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diariodeunavampiresanovata

En la calle el tiempo favorecía la búsqueda. Un vientecillo invernal la mar de frío y desagradable había borrado del cielo todos los oscuros nubarrones que cubrían la luna y ahora ésta iluminaba las calles hasta en las esquinas más lóbregas del barrio.

 

-¿Para dónde se habrá ido el padre de mi hijo? -me pregunté una vez puestos los pies en la acera.

-¡Oye! Que se que tienes la regla, así que, por favoooooor, guárdate eso para cuando tu familia esté delante.

-Pues precisamente... -susurré apuntando hacia cuatro ojillos de rata que asomaban por entre las cortinas del salón- Esas 2 son de lo peor de la parentela -y recuperando mi habitual tono de voz añadí- ¡Vamos a buscar a ese CANALLA!.

 

Arturo lleva un tiempo inquieto revoloteando alrededor de los pliegues de mi vestido y como había

quedado patente su pasión arrebatada por Mariposita, pensé que quizás el pequinés de mi abuela trataba de indicarme que ya tenía localizado el rastro de Ervigio y su pequeña amada perruna.

 

-¡Tras ellos, Tury! -lo azucé como había visto hacer a los amigos de mi padre con sus perdigueros- ¡Busca a Mariposita!, ¡busca a MARIPOSITAAAAA!

 

El chucho me miró brevemente con las orejas erguidas como si unos hilos invisibles estuviesen tirando por ellas y después de lanzar un desgarrador aullido enamorado se echó a la carrera, cuesta arriba (que ya podía haber ido cuesta abajo), curiosamente por el mismo empinado camino que cruzaba el bosque hacia el cementerio.

 

-¡Espero que este chucho maldito sepa a dónde va! -jadeó el Jonhy sin resuello cuando Arturo abandonó el asfalto para internarse por una senda de lodo y piedras salpicada aquí y allá por tojales tamaño helecho del Jurásico.

-A mi me lo dices, ¡qué tengo más barro que una figurita del belén!... Mi vestido está destrozado y no te cuento los zapatos. Está claro que tenía que haberme cambiado antes de salir... y de paso haberle hecho una visita al baño porque con tanta humedad en los pies me están atacando las ganas de meaaaaaaaaaarr...

-¡Ahora te aguantas! -gruñó el Jonhy mientras apartaba zarzales sin guardar precaución alguna para evitar lanzármelos al vestido o mismamente a la cara- Y hazme el favor de apuntar con eso para otro lado.

 

Ahora venía con exigencias, me estaba dando a probar toda la flora silvestre que encontraba a su paso (que con tanta fibra ya tenía yo asegurada la regularidad intestinal para toda la eternidad), pero el señor se molestaba si la que suscribe usaba su Browning en un vano intento por frenar las embestidas de la naturaleza salvaje. ¡Por Dios!, ¡que soy una chica de ciudad!. Tengo que usar todos los recursos que están a mi alcance.

 

-No está cargado, ¿verdad? -preguntó de forma retórica.

-Por supuesto -acaso creía que era tonta.

-Por supuesto... ¿que no?.

-Por supuesto que sí. Mi padre nunca me entregaría un arma sin cargar. Además, ¿cómo prentedes que defienda mi vida y la de mi hijo si la llevo sin balas?... ¿A collejazos?

 

Mi pelo-pincho-lamido se frenó en seco y, girándose para verme directamente a los ojos con su mirada de maestro reprensor, extendió la mano derecha boca arriba.

 

-Toma... -le dije poniendo en ella la Enmarronadora- Y quédate ahí que voy a mear.

 

Está fuera de todo debate la destreza innata de los hombres para la ejecución de este noble arte de "la micción pedestre" (que seguro que pueden hacerlo en una estación espacial sin mojarse los pies, pero dejando la obligada gotita de muestra en la tapa del urinario como sello de calidad). Lamentablemente a las mujeres mear de campo, y más si andamos encaramadas en unos tacones vértigo, el asunto conlleva una serie de precauciones que nos exigen una buena forma física y un poquito más tiempo. Pero precisamente eso era algo que no nos sobraba.

 

 

 

Busqué rápidamente un arbusto bien grande.

 

-No mires, ¡eh!.

-Ni falta que hace.

 

Abrí las piernas colocando los pies bajo los hombros y me agaché recogiendo en mi regazo la tela sobrante del vestido y de la capa. Bajé hasta los tobillos mi festiva ropa interior y entonces las posaderas se me quedaron al aire.

 

Sin protección, indefenso ante el gélido airecillo invernal (y como es muy friolero, además de tímido) mi culo convenció a su vecino esfinter vesical que por mucho que le apeteciese, aquél no era un buen momento para mear y así, por más que yo me recolocaba, buscaba una mejor posición y animaba con sibilantes "Pssssssssssssssssss, psssssssssssssss, pssssssssssssss..." no obtenía ni un mísero chorrito.

 

-Oye, si no tienes ganas, levanta el campamento y sigamos.

 

Pero no había que apurar más la cosa, el torrente corría ya abundamente colina abajo y no tardé demasiado en acabar con las aguas que de menores tenían sólo el nombre.

 

-¿Tienes un Kleenex? -lo se, una señorita debería estar siempre preparada para una eventualidad así, pero con las prisas de la cacería y la urgencia de pedirle la Browning a mi padre había agotado toda la previsión de la que mi cerebro es capaz.

-Ten -me contestó un mano que acaba de surgir entre los arbustos para ofrecerme un paquete de pañuelos de papel.

-Gracias.

 

Tome prestados 5 ó 6 y cuando ya estaba bien seca y con las braguitas prácticamente subidas, unos hierbajos a escasos metros de nosotros comenzaron a moverse. Dejé caer mi vestido hasta el suelo con rápidez y dando un paso atrás me preparé para lo peor.

 

Frush, frush, frush... Los segundos pasaban interminables y la zarza seguía moviéndose sin desvelar quién o qué la agitaba tan insistentemente... Frush, frush, frush... Estaba claro que Ervigio no podía ser porque si estaba huyendo, aquello era todo menos ser discreto... Frush, frush, frush... A Titina no me la imaginaba sacudiendo un arbusto como si fuese una par de maracas... Frush, frush, frush... Y Sir Thomas, bueno, él ya nos habría matado después del primer "frush".

 

Frush, frush, frush.

 

Al fin, unas orejas parabólicas de perro-rata malvada se abrieron paso através del matorral, para dar paso después a los saltones ojillos de Mariposita que me miraba con la cara desencajada y el hocico babeante.

 

-¡La vamperra! -exclamó el Jonhy- ¡Coge a la vamperra!

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