Ayer: 27 de Diciembre. El día después.
Y no consideréis, Siniestros Vasallos de la Tenebrosa Oscuridad, que éstas últimas líneas son producto de la desesperación... Nada más lejos de la realidad, son una auténtica y genuina muestra de determinación.
Debo admitir que a día de hoy (comúnmente denominado “hoy”, 28 de Diciembre) la dentadura de mi amado no ha sufrido grandes cambios y permanece inmutable luciendo esas dos raquíticas protuberancias como colmillos. A priori, es cierto que el asunto no pinta precisamente bien y que teniendo en cuenta que faltan 3 días para Fin de Año lo más cómodo sería sacrificar a Ervigio y buscar otro vampiro de reemplazo (mi maestro oscuro dice que es más fácil encontrar un no-muerto que un piso barato).
Sin embargo me resisto a la idea.
Ayer domingo, por la tarde, después de que yo descansase a pierna suelta mis 10 horas de rigor, le mandé un mensaje al Jonhy para que se dejase caer de nuevo por la casa de mi abuela. Teníamos que trazar el plan de acción urgentemente porque el atardecer estaba cada vez más cerca y, en un par de horas, los rugidos de un chupasangres, sediento y malhumorado se oirían por todo el vecindario.
El albondiguilla se hizo de rogar y cómo todo lo ocurrido el día anterior estaba clavado profundamente en mi impresionable alma decidí ponerle palabras a los sentimientos que me invadían. Sentada en el escritorio de mi padre, con una hoja en blanco sobre la mesa y mi bic rosa en la mano esperé a que me visitasen las musas.
Sin embargo éstas son unas tías muy escurridizas. No las encontré ni en los cuadros de caza colgados por las paredes, ni en el cristal donde volvía a aporrear la lluvia, ni en las canciones de "My Chemical Romance" que sonaban en mi mp3. Y eso que no existe un grupo emo mejor.
Llegados a este punto, debo aclarar que la poesía no es mi fuerte, mi profe de lengua lo confirma cada trimestre. Sin embargo esa tarde,me rescatase la inspiración o no, estaba decidida a componer una oda de amor-vampírico para recitárselo a Ervigio nada más abrir el ataúd. Al fin y al cabo éstas son las típicas pequeñeces románticas que se hacen cuando estás enamorado.
Después de 20 o 25 bolas de papel apiladas en el cesto de la basura escupí los restos de la tapa del boli sobre la mesa y di por finiquitada con orgullo mi obra maestra, justo a tiempo para recibir al pelo-pincho-lamido que timbraba en la puerta principal.
Nada más abrirle se me cayó el alma a los pies. ¡Pobrecito Jonhy! ¡Qué aspecto más desolador! ¡Partía el corazón sólo verlo! De un vistazo cubrí el parte de guerra:
- vaquero roto
- camiseta embarrada
- sudadera rajada
- tufillo a sudor + loción post-afeitado (pa’ los cuatro pelos que tiene)
- ojo derecho con halo rojizo
- ceja derecha con brecha
-¿Qué te ha pasado? - le pregunté temiéndome la respuesta.
-Tu ex – respondió con cansancio – Me pilló por banda al venir para acá y tuvo conmigo la pequeña conversación puño a cara que nos había prometido.
Bueno, al menos su cuerpo aún contenía ironía. Las cosas no estaban tan mal.
Me eché a un lado para dejarle pasar mientras sonreía maternalmente demostrándole que le acompañaba en el sufrimiento. Sobra decir, que siendo egocéntrico, narcisista y ególatra como es él, yo ya intuía que debía dedicar un par de minutos a escuchar su historia y ensalzar (sin importar cuan patética hubiese sido la pelea) sus habilidades bélicas.
Veamos un ejemplo. Clasificando las alabanzas según su desviación de la realidad, tuvimos:
-¡No se te ve tan mal! - mentira nivel 1
-¡Oh, qué fuerte eres! - mentira nivel 2.
-¡Seguro que el Charly está peor! - la madre de todas las mentiras.
Este proceso de palmadita en la espalda no duró mucho. El Sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y yo me mordía las uñas por ver la cara que se le quedaba a mi no-muerto después de recitarle la composición que tan cariñosamente había creado para él.
-Bueno, dejémonos de lamentos – zanjé la ronda de parabienes por el espectacular combate – Vamos a ver a mi vampirito.
Sin oponer resistencia, el Jonhy me siguió escaleras abajo, regresando por segunda vez aquel día a la bodega de mi abuela.
-He estado investigando en Internet – comentó mientras descendía por los peldaños – y yo creo que tu no-muerto tarda en regenerarse porque su cuerpo ha sufrido demasiadas catastróficas desdichas y está muy débil.
-Tal vez – respondí apartando a Arturo que una vez libre había retomado su puesto frente a la puerta del sótano- No, Tury, tú no puedes pasar porque has sido malo con el chupasangres.
El pequinés giró la cabeza y me miró con ojillos suplicantes mientras lo dejaba en el exterior. Se ve que le había cogido afecto a Ervigio... O Emilio, que era el nombre que yo había entendido.
-¡Destapa el atúd! - ordené al albondiguilla.
Mi MacGyver me lanzó una mirada de resignación y tras inspirar profundamente, se acercó al féretro con lentitud y desánimo, gimiendo con cada diminuto movimiento que realizaba.
- ¡No!, ¡Espera! – lo detuve al tiempo que mi mano temblorosa desplegaba el folio arrugado que contenía el poema – Ejem, ejem – aclaré mi voz - ¡Adelante!
El Jonhy se detuvo sorprendido, pero aún así, obedeció sin rechistar deslizando tan rápidamente como le permitían sus doloridos músculos el madero que cubría la caja.
Así como sentí que unos conocidos ojillos asustados se clavaban en mi, di por buena la señal de salida e inicié el recital con grandes aspavientos:
Emilio que eres blanco como la leche (brazo estirado)
me molas también torrado (mano al pecho)
incluso ahora desdentado (dedo en los labios)
los piños no son un problema (mostrar colmillos)
intentaré pasar del tema (aleteo de mano)
¡Oh, vampiro amado! (hincar rodilla)
Elegante, sencillo y refinado. Una poesía sólo apta para paladares exquisitos, rima consonante con la dificultad añadida de que las iniciales formen el nombre de E-M-I-L-I-O, y la más solemne de las puestas en escena.
Ante tanta maravilla no pude evitar hacer una reverencia esperando recibir los pertinentes aplausos, sin embargo el albondiguilla me miraba de hito en hito, boquiabierto y el no-muerto sólo podía pestañear, maniatado y amordazado como lo teníamos.
Un incómodo silencio se apoderó del sótano.
-¡Déjalo que hable! - indiqué al pelo-pincho, ansiando una felicitación de mi ratilla voladora.
La bolita magullada se inclinó sobre el vampiro y liberó su boca, no muy convencido de lo que le acaba de pedir.
Entonces ambos nos quedamos mirando al chupasangres con preocupación. Yo por miedo a que no le gustase mi oda y MacGyver por temor a que aquél fuese el inicio de una serie de aullidos y berridos que alertarían a medio vecindario. Contuvimos el aliento.
Mandíbula hacia la derecha, mandíbula hacia la izquierda, mandíbula a la derecha, mandíbula a la izquierda. Lentamente el foco de toda nuestra atención comenzó desperezarse y cuando por fin pareció que había recolocado correctamente la osamenta facial separó sus labios para musitar:
-Ervigio. Me llamo Ervigio.
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