (la Jessi mantendría su formato ballenato para los restos) y le saldría una barbita la mar de interesante (y yo con pelos en las piernas de serie, a no ser que exista una depilación la láser para vampiresas desesperadas).

-Me voy sola.
-¿Y no...?
-No.

No dejé que mi abuela siguiera haciendo tiempo conmigo. Las dos sabíamos que aquel juego era vano cuando una joven madura y decidida se ha marcado un objetivo. Tiré de la pomo y salté al exterior para que una bocanada de aire frío entrase en mis pulmones y saliese de ellos, por pura rutina, sin más utilidad que la de confirmarme que estaba a cielo raso.

Mi cuerpo se llenó entonces de una extraña y liberadora sensación de bienestar.

-¿Por qué...?. -musité asombrada.

Con un sospecha creciendo en mi interior, retrocedí incrédula un paso hacia la puerta. Sin embargo una barrera invisible me detuvo justo en el umbral, confirmándome la verdadera causa de tanta urgencia por escapar de casa. ¡No había sido invitada!.

-¿Te ocurre algo, Jessi? -indagó mi abuela esperanzada- ¿Ya no te vas?.
-Sí. Sí que me voy, abu, me están esperando. Pero cuando me haya adaptado a esta nueva vida,... de super estrella y todo eso, volveré.
-Entonces, mucha suerte, hija, ¡y que Dios te bendiga!.

Un calambre dolorosísimo me atravasó el cuerpo como un rayo, de la cabeza a los pies, quemándome igual que fuego vigo y erizando, a su paso, todos los pelos de mi cuerpo (que gracias al albondiguilla, no eran pocos).

-¡AYYY!... -gemí dejando a mi yaya medio confusa- A... a... Hay que regar más las plantas, ¿eh?.

Y, sin otro intercambio de palabras, alejé mi cuerpo dolorido por el sendero de los camelios con una nueva nota mental acerca de los vampiros: No le caemos bien a Dios.



Cuando al fin me desperté en el cuarto de mi padre,me invadió la extraña sensación de que apenas hacia una hora que me había metido en cama, convenciéndome así de que la transformación no era más que una pesadilla debida a una pésima digestión durante la siesta.

 

De hecho, tenía la boca más seca que la suela de una alpargata y las tripas me andaban tan al galope que no tardé ni medio segundo en desplazar mi culo desde el colchón a la taza del váter para desaguar un Biescas de tamaño sin precedentes en mi historia gastrointestinal.

 

¡Groá!... Grrrrrrrrr. ¡Groá!... Pof, pof, pof... Groaaaaaaaaaaaa...

 

Todo mi aparato digestivo se había puesto de un alegre cantarín que ni la filarmónica de Viena en el concierto de Año Nuevo. ¡Cuanta energía y cuánto alborozo concentrados en un mismo fin!

 

Por mi parte, yo (o lo que quedaba de mi mientras el resto realizaba este dispendio de medios), dado que las prisas no habían permitido que me agenciase una buena lectura, permanecía sentada sobre el inodoro contando baldosas con resignación y aprovechando el resto del tiempo para meditar sobre el curioso sueño que había tenido.

 

Porque no me cabía duda que había sido un sueño (a lo Serrano, sí señor, pero un sueño). Mi retorcido subconsciente explotaba la fase REM para ponerme a prueba en las situaciones más desagradables. Analizándolo con claridad, ésa era la única causa factible, cualquier otra resultaba imposible en la práctica. Porque ¿quién se podía creer que Ervigio hubiese arriesgado su propia “inexistencia” para tratar de salvar la mía de una muerte segura?. Y es más, ¿quién se podía creer que mi abuela hubiese dejado que yo pasase un día entero sin probar bocado?

 

Seguí contando baldosas verdes, pero esta vez ya señalándolas con el dedo para distraer mi atención del material altamente tóxico que estaba evacuando. Fue ahí, mientras accidentalmente mi mano sobrevolaba el blanco nuclear del terrazo, cuando me percaté de que en realidad apenas se diferenciaban en el color.

 

¡Coño! ¡Sí que estoy pálida!”

 

Y eso era quedarme corta. Estaba tan blanca que con un poco (más) de pelo hubiese sido la envidia de Copito de Nieve y con una pasada de papel en la retaguardia, la de Paris Hilton y sus amigas de la MTV. Vamos que estaba blanca, ¡pero blanca, blanca de cojones!.

