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diariodeunavampiresanovata

-Uhmmm... A mi también... ¡A-Negativo!... Mi favorita.

-Venga, Pitu, arréglate ya esas pestañas postizas que hay que tomar una buena posición en el asalto.

-¿Quieres un poco de brillo para los labios?

-Sí, gracias. Empiezo a tener apetito y los tengo mega-resecos, “darling”.

 

El agua comenzó a correr por el lavamanos y varios tirones al dispensador de papel indicaron que el retoque de chapa y pintura había terminado.

 

-Lo malo es que poco vamos a durar tan “súper-beautifuls”, chica.

-¡Qué quieres, MariSandri!. ¡Los vivos y su estúpida manía de defenderse!... Aunque los sedes, los hipnotices o incluso les pagues, es notar el pinchazo y comenzar a patalear. ¡”My God”!, ¡qué cansinos que son!

 

La puerta del servicio chirrió de nuevo mientras las no-muertas se alejaban con delicadas pisadas cotorreando sobre la manera más efectiva de zamparse un humano sin despeinarse.

 

-Yo ahora me he pasado a las bolsitas individuales. Es cierto que se pierde un poco la emoción de la caza, pero compensan las ventajas. Directamente de la vena a tu nevera, sin romper la cadena de frío que desvirtúe su sabor o le haga perder propiedades. 10 minutos a baño María o 3 en el microondas y ¡listo!.

-¡Lo mismo opino!. Además, siempre están frescas, te caben en el bolso y son muchísimo más higiénicas que el método tradicional. ¡Exentas de transpiración humana!

-¡Aghh!, ¡qué asco, Mari!. ¿Crees que los dos de hoy habrán pasado por agua y jabón?

-Por supuesto, Pitu. Otra cosa no, pero Sir Thomas es un histérico de la limpieza.

 

Cuando sus voces se perdieron definitivamente entre la suave música "chill-out", comencé a recuperar de forma paulatina la movilidad de mi cuerpo petrificado y la actividad en mi patidifuso cerebro.

 

¡Oh, Dios mío!, ¡oh, Dios mío!, ¡oh, Dios mío!. ¡¡¡Estábamos en la FIES-VAMPIROOOOOOOOOOO!!!, ¡oh, Dios mío!, ¡OH-DIOS-MÍO!... ¡QUÉ EMOCIÓOOOOOONNNNNNNN!

 

Las patitas me tamblaban de sólo pensarlo, ¡ya no cabía ninguna duda!, ¡más claro el agua!, ¡era una verdad irrefutable!: yo estaba predestinada a una eternidad de juventud y glamour junto a mi Edward particular. ¿Alguien podía dudar todavía de que Ervigio fuese mi media naranja?

 

Vale que había un pequeño detalle que aún debía solventar: la jauría de vampiros que afilaban sus colmillos, en aquel preciso instante, para dejarnos más tiesos que una tarjeta de crédito en rebajas. Sin embargo yo no veía en ése diminuto contratiempo nada que no se pudiese solucionar tras una breve conversación con Titina. La pillaría por banda, le desvelaría el paradero de la ratilla más adorable del universo y ella simplemente intercedería ante Sir Thomas por mi... y quizás también por la albondiguilla durmiente.

 

Empujé hacia arriba el pantalón con fuerza, remotivada por aquella inyección de ánimo, y noté que las costuras volvían a ceder un poquito más. A pesar de ello, ésta vez no fue preciso insistir de nuevo y fuese porque acababa de aligerar bulto o porque el vinilo se había reblandecido con tanto sudor, lo cierto es que las odiosas perneras subieron a la primera.

 

Sin el plan demasiado armado, me dirigí a toda velocidad hacia la sala principal rogando que ningún chupasangres se hubiese jalado a mi Gay Halsing mientras él disfrutaba de su plácido sueño reparador. No cabía duda de que yo, gracias a mi relación con Ervigio y mi amistad con Titina, tenía la vida inmortal asegurada (aún siendo una sabrosa A-negativo). Lamentablemente el pelo-pincho-lamido había salido de casa con el karma cruzado y parecía sentenciado a convertirse en el crujiente bocadito de alguien antes de que saliese el Sol.

 

-¡Jonhy! -le susurré cuando estuve a su lado- ¡Jonhy, despierta!

 

El alivio que me había invadido al divisarlo en el mismo sofá donde Brigitte nos había dejado se desvaneció para dar paso a una ligera preocupación.

 

-¡Jonhy, despierta! -insití con un tono más imperioso- ¡Hay que irse, Jonhy!

 

Estaba sentado exactamente igual que cuando lo había abandonado para ramificar mis contactos en la alta sociedad. Los mismos ojos entornados, la misma boquilla babeante, la misma expresión bobalicona de merluza borracha ... y una repentina sordera que lo aislaba por completo del mundo exterior.

 

-¡Espabila, chaval! -le ordené mientras le cacheteaba ligeramente las mejillas- Espabila que estamos en la fiesvampiro... -mascullé en su oído- ¡Jonhy! -llamé comenzándo a zarandearlo- ¡Jonhy, que vas a durar menos que un caramelo a la puerta de un colegio!

 

Inmutable, impasible, imperturbable como un monje shaolin, mi MacGyver tenía su cuerpo entre mis manos, pero su mente de visita en la quinta, sexta o quizás séptima dimensión. Entonces aquello comenzó a olerme mal, y no el sentido de "¡pasadme la máscara antigás que alguien acaba de cagar en el baño!", sino más bien del estilo "la he liado parda, ¿y si mi pobre albondiguilla ha sido hipnotizado?".

 

Le chasqueé los dedos ante su nariz, lo volví a menear y, cual novia afrentada, le mandé dos buenos galletazos sin obtener reacción. Aquello tenía toda la pinta de que iba a convertirse en un problema gordo.

 

 

A mi alrededor, los vampiros, ajenos a la particular lucha titánica que yo sostenía contra Morfeo, habían comenzado una frenética actividad, correteando de un lado hacia otro y parando para cotillear en corrillos como si cierta información confidencial hubiese sido desvelada.

 

-O sea, que Sir Thomas ya ha dado la orden, ¿no?

-Sí, sí, pero antes los va a higienizar. Lo primero es la salud pública.

-¡Por supuesto!. ¿Y tú sabes dónde los tiene guardados?

-Ni idea. Supongo que bajo llave.

-Seguramente...

 

El momento de la verdad estaba llamando a la puerta y Gay Halsing tenía todas las papeletas para que lo pillasen echándose una siesta en casa. Ya casi no quedaba tiempo.

 

-Ahí viene, ahí viene -susurró emocionado un chupasangres próximo a nosotros.

-¿Quién?, ¿quién viene?.

-Sir Thomas, idiota. ¿Quien va a ser?, Sir Thomas... Ahora, inclínate.

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