De brazos cruzados, recostado contra el marco de la puerta y con todos los piños de fuera, la mirada burlona del Jonhy me recorrió varias veces de la cabeza a los pies tratando de contener la risa. Después de unos interminables segundos en los que mi ademán altivo logró frenar sus incipientes risotadas se dignó a contestar a mi pregunta.
-Vine antes porque pensé que necesitarías ayuda,... ¡pero no imaginaba cuánta!... -y señalando la pelotita traslucida que yo acaba de saborear, añadió- ¿Tú sabes qué es eso que estás chupando?
-Sí claro -una imitación fulera del Kinder Sorpresa, pero sin chocolate- Sólo que el original tiene más sabor.
-BrruuffffJUAJUAJUAJUAJUAJUA...
La cascada de carcajadas parecía no tener fin. Se agarraba la barriga, ponía las manos sobre las rodillas, daba golpecitos con el puño cerrado sobre la pared, se secaba los lagrimones y entonces cuando unos "ay, ay, ay" sofocados parecían indicar que el espectáculo ya había concluido, me miraba otra vez y vuelta a empezar.
En este plan lo tuve que aguantar bien 5 minutos largos, yo allí, estoicamente tumbada y limitada por mis circunstancias, que daban muy poca capacidad de maniobra, la verdad.
Primero traté de frenarlo con mi ceño fruncido, después intenté un sútil "schhhh, que no estamos solos en casa" y por último le solté, con mi índice amenazante, un agresivo "o paras o no te van a encontrar los dientes ni los de CSI".
Sin embargo todo resultaba inútil, el Jonhy estaba sumido en una virulenta ciclogénesis explosiva.
Afortunadamente, alarmado por tanto barullo, Tury, el pequeño pequinés de mi abuela, entró como una centella en la habitación, ladrando, dando vueltas por todas partes y rezongando por lo bajo cada vez que se acercaba a las canillas del albondiguilla. Fue esta menos velada amenaza de mi paladín perruno la que consiguió sosegar por fin los cacareos de su archienemigo natural, MacGyver, a quien últimamente, he de reconocer, se le veía algo emancipado de mi histórico liderazgo.
-Mira que eres bruta, ya te explicaré yo que es eso... -zanjó al fin mientras que se acercaba extendiéndome una mano- Anda, ¿quieres levantarte?
-Uhmmmm... -vacilé- Es mejor que me suba el pantalón en esta posición.
El Jonhy me observó extrañado estudiando detenidamente mi atuendo de charol.
-No te lo había visto antes. Es nuevo, ¿no? -y una vez hube asentido con la cabeza añadió- Pues, lo compraste algo pequeño.
-¡Bah! -respondí intentado restarle importancia al asunto- Eso te parece ahora, pero el material es súper elástico y si tiramos juntos hacia arriba...
-No se yo si será tan elástico. -dudó más que razonablemente- ¿Por qué no te pones unos vaqueros negros?
-¡Venga, yaaaaa! -le atajé cortante- No pienso ir a una fies-vampiro con mi vulgar ropa de diario, así que ya puedes demostrar que eres mi mejor amigo y ayudarme con esto.
El Jonhy puso un mohín indescifrable y, encaramándose a la cama sin mediar palabra, se arrodilló de forma que yo apoyase mi cabeza sobre su piernas para que ambos hiciésemos fuerza desde la misma dirección.
-Venga. A la de 3. -me explicó- ¡Tira!
Mmmmggg.
-¡Tira!
Mmmmggg
-¡Tiraaaaaaa!...
Mmmmmmmmmmmmmggggggggggg.
-¡Nada! -jadeó el Jonhy cayendo exhausto sobre el colchón.
Aquellas retorcidas perneras no cedían ni un centímetro. ¡Malditos derivados del pétroleo! ¡Gasolina, mareas negras, efecto invernadero y pantalones de vinilo! ¡Argfff! ¡No traían más que disgustos!.
Con la vista fija en el techo me dejé llevar por la frustación y lo más lúgubres pensamientos. De este modo sumida en la desesperación acabé concluyendo que sólo un milagro superior a la multiplicación de los panes y los peces me podría dividir los muslos de tal modo que mi talla se redujese a una 40. Entonces una idea se cruzó por mi mente,... tal vez si... "¡Dios mío!" , comencé a rezar con fervor, "ya se que nuestra relación no es muy fluida, y que hace mucho tiempo que no hablamos tú y yo, pero... "
-¡Lo tengo! -me sobresaltó el pelo-pincho-lamido
"... pero si eso ya dejamos la charla para otra ocasión. Amén".
-¿Decías? -retorné a asuntos más mundanos.
-Dentro del EGG-Tenga, hay un lubricante. Ábrelo y úntalo todo en las piernas.
-¿Lubricante? -le pregunté extrañada- ¿Cómo sabes tú eso?, ¿y para qué es el lubricante?
MacGyver me echó una mirada de autosuficiencia y con su sonrisa especial de resabido, engoló la voz antes de contestarme.
-Pues ya sabes, mamá tiene una macetita, papá una semillita... Y cuando papá está hasta los cojones de mami coge el EGG-Tenga, lo llena de lubricante y se cepilla al huevo.
-¡Uuuupppssss! -se me escapó nada más activar el interruptor de mi bombilla cerebral.
-Sí, ¡ups! -prolongó mi vergüenza- A saber donde has comprado todo.
Pues eso ya no lo tenía yo tan claro... Pero en cualquier caso, no iba a despreciar mi maravilloso conjunto de vinilo sólo porque lo hubiese adquirido, presuntamente, en un lugar de mala reputación. Así que abrí con decisión el sobre donde venía el gel y me lo rocié en sendas cachas.
Grandes y robustas como son ellas, el líquido resultó escaso para embadurnarlas por completo, aún así, empujando y tironeando por la tela, conseguimos, no sin cierto esfuerzo, subir el pantalón hasta la cadera.
El resto ya fue pan comido. Cerrar los botones, ponerme en pie, peinarme, retocarme el maquillaje y estar listos para salir de caza. Todo en menos de 3 horas, de tal forma que cuando el viejo reloj del salón empezaba a dar las 12, nosotros estábamos a punto de franquear la puerta principal preparados para asumir uno de los mayores riesgos de nuestra vida: perderla.
-¿Tury está con vosotros? -me preguntó mi abuela desde el sofá donde estaba viendo la tele.
-No, "abu". Hace ya un par de hora que anda desaparecido.
-¡Demonio de perro! Seguro que ha ido a sentarse frente a la puerta del sótano -nos explicó mi yaya- Últimamente se pasa las noches ahí apostado, aullando y gruñuendo como un loco.
Me hizo gracia que alguien llegase a pensar que todo ese alboroto lo podía formar un pequeño pequinés tarado. Sin embargo yo bien sabía que era mi amante vampiro el que nada más ponerse el Sol se revolvía de sed y dolor en su pequeño ataúd de madera.
Miré hacia las escaleras del sótano deseando poder bajar para confortarlo y despedirme de él en persona, sin embargo, eso hubiese sido forzar una situación peligrosa. Las circunstancias eran así y no había que darle más vueltas.
-¡Nos vamos, abuela!. ¡No nos esperes levantada!.- "Quizás no volvamos jamás", pensé.
Y poniendo una balada de "Sturm und Drang" en el Ipod, salí con lágrimas en los ojos mientras le dedicaba un dulce "adios" mental a los gruñidos que ascendían desde la bodega.
"¡Maldito SPM y su hipersensibilidad femenina!, ¡ojalá me bajase la regla de una puñetera vez!"
0 comentarios