 

-Apúrate, Lucía que no llegamos a la cabalgata.

 

Desde la calle la voz de una madre apresurando a su hija para ir a ver el desfile de Reyes, me distrajo de mi propia mano.

 

-Mira que si no te portas bien, esta noche no te traerán regalos.

 

¿Entonces es 5 de Enero? ¿He estado durmiendo un día entero... exactamente como dijo Ervigio en mi sueño?... ¿De verdad ha sido un sueño?”

 

En mi cabeza comenzaron a bullir una serie de pensamientos atropellados que no me dejaban analizar la situación en profundidad y el agobio de confirmarlos con una vistazo en el espejo era tal que me abalancé sobre el mismo sin verificar que por fortuna la riada había llegado a su fin. Era necesario comprobar mi reflejo, no estaba segura que eso fuese una prueba definitiva, pero ¡era necesario comprobar que aún tenía reflejo!.

 

Y lo tenía, vaya que si lo tenía, ¡tenía un reflejo de pena! Pero no como ésa que dan los niños tomando jarabe para la tos, más bien como la otra, tipo “siempre se van los mejores”. Las ojeras, en tono violáceo oscuro, contrastaban con la falta de color de las mejillas sobre las que se descolgaban desproporcionadas. Por el contrario, los labios, de un imperceptible blanco azulado, no aparentaban más que una estrecha línea en mi rostro... Y esto, aunque fuese una estupidez, me tranquilizó.

 

Si me hubiese convertido, ya tendría los morros 'gloss'-cereza, como Edward.”

 

 

Al decirlo, una sonrisa abierta descubrió un par de afiladísimos colmillos que mis ojos, atónitos, no lograban procesar.

 

¡Anda la osa, anda la osa! Fíjate tú, que este pringa'o lo ha hecho todo bien... ¡Ay, que soy una vampiresa de verdad!... ¡Ay, madre que lío!, ¡Ayyyyyyyyyyyy que se me han acabado los donuts!”

 

Mi cerebro trabajaba a presión, pero aún así se negaba a asumir lo que me acababa de suceder. O lo que era peor, se negaba a asumir todo lo que me iba a suceder. Como una autómata daba mil vueltas de un lado al otro del baño, limpiándome el culo, subiéndome el pantalón, mesándome los cabellos, mirándome y volviéndome a mirar. Todo sin llegar a digerir lo que Ervigio le había hecho a mi vida. A partir de ahora la Jessica que conocía mi familia había casi-muerto y debía desaparecer del mapa por su bien. Además era necesario hacerlo de forma que nunca más volviese y que todo quedase atado a la perfección para que ni ellos ni mi adorable albondiguilla sufriesen las consecuencias.

 

El agobio ante mi nueva situación y lo inminente de la catástrofe (en teoría esa misma noche Titina vendría a por mi) hacían que una sensación de ahogo, probable reflejo de mi vida mortal, me impulsase a buscar innecesariamente oxígeno fuera de la casa. Como la urgencia de salir a cielo raso era cada vez mayor, concluí que no valía la pena esperar más. Una huida a tiempo implicaba menos explicaciones a menos gente, así como también evitaba despedidas dolorosamente largas.

 

Decidida a poner pies en polvorosa, me cambié con rapidez. Pero no creáis, desinformados Siervos de la Noche, que fue con una extraordinaria rapidez o que, en general, me notaba yo súper poderosa. Para nada. Un fiasco total. Vamos, que de toda esa historia de Bella-vampiresa correteando por los bosques veloz como un rayo y grácil como una gacelilla campestre, ni siquiera se me había pegado su extraordinaria belleza post-mortem. Porque, seamos sinceros, para que negarlo,... en lugar de parecer una preciosidad marmórea de líneas renacentistas, mi pinta de chupasangres era más bien del tipo yonqui de barrio. ¡Que es que hay que joderse!

 

Porque aún encima de bruto, es un inútil. Estoy convencida de que algo hizo mal, seguro que algún detalle hizo mal. Además, ¡que pirarse, tan pancho, sin comprobar el resultado no es muy profesional!... Y ahora soy yo la que tiene que cargar con las consecuencias, convertida en una vampiresa amorfa para toda la eternidad. ¡Genial!... ¡LO MATO!, ¡SI LO PILLO LO MATO DEL TODO!. ¡LO MATO!, ¡LO MATO!, ¡LO MATO!”

