Y quizás porque no sólo el borracho pensaba que mi aspecto era un poco de Muerte o que más bien los polis creían que la chica de la curva al fin había mangado un coche, pero en el control de alcoholemia nadie movió un pelo. A través del retrovisor vi sus figuras haciéndose cada vez más pequeñas, cual diminutos soldaditos de plástico petrificados en posición de ataque, mientras yo, corría que me las pelaba, cuesta abajo y sin perspectivas de frenar. No cabía duda que los había impresionado, pero ¿por cuanto tiempo?.
Tampoco me importaba mucho. La Trade, rozando los 140Km/h, cloqueaba al límite de su resistencia física (que para ser una furgonalla del jurásico bastante había aguantado ya). Así que, si obviamos la nadería de tener que detenerla sin matar a nadie, el problema era hacerlo antes de que me pasase la calle que llevaba al WoW. Es decir, debía llegar hasta el final de la bajada, tomar en llano una curva abierta hacia la izquierda y, en menos de 10 metros, girar de nuevo en ese sentido, dirección a la vieja catedral.
-¡¡¡¡¡GuuuuuuoooOOOOOOOOOOOOOOOOOOAAAAAAA!!!!!
Además, a esas alturas del viaje, yo ya había perdido todo atisbo de control sobre la Nissan y, mientras la vibración de la máquina me lanzaba el culo al aire insistentemente, a mi sólo me quedaba confiar en que los sonrientes japonesitos que la habían montado (ellos siempre tan centrados y eficientes) la hubiesen hecho a prueba de turbulencias.
-Por Miyagi, por Tokyo Hotel y por todos tus primos Pokémon: ¡furgoneta, te elijo a ti!. ¡Curva izquierda!... ¡¡¡raaaaaAAAAAAAAAAAASSSSSS!!!
¡Pero qué "rás" ni que ocho cuartos!. A pesar de que sujeté el volante con fuerza intentando mantenernos dentro de la trayectoria que marcaba el asfalto, la Trade tenía sus propias intenciones, conforme a las cuales, acabamos resbalando con las cuatro ruedas, montadas sobre la acera, rayando todo el costado derecho en los maceteros de granito, cortesía de la Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad. Y, aunque talar árboles quincuagenários para poner aquellos ridículos pensamientos me había parecido en su momento (también ahora) una auténtica patochada, debo reconocer que agradecí que las jardineras me hubiesen controlado el trazado, en lugar de acabar pegándome tremendo batacazo contra un hermosísimo castaño de Indias... No porque la fuese a diñar del castañazo, sino porque ¡a ver quién era el guapo que ponía la furgo en marcha... después!
Que lo que se dice en ese preciso instante, marcha, tener, tenía, para ella y para todo el parque móvil del Ministerio de Hacienda. Como prueba, el segundo escaso que me llevó dejar atrás la primera curva para echarnos rápidamente encima de la bocacalle del WoW. ¡Y a D... D... Drácula pongo por testigo que traté de frenarla! En último intento, traté de frenar la furgoneta. Pero inocentemente volví a clavar el acelerador, así que cuando pegué el segundo volantazo para enfilar hacia la vieja calle adoquinada que lleva a la disco-vampiro, el pescado estaba todo vendido.
Los neumáticos perdieron por completo su agarre al firme, las ruedas chirriaron contra el pavimento mientras se deslizaban a toda velocidad con un estilo muy alejado de la elegante delicadeza de Evgeny Plushenko y yo me vi finalmente lanzada hacia una calle peatonal, a más de 100Km/h, con las luces del WoW, al fondo de la misma, anunciando la línea de meta.
Sin pensármelo dos veces, tiré del freno de mano. El pedal estaba estropeado para mi, así que eché mano a la palanca, incapaz de imaginarme siquiera que, como consecuencia, la Trade comenzaría a bailar cual trompo loco a lo largo de la calle y que yo iba a estar más cerca de salir disparada hacia luna que de detener la furgoneta en menos de los 15 metros que me separaban del WoW.
