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diariodeunavampiresanovata

Decir que aquella nota no me perturbó lo más mínimo sería mentir como una bellaca. La sola idea de juntar en menos de 200 m2 a mi familia, cuyo grado de embriaguez navideña avergonzaría incluso a Lidsay Lohan, con una vampiresa tan pija que era incapaz de decir "verde" y "naranja" en la misma frase, me producían una ligera intranquilidad.

 

Sin embargo, lo que de verdad me traía de cabeza, ¡llamadme frívola si queréis!, era arreglarme para Fin de Año y mi posible conversión. A las 5 me hacían el moño en la pelu, la supervisión de Mariposita sería a las 6 y antes de todo esto ¡DEBÍA DEPILARME!: el sobaquillo, las piernas enteras (el invierno siempre saca mi lado más animal), y por supuesto el chichi, que más que un jardín asilvestrado parecía una jungla tropical.

 

¿Por qué no preví este pequeño contratiempo?, ¿por qué no solicité ayuda en la peluquería?, ¿por qué me enfrentaba yo sola a tanto trabajo de desbroce?. ¡Yo que nunca he podido arrancarme un mísero pelo sin que me caigan lagrimones de dolor! Pues sencillamente, porque hasta ayer mismo me había dedicado en cuerpo y alma a Ervigio y el propio 31 de Diciembre ya nadie te hace la cera, por mucho que seas una heroina salva vampiros.

 

Así que tan pronto como terminé el desayuno y me aseé, corrí hacia la tienducha que proveía a aquel vecindario dejado de la mano de Dios donde vivía mi abuela. En un principio pensaba llevarme sólo un paquete de cera caliente, sin embargo al ver que también tenían pinzas y bandas depilatorias me monté un buen kit de tortura y salí de allí casi tan feliz como la dueña, que a juzgar por el polvo de las mercancias, ya habría perdido la esperanza de venderlas.

 

De regreso a casa me estuve planteando diversas posturas para lograr un buen acabado y una experiencia lo más placentera posible, pero como no conseguía conjugar ambas cosas en un sólo método aplacé el tormento hasta después de comer. Y así estaban dando ya las 3 de la tarde cuando por fin entré en el baño, toda histérica y peluda, con 2 cajas de bandas depilatorias, un calentador de cera, las pinzas y la Silk-èpil de mi abuela. Lo que se dice bien armada para acojonar a los pelos (que son muchos y rebeldes).

 

Me planté en el bidé y después de echar un vistazo al instrumental decidí no innovar y empezar como en la pelu con las bandas de cera tibia en la piernas, porque dicen que los pelos ahí no son demasiado bravíos y así te ahorran la quemazón de la cera caliente. Pillé una tira, la puse entre las manos y la estuve frotando como si en realidad tratase de calentarme las palmas. Luego separé las bandas por un extremo y pegue la primera sobre la canilla derecha mientras la segunda esperaba apoyada en el lavamanos.

 

1, 2, 3... Nada... 1, 2, 3... Nada... 1, 2, 3... ¡Ainssssssssss!... Soy una cagada, lo admito, pero no me atreví a tirar.

 

Miré desesperanzada para aquel emplasto, y llamadme loca si queréis, pero no se me pasó por la cabeza que, dadas las circunstancias, lo mejor sería usar una hojilla de afeitar. En su lugar, se me antojó mucho más adecuado tomarme, como en las películas del Oeste, un traguito de algo fuerte para amortiguar el dolor y hacer más llevadero el sufrimiento venidero.

 

Al fin y al cabo, también tenía la regla y si había una excelente excusa para que mi madre se pimplase un chupito de licor ésa era un buen retortijón de ovarios.

 

Con lo que, resueltas las dudas iniciales, correteé en bragas por toda la casa para pillar una de las botellas empezadas del armario del salón. Ron, whisky, champán...

 

"Aguardiente de Hierbas", rezaba con la tortuosa caligrafía de mi abuela la situada más a mano, "Ésta", decidí por parecerme casera además de muy utilizada. Y sin pararme a averiguar cual sería su graduación, regresé a mi improvisado salón de belleza dispuesta a quitarme el parche de una vez.