 

-La promesa que te hice en el bosque -contestó mientras desplegaba unos colmillos la mar de recuperados para haber sufrido tantos accidentes- La promesa de que si tú me liberabas yo te convertiría en vampiro.

 

Y ni corto ni perezoso se arrojó sobre mi sin darme tiempo para decir esta boca es mía o “no, gracias, me lo he pensado mejor, ahora no me interesa” o “estoy sin depilar, mamarracho, me voy a quedar como Espinete para toda la eternidad”.

 

El vampiro me sujetó la cabeza firmemente un microsegundo antes de hincarme los dientes con tal ímpetu carnívoro y tan poca delicadeza que en seguida me quedé sin aliento para intentar protestar siquiera. Sin embargo si me hubiese visto a los ojos se hubiese dado cuenta de que a través de ellos le estaba llamando de todo menos bonito.

 

“Merluzo, que eres un merluzo. A buena hora se le ocurre a este cretino venir a transformarme. Más de una semana de paseo con él para que se animase a hacerlo (que si venga a sacarlo del cementerio, que si ahora meterlo en el sótano, que si después invitarlo a la cena de Fin de Año) y, cuando ya estoy desesperada por una llamada del Jonhy y tanto me da que a él lo parta un rayo como que se lo meriende una tribu de chupasangres caníbales, va y se presenta como si tal cosa.”

 

-Arrggggg...

-Lo sé, lo sé, duele, pero sólo será un momento.

 

“Si sabes que duele no sigassss, pringa’o. ¡Que elegiste el día para sacar a relucir tu vena caballerosa! En el bosque no había tantos remilgos para incumplir la palabra, dejarme allí tirada y salir por piernas en plan Bambi, sin mirar atrás. Pero justamente hoy te has tenido que levantar con el modo Varón Dandy activado, dispuesto a cumplir todas tus promesas pendientes”.

 

-Argf, argf...

-De nada, de nada -el muy cenutrio aún se creía que le estaba dando las gracias- Si te soy sincero, desde mi creación jamás me había sentido tan libre como cuando me retuvisteis en el ataúd, alejado de la tiranía de Brigitte y su simpático chihuahua. Hoy, simplemente, he venido a devolverte el favor. Máxime después de haber hecho un trato contigo.

 

“¡Genial! Resulta que hemos dado con el único vampiro sobre la faz de la Tierra propenso al síndrome de Estocolmo. ¡Esto es genial!. Lo hemos secuestrado, apaleado, puesto a dieta, vestido de Tony Manero y obligado a soportar al grueso de mi familia (literalmente) y aquí está el muy pánfilo dispuesto a evitar que me torturen. Bien es cierto que todos los anteriores fueron hechos accidentales, pero tuvo que sufrirlos a fin de cuentas.

Me pregunto que hará falta para que esta pobre criatura de ultratumba me odie... ¿Ponerle a Michael Bolton en bucle hasta el fin de los tiempos?”

 

-Lo tengo, casi está -farfulló contra mi cuello- Un poco más y seguimos con la transformación. A ver si sale todo bien, porque esto no lo llevo muy ensayado... Ya sabes, es mi primera vez.

 

“¡Lo había olvidado!... ¡Pedazo de descerebrado!, ¿se puede saber qué estás haciendo?. ¿Sabes acaso lo que estás haciendo? Porque sólo a mi me podía pasar algo así: ¡me está convirtiendo un no-muerto primerizo!. ¡Que antes no me importaba porque estaba cegada por el amor, pero después de meditarlo un poco ya no me parece tan buena idea!... ¡Por Dios! ¡Que me mata! ¡Que este chalado me deja seca de verdad! ¡Y luego no va a saber como arreglarlo!. Que esto no funciona como una balsa hinchable, que después no vale con soplar por los agujeritos y listo. ¡Que no me arreglo con un parche, muy señor mío!, ¡que no soy la rueda de una bici!”.

 

-Te daré a beber mi sangre,... -con que íbamos a seguir el método tradicional- ...pero no voy a quedarme para acompañarte durante el proceso. Esto que estoy haciendo está fuera de la ley y en cuanto acabe contigo tendré que poner pies en polvorosa si no quiero que me estaquen como a un pincho moruno... je, je, je.

