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diariodeunavampiresanovata

¡¡¡NADIE!!! , MALDITA SEA, ¡¡¡ALLÍ NO HABÍA NADIE PARA ENTERRARME!!!.

 

Basura de series de televisión desinformadas donde los no-muertos se auto sepultan con la misma facilidad con la que uno se pierde bajo un edredón de plumas. ¿Por qué los guionistas no consultaban sobre costumbres vampíricas a no-muertos que al menos hubiesen sobrevivido a la primera noche de no-vida?, ¿por qué antes de sacar fiambres de la tierra como conejos de la chistera, no se documentaban primero?

 

¡Condenadas mentes privilegiadas! Y ¿ahora cómo imaginaban esos cerebros súper desarrollados que yo me iba a cubrir con tierra?, ¿qué era lo que se suponía que tenía que hacer allí tumbada?, ¿esperar a que Mariposita se animase a mancharse las almohadillas para taparme como una madre amorosa? ¿o simplemente me cruzaba de brazos y ¡hala! a torrarme las morcillas?.

 

Desde luego, Siervísimos de la Noche, para Jessica-líder-de-la-manada palmarla no era un opción. Una vez tuviese mi pellejo a buen recaudo, ya me encargaría de ponerles una demanda a esa pandilla de escritoruchos de medio pelo. Pero en aquel instante, por mucho que me irritase la incompetencia ajena, debía focalizar mis esfuerzos en prioridades mayores.

 

Ágil como un guepardo, rápida como un rayo, me incorporé en mi fosa rastreando una última vía de escape en mi entorno. Piñas, zarzas, ramas secas y helechos (tamaño genérico, ninguno tipo “Parque Jurásico”, capaz de dar sombra a un bebé T-Rex). Todo perfecto para MI propia barbacoa personal y ¡ni una diminuta cuevita donde refugiarme!.

 

Entonces, desde lo más profundo de mis excepcionales neuronas una idea magistral (¿de qué otro tipo sino?) me devolvió las esperanzas.

 

¡¡¡LA TRADE!!!”

 

¡Todavía podía cobijarme en la parte posterior de la furgoneta!. Justo donde las Ratas de Medianoche colocábamos los bártulos para los conciertos, habíamos dispuesto una gruesa cortina negra para separar esa zona de la cabina, impidiendo así que desde fuera se pudiese ver el instrumental transportado. Sin duda no era el sitio óptimo para que una chupasangres montase su guarida (por supuesto que me sentiría infinitamente más segura en un búnker nuclear), pero aquello era mucho mejor que recibir el Sol matutino a cuerpito gentil, sin una rebequita siquiera.

 

Además, ni que decir tiene que tampoco me sobraban las alternativas. De un salto me planté frente a la furgonalla, abrí el portalón trasero y, mientras sentía como la piel me ardía cada vez más, me abalancé al interior seguida de cerca por Mariposita, que había cambiado su expresión altiva, por una más cercana al acojone. Como si acompañar a la Ungida entrañase más peligros de los que ella había supuesto.

 

-No protestes que esto lo arreglo en un momento -le rezongué por lo bajo mientras apilaba los equipos de sonido, amurallando, más mal que bien, el cortinón de separación- Estás a salvo, ¿no?. Con estos trastos, el paño oscuro y la sombra de los árboles, ¡es imposible que se cuele un rayo de Sol aquí dentro!

 

Sin embargo la vamperra descreída no cesaba de dar vueltas echando humo a causa de la preocupación... y también porque algo de luz le había tostado el lomo y aquellos odiosos pabellones auriculares de rata canina.

 

Que si nos paramos a reflexionar sobre este hecho, cosa que me siento en la obligación de hacer para que los Siervos de la Noche amantes de las mascotas no me juzguen mal, en realidad yo no era responsable de ese pequeño desaguisado. Mariposita había decidido seguirme en contra de mi voluntad y, ya que tampoco era la primera vez que le pasaba algo parecido estando a mi cargo, si había regresado conmigo, podríamos llegar a suponer que en realidad tenía una tendencia masoca que yo satisfacía con facilidad.

