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diariodeunavampiresanovata

Entonces comenzó a explicar, mientras yo degustaba unas exquisitas galletas danesas, cómo íbamos a hacer un reconocimiento diurno al local (cuyo nombre ignorábamos, pero de ubicación, decía Jonhy, sin pérdida), qué roles ibamos a interpretar (yo me pedí vampiresa y a él le toco esclavo humano), cómo conseguiríamos colarnos en el garito (un rollo al que no presté mucha atención) y cómo íbamos a capturar un chupasangres añejo y salir con él tan panchos por la puerta (más blablablá).

Vamos, un tostón interminable del que me quedé con unas pinceladas sueltas por aquí y por allí, a pesar de que mi albondiguilla insistía pacientemente en que memorizase paso a paso el plan que había trazado con su caligrafía impoluta sobre un folio.

Pero es que tanto preparativo era súper-aburrido y si hubiese querido pasar mis vacaciones chapando ya tenía en mi casa toneladas de apuntes a los que no le había echado un ojo en todo el curso. Así que era mejor fingir y acabar con aquella tortura cuanto antes.

Lo observé con cara de interés mientras me hablaba y dediqué mi tiempo de evasión a meditar en lo mucho que le cambiaba la expresión facial el tener los pelos alicaídos sobre la frente.

-bla, bla, bla... Y para terminar -esto capturó mi interés- esta vez llevaremos nuestro propio vehículo motor para transportar al Añejo. Nada de depender de las Ratas de Medianoche, ni de... -se detuvo para buscar la palabra adecuada- ni del simio que conduce las cuatro latas que llamáis furgoneta.
-¡Ajá! -asentí, consciente de que los moratones todavía no estaban curados, y la brecha aún seguía sangrando sobre la ceja (de forma figurada, claro)- Entonces, ¿quién va a conducir? -sondeé con tacto.
-Yo mismo -respondió tajante.
-¡¿Sin carnet?! -respondí sorprendida al descubrir un Jonathan, fuera de la ley- ¿Y la poli?
-El día antes de Fin de Año no creo que hagan demasiados controles. Aún así, correré el riesgo, eso es asunto mío -qué curro se pone cuando entra en modo malote- Además, ya sabes que el coche de mi madre es uno de esos kakacar eléctricos para el que sólo necesito mi licencia de ciclomotor. Con lo que no hay problema -¡mierda! OFF modo malote, ON modo pelo-monaguillo- Otra cosa que debes hacer es quedarte con tu abuela hasta que saquemos a Ervigio de allí. Pero no lo destapes, sólo vigílalo. Ahora estará muerto de hambre, lo de muerto es un decir, claro – apostilló- y como tú has dicho, eso lo vuelve tremendamente peligroso porque aunque no tenga colmillos para hincarte el diente puede intentar cualquier otra barbaridad.

Fruncí los morros demostrándole mi desacuerdo.

-No, no. No te pongas así -contestó a mi gesto- Esta vez quiero que me hagas caso porque si no las cosas pueden salir TERRIBLEMENTE mal.

Y poniendo un extraño acento en lo de “terriblemente” sujetó mis hombros mirándome fijamente con los ojos abiertos como platos.

-Vale, vale -le dije para tranquilizarle- Lo que tú digas.

Sin embargo me disgustaba sobremanera la idea de no poder visitar a mi gran amor hasta después de la fies-vampiro. Yo temía únicamente que la distancia hiciese mella en nuestra relación y el olvido nos alejase de forma irreparable. Además, después de todo lo que habíamos pasado juntos estaba segura de que por muy fuerte que fuese el hambre, mi chupasangres era completamente inofensivo.

Haciéndole justicia, Ervigio sólo había intentado atacarme en una ocasión y aquello había ocurrido en el cementerio, debido probablemente al susto inicial. Para mi estaba claro que mi dulce ratilla-voladora era un chupasangres “vegetariano” como Edward (vamos, de esos que no se zampan personas), más tierno e inocente que el propio Drácula ye-yé.

 



A pesar de todo, como soy una chica obediente, no osé desafiar la planificación del jefe de la manada, puesto que a todas luces me había usurpado el pelo-monaguillo. Así, los días previos a la fies-vampiro los invertí en hacerle compañía a mi yaya, ver la telenovela de la tarde y dormir con la oreja pegada a la puerta por si Ervigio trataba de huir con nocturnidad y alevosía.

De la inspección al pub de los chupasangres, se encargó el Jonhy. Al parecer, el albondiguilla, en los pocos minutos de intimidad que había tenido con mi novio, le había sonsacado cómo llegar hasta allí. Tristemente el murcielaguito no pudo concluir la explicación porque en el preciso instante en que estaba a punto de confesar el nombre del local, había sido interrumpido por mi enérgico rescate.

Con todo y con eso, MacGyver me telefoneó exultante el miércoles por la tarde para anunciar que había dado con la ubicación del antro. ¡Un absoluto prodigio si eres un tío capaz de perderse en el súper del barrio! Al parecer, aunque el sitio está más bien escondido en las callejuelas que circundan la catedral, es fácil de encontrar si se sabe que debe ostentar una seña vampírica. Es decir, un símbolo fácilmente asimilable con esta especie para que sus miembros pueda reconocerlo sin lugar a dudas. P.ej. El "Route 77" recuerda un par de colmillos.

Yo por mi parte tampoco quise quedarme 3 días encerrada mano sobre mano, así que me asigné la tarea lógica para una chica. Algo en lo que un pavo que se enfundaba en la intimidad un chándal roído no podía, mejor dicho, ¡NO DEBÍA! intervenir: EL VESTUARIO.

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