 

“Sí hasta lo dice con alegría, el muy capullo. Estoy convencida de que se cree muy importante situándose al margen de la ley... ¡Será membrillo! Va a conseguir que los dos acabemos criando malvas. Que uno no puede meter un pollo en el horno y pirarse como si tal cosa. Que si no vigilamos la cocción tal vez se queme el bicho, se incendie la casa o yo me muera de verdad sin que nadie se entere de lo malita que me encuentro.

¡Ayyyyyyyyyyy! ¡Con lo mona que hubiese quedado en el salón de casa haciendo ganchillo en lugar de ir a buscar a un vampiro al cementerio!. ¿Por qué el Jonhy no trato de detenerme... con más intensidad?, ¿por qué vendió nuestra vidas por aquellos infernales 50€?, ¿por qué no se resistió a mi voluntad?”

 

-Jonhy...

-De él no voy a poder encargarme -me anunció Ervigio- Ya me he arriesgado muchísimo evitando la vigilancia que te han puesto a ti, como para volver a exponerme por tu amigo. Además, a él no se le veía demasiado entusiasmado con la vida eterna... Pero siempre puedes transformarlo tú, si al final le interesa.

 

Mi mente no tuvo tiempo para procesar esta última información acerca de vigilancias vampíricas y albondiguillas reticentes a convertirse en chupasangres. Por lo que parecía la apestosa rata voladora, que se había tomado la libertad de actuar como mi creador, estaba llegando al término del proceso. En un rápido movimiento se desgarró a bocados la muñeca y me restregó su sangre por la boca.

 

Evidentemente, enteradísimos Siervos de la Noche, no hubo nada de la dulzura de Edward con Bella, ni un poco de su delicadeza. El estúpido murciélago que estaba introduciéndome en el oscuro mundo de ultratumba, parecía más de la escuela de Blade, pero sin la dotación que se le presuponía a Wesley Snipes (que de esto tengo pruebas), ni el gracejo que por aquel entonces gastaba Stephen Dorff en los vídeos de Aerosmith.

 

Vamos, que el espabilado del no-muerto que me había tocado en gracia, era un auténtico bruto, un animal de cuidado, a pesar de lo cual, cuando hubo terminado, tuvo la sutileza de limpiarme la cara y dejarme semiinconsciente dentro de la cama.

 

-Mañana cuando el Sol se ponga la metamorfosis habrá concluido... con suerte -pero si es que era todo un gracioso, el desgraciado- Ahora pasarás por un estado febril, incluso con alucinaciones, como si hubieses pillado un mal resfriado, pero después de eso se abrirá un nueva vida para ti. Espero que la disfrutes con felicidad... Yo, por mi parte, he cumplido con la palabra dada.

 

Y así, sin más ni más, el que hasta hacía unas horas había sido el hombre de mi vida, se giró y, entre la bruma en la que estaban sumidos todos mis sentidos, lo vi cerrar la puerta a sus espaldas mientras me abandonaba a la incertidumbres que, como si estuviese siendo sometida a un trabajo de vudú, se entremezclaban con las más extrañas visiones que hubiera tenido jamás:

¿Ervigio había realizado todo el procedimiento correctamente?, ¿a la puesta de sol del día 5 yo estaría engrosando las filas de chupasangres de la ciudad?, ¿palmaría del todo en el intento? ¿o mi abuela llegaría a tiempo para chutarme una buena transfusión de sangre y salvarme de una muerte segura?

 

Curiosamente, había asumido con rapidez el abandono prematuro de mi novio, el castigo de por vida de mi padre y mi defunción inminente. Podría decirse que estaba preparada para cualquier cosa, excepto para lo que ocurrió: NADA.

Así como os lo cuento, flipadísimos Siervos de la Noche, se puso el Sol, llegó la noche, pasaron las horas y cuando la luz volvió a invadir el cuarto, no había ocurrido absolutamente nada fuera de lo normal. Vamos, que ni Titina ni ninguno de sus secuaces asomaron los colmillos por la zona tras el crepúsculo, y me refiero a la parte del día en la que la oscuridad se abre paso, no al libro de “mi-novio-es-un-vampiro-y-ni-con-regla-me-lo-tiro”... (esta creciente acritud hacia los no-muertos es debida a que, de un tiempo a esta parte, empiezan a caerme francamente mal,... incluso los cachondos). El caso es que cuando los primeros rayos de la mañana rompieron el día pude comprobar que efectivamente todos habíamos llegados al siguiente amanecer sin padecer incidente sobrenatural nocturno alguno.