 

Nunca he sido muy amiga de las bebidas espiritosas porque sólo el olor me da mucho asquito. Cómo máximo un poco de licor de melocotón (que mi yaya no solía comprar) o alguna que otra cerveza (que para una cosa como ésta ayuda tanto como el 7-up). Así que el asunto tenía que ser rápido. Quité el corcho envejecido, olisqueé la bebida y, como si de un jarabe contra la tos se tratase, bebí un trago largo.

 

-¡Puaj!.

 

Aquello me ardía por todo el esófago. ¿Estaba hecho de fuego? Sólo Dios lo sabía, pero no había tiempo para adivinarlo, ahora tocaba centrarse en el asunto "peliagudo".

 

1,2,3... Tiré a contrapelo, vi las estrellas y aullé como un lobo,... pero en mi pierna ya se veía una zona rectangular sin vello. ¡Y no había sido tan difícil!. Me emocioné, lo se. Bebí un poco más para que el otro emplasto resultase todavía menos doloroso y ¡carajo para John Wayne y el resto de vaqueros de ese respetable estado de Texas! De veras que aquello era mano de santo. Apenas sí dolía ahora. Bebí una pizquita más y al cabo de un rato ya había terminado con las dos piernas sin que se me hubiese saltado ni una triste lágrima de dolor. ¡Genial!

 

 

Ahora tocaban las ingles, alias el chumino selvático.

 

Para eso, y según las sabias teorías de Rosi, mi peluquera, lo mejor era la cera caliente porque abre los poros y facilita la extracción del folículo piloso. Así que enchufé el calentador y vertí la cera en su interior. Había que esperar más o menos 5 minutos y viendo que en aquella zona podía hacer verdaderas obras de arte (anda algo abandonada desde que se reservó para mi Edward particular), empleé la espera en decidir un buen diseño con el que sorprender a mi amado: inglés brasileñas, con forma de rombo, trebol, Mickey Mouse...

Estaba alegre, animada y con el espíritu encendido, un Eduardo Manostijeras ante un jardín de gran potencial. ¿Por qué darle forma si podía llevarlo completamente pelado?, ¿qué mejor para el tanguita negro de encaje que me pensaba poner?.

 

Cogí la gran pala de madera que se usaba para remover el mejunje y lo alcé mientras le daba vueltas para enrollarlo. Soplé, soplé, soplé y cuando me pareció que ya había bajado la temperatura de aquella lava incandescente la dejé caer sobre mi tierno e inconsciente chocho.

 

-¡Coñooooooooooooooo! -grité nunca mejor dicho- ¡Fufffff, fuuuuufffff, fuuuuuuuuuufff! -seguí bufándole a mi entrepierna mientras con una mano buscaba a tientas la botella para bajarme otro buen lingotazo de aquel líquido milagroso- ¡Quemaaaaaa!

 

Pero ya no quemaba el aguardiente, ahora corría pescuezo abajo como si de agua bien fresquita se tratase y esto me hizo perder un poco la noción de lo que ya me había bajado (que debía de ser una nada despreciable cantidad).

Entonces mi mente comenzó a nublarse mientras la vista hacía verdaderos esfuerzos por enfocar la paleta con la que cubría toscamente el zarzal de pelos. Había que acabar rápido la poda porque comenzaba a sospechar que me encontraba un poquito "contenta".

 

-Guannn, chuuuuuuuu, zgriiiiiiiiiiiiiii -esto en honor a todos los Jonh Waynes que se depilan.

 

Agarré un extremo del pegote y tiré violentamente por él, pero resultó infructuoso. Yo aún tenía fuerza, sin embargo me fallaba la coordinación, así que con la inercia del moviento caí sobre las baldosas del baño riéndome a mandíbula batiente, sin conseguir levantarme, como un escarabajo patatero.

 

-¿Jessi? -otra vez la voz de mi albondiguilla me pillaba en una situación delicada- ¿Qué estás haciendo, Jessi?

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