 

Total, que esta menda se encontraba luchando por salvar su no-vida y, de paso, la de la repelente chihuahua de Titina (que inspeccionaba una caja vacía con desesperación) cuando una tremenda modorra comenzó a apoderarse de mí. Los brazos y las piernas se resistían a mis órdenes, los párpados me pesaban toneladas y, aunque por momentos lograba mantenerlos abiertos, la vista y el entendimiento se me nublaban irremediablemente.

 

El adormecimiento diurno ya estaba aquí. Me quedaban escasos segundos para usar mi sobresaliente lucidez antes de perder la consciencia y quedar a merced de las circunstancias. Eché un vistazo a la maltrecha “Gran Muralla” construida y de la comparación obtuve otra razón para odiar a los chinos (además del hecho de que el sonriente propietario del bazar Yong Weing y toda su amable progenie se hubiesen negado a cambiarme el despertador de Crepúsculo, que no sólo no sonaba en el instante programado, si no que lo hacía a aleatorias e intempestivas horas de la madrugada).

 

¡Aquella muralla distaba ligeramente de ser inexpugnable!. Eso me lo lo podía decir el Sr. Yong Weing, cuyos ancestros eran maestros en el arte de amontonar pedrolos, y hasta mi Sra. Abu, más ducha en lo que respecta a su lanzamiento durante triviales discrepancias vecinales. Sin embargo fueron los ojos reprobatorios de Mariposita, segundos antes de esconderse en la caja de cartón que había supervisado, los que me confirmaron que yo tenía elevadas probabilidades de terminar pelín quemada.

 

-¡Oooaaaaa!-bostecé mientras cargaba un pesado subwoofer destinado a culminar la barricada en uno de sus extremos- ¡Ooooaaaa!, ¡¡¡OooooOOOOOOOAAAAAAAAAAAAAaaaaaa!!!

 

La boca se me abría de forma involuntaria hasta el máximo de su capacidad porque todos mis esfuerzos estaban centrados en mantener en alto los párpados, que amenazaban con sucumbir al abotargamiento. El trabajo todavía no estaba rematado, así que debía combatir la creciente pesadez de ojos hasta que al menos una esquina quedase algo segura. Luego podría acurrucarme en ella.

 

Y estaba justamente revirtiendo el último cierre de persianas (mientras situaba el altavoz en el hueco que le había asignado), cuando las articulaciones dejaron de articular, los músculos dejaron de funcionar y mi cerebro se apagó sin más.

 

He aquí que el rígor mortis me había llegado, como la propia palabra indica, con una rigurosidad de muerte. El Sol apenas había acabado de coronarse sobre el horizonte y yo ya me había quedado, con los brazos sujetando el bafle en lo alto, más de piedra que si me hubiese encontrado a Robert Pattinson desnudo en mi habitación. Obviamente, los ojos, como platos.

 

4 comentarios

Jessi -

Querídisima Sara:

Como una estatua me quedé. Tiesa, rígida, más derechita que una vela. Que mi abuela hubiese estado henchida de orgullo y satisfacción de verme con la espalda tan enderezada.

En cuanto al resto de los no-muertos, pues no sé si dormirán blandengues o duros como yo. Tal vez cada uno reaccione de una forma distinta, porque a simple vista Mariposita se ha levantado la mar de lozana. ¡Chucho desgraciado, que bien podía irse a tomar Fanta!... ¡La muy bicha!... a la que quiero, cuido y trato con mucho cariño, Siervos de la Noche amantes de los animales.

La Jessi.

Jessi -

Querida Ciocio:

En efecto, soy mala, muy mala. Peor que el Superman malo, pero que el Spiderman malo, peor (INCLUSO) que el Gremlin malo.

Ahora que yo no puedo dormir a pierna suelta, tampoco quiero que el resto de la humanidad pueda descansar.

La Jessi.

P.D. De todas formas, como a mis Siervos de la Noche les tengo un cariño especial, he subido una nueva actualización.

Sara -

¡¡¡ No puede ser !!! te has quedado como una estatua !!! rigor mortis!!! pero... todo el mundo sabe que los vampiros cuando llega el sol quedan mmmmmmm ¿como lo diria? laxos, mustios, vamos... desmayados.

Me gusta la vamperra y a ti tambien ¿eh?jejejeje

Jessiiiiiiiiiiiiiii ¿donde estas???????????

Un beso.

Ciocio -

Cruel. Estás siendo cruel y a posta. Cuándo piensas continuar con la historia?