Esto, aunque debería haber sido más previsora, me tranquilizó en la confianza de que las huestes del difunto Alcalde (en paz esté) creían que la bruja de Brigitte mentía como una bellaca y que ella misma se había cargado a Sir Thomas para alcanzar el poder que él ostentaba con anterioridad. En definitiva, lo que venía a ser la pura realidad. Y como bajo este razonamiento nos quedábamos sin enemigos con manía persecutoria, decidí pasar el resto de las vacaciones en casa de mi abuela para evitar las miradas asesinas y las caras largas que mis padres me ponían cada vez que nos cruzábamos.

En lo que respeta al albondiguilla, tampoco supe nada más de él, ni ese día, ni el siguiente, ni el siguiente... Ni falta que hacía. Aún recordaba lo furioso que se había puesto cuando se había enterado de todo el malentendido de Nueva York y si me apetecía poco ver la recriminación en los ojos de mis progenitores, menos ganas aún tenía de aturar a un albondiguilla chillón y avinagrado  que seguramente se las daría de ofendido cuando en realidad había sido yo la que le había permitido abandonarme sin el más mínimo remordimiento.

De esta manera, es decir, mejor sola que mal acompañada, llegó la tarde del día 4 a la apacible casa de mi abuela, donde yo siempre era querida aunque acabase de romperle una bajante de aguas en un descenso vertical poco exitoso.

Las horas se me habían pasado con la tranquilidad habitual de aquel recodo de la ciudad, inoculándome la equivocada sensación de que todo a mi alrededor iba la mar de bien. Sólo tuve que encargarme de un par de recados para preparar el vestido de la Noche de Reyes (que sería el mismo que el de Fin de Año, pero tras una visita a la tintorería), un par de llamadas concretando la quedada con el resto del grupo y otro telefonazo a la peluquería para reservar una depilación como era debida al día siguiente (porque después del apaño de mi albondiguilla, a 4 de Enero, yo pinchaba más que un cactus de Arizona).

Total, que a eso de las 7 ya me encontraba zapateada en el escritorio de mi padre chateando con Mi Maestro Oscuro y otros Siervos de la Noche, ajena a los peligros que me acechaban, cuando de repente, una sombra escurridiza en el jardín llamó mi atención. Al principio no estaba segura de haberla visto. Mi abuela tiene tantos árboles, arbustos y otras plantas ornamentales que es muy difícil distinguir si lo que acabas de ver es una ramita suavemente mecida por el viento o a un intruso inesperado. Sin embargo, la silueta volvió resbalar rápidamente de un seto a otro y desde éste a otro más, como si tratase de pasar desapercibida infructuosamente, como si se hallase en medio de un tiroteo, atemorizada, usando la vegetación de protección contra las balas. No cabía duda de que alguien que se aproximaba a gran velocidad a mi ventana intentando con escaso éxito no ser visto.



Pegué mi naricilla al cristal, intentando descifrar a quién pertenecía la figura que estaba escondiéndose contra el camelio situado al pie de la casa y fue ahí, cuando en un grito apagado, oí mi nombre.

-¡Jessica!... Sube la ventana... ¡Jessica!... Tengo que hablar contigo... Es urgente.

En un pensamiento relámpago se me hizo clara la situación: mi albondiguilla había venido en plan Romeo a pedirme disculpas ¡y yo con aquellos pelos... en la piernas!. Un par de segundos fueron suficientes para repasar mentalmente mi aspecto físico, que, en efecto, no era el más deseable (en el sentido sexual de la palabra). Pero como el amor es ciego, me rehice la coleta, maldecí el haber postpuesto la depilación y abrí la ventana confiando en mi indiscutible atractivo sexual.

-Dime, Jonhy -respondí con fingida indiferencia- ¿Qué es lo que quieres?

La sombra entonces salió de su escondrijo, descubriéndome una silueta muchísimo más delgada de lo que jamás había sido un zanco de MacGyver y desde luego infinitamente más ágil que él.