Sin embargo, a los 10 metros, las dos estábamos detenidas y bien detenidas. Una hermosota farola de hierro fundido se había plantado en medio y medio de nuestro camino y había tenido a bien incrustarse en la mitad del lateral del copiloto de manera que, tras un último rebote contra otro precioso macetero, la furgonalla se había quedado atravesada en la calle, ronroneando suavemente como un gatito tendido al Sol.
-Locaaaaaaaaaaaaaaaaaa, locaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa -alguien gritaba de fondo y no confundiéndome precisamente con Shakira-Casi nos mataaaaaaas, LOCAAAAAAAAAAAAAAAA, LOCAAAAAAAAAA...
Entre el aturdimiento de todo el remeneo dentro de la furgoneta logré recordar, sin demasiada precisión (tampoco os vayáis a creer), la imagen borrosa de una pobre madre que empujaba aterrorizada a sus dos hijos en el interior de un viejo portal de piedra, mientras yo pasaba a su lado girando como una peonza.
Tal vez estaba algo cabreada...
-¡LOCAAAAAAAA, LOCAAAAAA! -digamos que la amplitud de vocabulario no era su fuerte- Voy a llamar a la polocía -eso sí que era nuevo- ¡¡¡LOCAAAAAAA!!! -y vuelta la burra al trigo.
Sorprendentemente no tuve que aguantarla ni un segundo. Salí de la furgoneta con la lentitud que mi cerebro me permitió, algo desorientado e indefenso después de tanta vuelta. Me apoyé contra el espejo retrovisor, resignada a soportar el chaparrón de recriminaciones de la señora que venía derechita hacia mi echando espumarajos por la boca, y cuando me quise dar cuenta, ella y sus dos retoños se habían esfumado como si se los hubiese tragado la tierra.
-¿Dónde está?... Uhmmm... Si que ya decía yo que no había sido para tanto.
La cara de canguelo del portero del WoW, que en esta ocasión se trataba de un chavalín la mar de humano, arrojaba claridad sobre tres puntos:
1) SÍ que había sido para tanto.
2) Mi look, definitivamente y sin lugar a dudas, se veía terrorífico.
3) El chupasangres enano que ejercía de portero habitualmente había sido remplazado por un vivo y, siendo lo más lógico que otro no-muerto cubriese su puesto, no cabía duda de que TODOS los vampiros de la ciudad estaban bastante ocupados con algún asuntillo suyo... Convocados a una jauría asesina, ¿tal vez?
Me acerqué al chico consciente de que debía actuar con rapidez.
-He venido a habla con Dña. Titina. Es urgente.
El muchacho me miraban de hito en hito, con la boca abierta, pero incapaz de articular palabra.
-Lléeeeeevame... -susurré tratando de compelerlo-... ante Dooooñaaaaaa Tiiiiitiiiiiinaaaaaa...
Y, aunque de nuevo la hipnósis resultó un auténtico fiasco, al menos logré sacarlo de su estupor.
-¿Bri... Brigitte?
-Sí, sí, exacto, Dña. Brigitte. Tengo que hablar con ella de algo sumamente importante...
El portero de reemplazo parecía indeciso acerca de como proceder al respecto, es decir, acerca de qué hacer cuando una loca con pinta de yonqui, aterriza dando trompos frente al local en el que trabajas y te pide entre jadeos una audiencia con tu jefa.
-Ehhhhhh...
-Es por lo del asunto... de la iluminación... -continué esforzándome en parecer una persona en sus cabales y viva-... La iluminación para la fiesta de esta noche.
En los ojos de mi interlocutor había una sombra de duda.
-Aquí tengo los focos -añadí sacando de la furgoneta el viejo juego de luces para conciertos- Sólo hay que colocarlos, cobrar por su alquiler y marcharme.
Como un reflejo de mi vida anterior, un sonrisa de oreja se extendió involuntariamente por todo mi rostro tratando de vencer la resistencia del portero igual que millones de veces había vencido la de mis padres a base de dulzura infantil. Sólo que en esta ocasión lo que yo instintivamente creía que iba cargado de dulzura e inocencia, rozaba más bien la inestabilidad mental.
Vamos, que el muchacho se quedó frío nada más verme la "piñata".
-Lo tomaré como un sí.
Y apartándolo a un lado, entré en el WoW cargada con toda aquella cacharrería.
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