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diariodeunavampiresanovata

Tomando como ejemplo el vestuario de Selene en Underworld, el miércoles por la tarde, me lancé en busca de un pantalón y un corpiño negros, de vinilo. Los dos bien brillantes y ajustados, para que realzasen mis sugerentes formas incluso en la más absoluta oscuridad.

No creáis, desinformados Siervos de la Noche, que ésta fue una tarea mucho más sencilla que el simple reconocimiento diurno llevado a cabo por MacGyver. Al contrario que el Jonhy, yo tuve que visitar cada una de las tiendas de la ciudad, desde la más “in” hasta el último rastro de prendas de segunda mano. Todo para descubrir que el vinilo se trata de un bien más escaso de lo que a priori pueda parecer.

Finalmente y por pura casualidad, di con mis turgentes posaderas en una pequeña tiendecita llamada “Sade”, que significa seda en inglés. Un acogedor establecimiento de ropa, lencería y otras vituallas, con un único escaparate donde solitario lucía el palabra de honor de charol negro, bien lustrado, más precioso que jamás hayáis podido imaginar.

Justamente situada en la callejuela a la que el mercado mayor da sombra, a escasos metros de la parada del bus que debía tomar para regresar al lado de Ervigio antes del anochecer, ya estaba decidida a usar mi pitillos negros cuando sus letras rojas de neón se presentaron ante mi como caídas del cielo.

Eché un vistazo al reloj para calcular cuanto tiempo me restaba antes de que mi murcielaguito comenzase a aullar como un poseso y prometiéndome ser lo más breve posible, franqueé los cristales tintados ante la mirada de censura de una viejecita que pasaba a mi lado... ¡Tanta braga-faja les ha comido el sentido a las abuelas!, ¡hay que usar más picardías señoraaaaaa!

-Buenas tardes –me recibió sonriente una rubia teñida tras el mostrador- ¿Qué desea?.
-Quería comprar ese corpiño tan monísimo que hay expuesto fuera... Y si tenéis un pantalón a juego también me interesaba.

La peli-teñida me miró de hito en hito como si me colgase un moco de la nariz.
-¿Cuántos años tienes? -preguntó finalmente después de achicar los ojos mostrando las patas de gallo que revelaban cierta discordancia entre la edad que tenía y la facha que llevaba.
-Voy para 18 -respondí molesta por la impertinencia- Pero yo pensaba que para estas cosas no importaba la edad -¿desde cuándo había que enseñar el carnet antes de comprar ropita? Además, con sus 40 bien cumplidos, vestida como si tuviese 15... ¡ella sí que tenía delito!.
-Es verdad -cedió la dependienta tras reflexionar brevemente- Fuera mojigatería... ¿Qué talla usas? ¿Cuarenta y cua...?
-Cuarenta -le atajé- Uso la cuarenta, tanto par el pantalón como para el corpiño.

La dependienta se detuvo sorprendida.

-Mira que este tipo de telas no ceden demasiado. Otros tejidos como el algondón y la lycra dan mucho de si, pero en el vinilo, si te quedas corta, no te va a resultar nada fácil meterte dentro. ¿Por qué no te lo pruebas antes?

¡¿Cómo?! Estaba insinuando que yo andaba entrada en kilos, que no cabía en una 40, que tenía que comprarme una túnica como Demis Roussos. ¡¿Por qué no se echaba ella un vistazo y empleaba la túnica para taparse la cara?!, ¡so vieja!.

-Siempre he usado la 40 y ahora tengo un poquito de prisa -lo cual era cierto, porque el sol estaba a punto de ponerse- Así que si lo tenéis en esa talla me lo llevo ahora mismo.
-Pero esta clase de productos no se pueden cambiar. Ya sabes, por higiene... -insistió la muy petarda.
-Sí, sí. Entiendo... -tampoco mucho, porque para qué tanta higiene en un pantalón y un top- Los compro igual.

La rubia-a-mechas encogió los hombros en señal de resignación y desapareció por la trastienda desde la que se escurría una tenue luz roja acompañada de suave música ambiental.

El local era pequeño, sombrío y ofrecía una variedad de productos mayor de la que inicialmente se puediera esperar de una tienda de ropa. El resultado, sin duda, de que la crisis agudizase el ingenio de los comerciantes.

Las paredes, de un tono encarnado oscuro, estaban cubiertas por vitrinas todavía vacías, excepto en un extremo, donde sobre un expositor de vídeo-club se exhibían grandes éxitos del cine mundial (eso dice el Jonhy, porque para mi Crepúsculo es lo más): “La banana mecánica”, “Alguien penetró en el nido de Cuco”, “El silencio de los conejos“ , “Tócamela otra vez, Sam” y otras pelis de ésas de culto.


En el mostrador había un montón de gominolas de colorines ocupando la mitad del espacio disponible mientras que en lo que sobraba del mismo, una fila de huevos en formación llamaron mi atención. “EGG - Tenga” rezaban las distintas etiquetas de colores que llevaban pegadas en su barriguilla. Probablemente una reciente variedad de huevo Kinder, con esa mezcla perfecta de “+ leche – cacao” y ¡una nueva sorpresa! en su interior cada día. Uhmmm...

-¡Aquí tienes! ¡Tu 40! -interrumpió mi dilirió de chocolate la peli-teñida- He tardado en encontrarlo porque acabamos de abrir y todavía no hemos desempaquetado todas las cajas.
-Muchas gracias -le respondí tratando de abreviar- ¿Cuánto es?
-El top, 50€ y el pantalón 100€. -dijo confirmándolo en las etiquetas- En total 150€.
-¡Coño!, ¡sí que es caro! -se me escapó con el susto.
-Es que en este tipo de artículos ya se sabe -me replicó ella visiblemente apenada por el comentario- Pero, mira, te llevas una bolsita de gominolas de regalo por ser nuestra primera clienta.

¡Hombre! Todo un detalle.

-Muchas gracias, aunque... -seamos sinceros, donde esté el chocolate-... yo preferiría uno de estos huevos.

La cuarentona me miró visiblemente asombrada.

-¡Vaya! -articuló al fin con acento aprobatorio- Para tu novio, ¿no?.
-No -respondí secamente evitando comentar que “él sólo sangre, señora”- Para mi.

Sus ojos se abrieron de par en par durante unos interminables segundos en los que se dedicó a recorrerme de arriba a abajo, de abajo a arriba y vuelta a quedarse pasmada mirándome AHÍ ABAJO.

-¡Guau!, ¡quién lo diría! -concluyó después de cobrarme el importe con la tarjeta- ¡Lo llevas realmente bien!, ¡impresionante!.

Bueno sí, la verdad es que yo no tenía ni pajolera idea de lo que estaba hablando, pero si te comentan que estás impresionante no te vas a poner a discutirlo, simplemente sienta genial.

Aún turbada por los piropos, le sonreí agradecida y ligeramente ruborizada. Tomé la bolsa que me ofrecía aquella amable mujer (¿dije mujer?... aquella jovenzuela, chicuela, mozalbeta... ¡niñita dulze, tierna e infantil!) y abandoné el establecimiento como si me hubiesen crecido alitas en los pies.

Mañana iba a ser el gran día y, aunque yo fuese impresionante, debía prepararme para ello: dormir 10 horas, maquillarme bien, enfundarme en charol y zamparme un delicioso EGG-Tenga.

 

 

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