¡Me había confundido!. Mis deseos más ocultos me habían traicionado y alguien se había beneficiado de ello. Pero cuando caí en la cuenta de todo esto, ya era demasiado tarde para ponerle remedio. La extraña figura había escalado agarrada a la pared, como si de Spiderman se tratase, y antes de que me hubiese dado cuenta, se había colado en la habitación, quedándose de pie frente mi.

-¿¡Ervigio!?... ¿qué haces aquí?
-Vengo a ayudarte.

Supongo que debí haberme emocionado por la visita de mi adorable ratilla voladora, más si era cierto que venía a ayudarme. Pero a esas alturas de mi vida, la sensación de que, como en política, en el mundo vampírico existía una incompetencia generalizada, hacía que compartir habitáculo con un chupasangres dispuesto a echarme una mano, me causase una desagradable intranquilidad. Además, exceptuando los morros de mi pelo-pincho-lamido yo no veía muchos más problemas en mi entorno. A no ser que mi murcielaguito también pensase que no me vendría mal una depilación... urgente.

-Todo va sobre ruedas, Ervigio. No necesito ayuda.
-Sí que la necesitas -me atajó, para mi sorpresa, con un tono de preocupación- Tenemos que hablar en privado -añadió mientras cerraba la ventana y bajaba la persiana con rapidez- Jonhatan y tú estáis en peligro.

¿Desde cuándo se inquietaba éste por lo que nos pudiese pasar?, ¿en qué momento había cejado en su intento de huir de mi para querer regresar y socorrerme? ¿y de qué peligro estaba hablando?.

-Sir Thomas está bien muerto y Titina no se ha pasado por aquí en tres días. Yo no veo amenaza alguna por...
-Es cierto... -me interrumpió con impaciencia-... que su Excma. Sra. Alcaldesa todavía no te ha visitado, pero planea hacerlo mañana mismo para ajusticiarte por la muerte de su predecesor.
-¿Y por qué no lo ha hecho antes? -pregunté aprovechando una pausa en su discurso apresurado.
-Porque antes debió someterse a un juicio ante el Consejo a fin de demostrar su inocencia en todo lo que se refiere a este asunto. Los vampiros son muy desconfiados con los fallecimientos de sus congéneres, mucho más si uno de ellos implica un ascenso para otro. Por esto estaba grandemente extendida la sospecha de que en el asesinato de nuestro anterior Regidor había metido mano su Excma. Sra. Alcaldesa.

Ervigio insistía en darle a Brigitte el tratamiento oficial correspondiente como si ella estuviese presente, a pesar de que si en realidad se diese ese fatídico caso, la vampiresa rubi-teñida ya lo hubiese hecho polvo por estar allí poniéndome al día de toda la historia.

-Después de un largo proceso... -prosiguió mi ratilla voladora tras una micropausa para recuperar el aliento- ...se dio por buena la versión expuesta por la única testigo no-muerta del suceso, nuestra Excma. Sra. Alcaldesa. Y así es como el Consejo aceptó que el mago Jonhdalf, poseedor del Dedo de la Muerte, y su ayudante -un breve gesto me indicó que ésa era yo- habían acabado con Sir Thomas sin implicación de ningún otro miembro de la comunidad vampírica.

No me lo podía creer. ¡NO ME LO PODÍA CREER!. No podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. ¿Que yo era la ayudante del Jonhy?, ¿que él era mi jefe?. Pero ¿en qué país de locos estábamos viviendo?, ¿es que todo el mundo había perdido el sentido?.

La presunción hecha por Titina de que, entre los dos, resultaría mucho más creíble que mi MacGyver fuese el ejecutor de Sir Thomas, me puso de tan mala leche que perdí el norte y con la rabia dejé escuchar lo que balbucía aceleradamente mi ratilla voladora. Me hervía la sangre mientras mi murcielaguito me explicaba no sé qué sobre los festejos de la noche de Reyes, no sé qué más sobre que una vez tomado el “Dedo de la Muerte” como versión oficial, el Jonhy y yo estábamos en una posición extremadamente vulnerable y no sé que otro blablablá acerca de que él era un vampiro de palabra y que había venido a cumplir su promesa.

Súbitamente una idea interrumpió mi sulfurado discurso interno, trayéndome de vuelta al monólogo que Ervigio desarrollaba más en solitario de lo que él se hubiese podido imaginar.

-¿Cumplir tu promesa?. ¿Promesa de qué?