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diariodeunavampiresanovata

Así era, en efecto. Después de pegar nuestros tres hocicos a su pestilente boca y realizar un exhaustivo examen de la misma comprobamos que, no era que se encontrasen retraídos, sino que, realmente sus caninos superiores se habían roto.

-Sorprendente, sin duda – rompió el silencio el albondiguilla – Los vampiros también se parten los piños.
-Sí – asentí yo tomando prestado el mismo tono interesante de MacGyver - ¿crees que también le saldrán caries?.
-¡No!, no deberían – me explicó manteniendo la vista en un punto perdido de la habitación - Su cuerpo se regenera hasta tomar el mismo aspecto que tenía en el momento de la no-muerte.

Algo detuvo entonces al pelo-pincho, que quedó en silencio para iniciar un paseo por el sótano frunciendo y desfrunciendo el ceño.

-Lo curioso es que... entonces ya habrían... - y sin acabar ninguna frase se acariciaba el mentón con la mano– no tiene sentido... sin embargo...

Lo seguí con la mirada mientras esperaba pacientemente a que Sherlock abandonase el estúpido monólogo con el que, a todas luces, pretendía acaparar la conversación.

-Y bien... - dije cuando mi orgullo cedió a la curiosidad.
-Bien, ¿qué? - me preguntó fingiendo con poco acierto que se había olvidado de mi presencia.
-Bien, ¿qué es lo que estás pensando? - repetí un poco cansada de tanto misterio.
-Pues... Bueno, es sólo una hipótesis – argggg, el Jonhy en modo maduro y enigmático era un auténtico plasta, pero había que aguantarlo – Partiendo del supuesto de que la pérdida de los dientes se hubiese producido tras el castañazo en la cripta y, desde eso han pasado 2 horas, los caninos deberían de haberle crecido hace ya un buen rato. Entonces, ¿por qué no se ha producido la recuperación de los mismos? - pausa coñazo-efectista - Tenemos dos posibles respuestas. a):  quizás no sea cierta la teoría regenerativa. Y b): su cuerpo no se encuentra en el mejor momento para recuperarse.

Los dos nos giramos simultáneamente  para echarle un vistazo a las cuatro tirillas de carne que componían el vampiro maniatado, golpeado, mordisqueado, pasado por agua primero, chamuscado después y ahora desdentado. Ciertamente no parecía estar en la cumbre de su existencia.

-Uhmmm... - musité algo desencantada por el aspecto de mi ratilla voladora – Yo lo querré aunque no le vuelvan a crecer los dientes.
-Quizás... Pero, y corrígeme si me equivoco, la falta de colmillos complica tu conversión un poco...

¡Repelente niño Vicente! ¡Lo odio! Odio cuando se las da de listillo, además tiene razón y aún encima se regodea de ello sin importarle la desgracia ajena. ¡Desaprensivo, insolidario y mal amigo!.
Descolgué mis morros hasta que me rozaron la barbilla y arrugué el entrecejo para demostrarle que me había ofendido. Afortunadamente para el albondiguilla, todo lo vivido aquella noche había dejado mi batería bajo mínimos y, a pesar de la mala baba, el cansancio no me permitía más dispendios de energía.

-De eso ya hablaremos mañana – repliqué secamente tratando aguarle el pitorreo – Ahora hay que esconderlo.

Tras una rápida inspección del habitáculo decidimos ponerlo bajo la mesa de herramientas que antiguamente usaba mi abuelo para realizar sus chapucillas y que, hoy en día, a mi yaya le producía una gran tristeza ver. Por esta razón la mesa había sido cubierta hasta los pies con un hule beige descolorido, ocultando de ese modo los mil y un cachivaches que habían sido utilizados en otro tiempo.

Allí quedó Ervigio "amord-AJAdo"(1) de nuevo.

Como cualquier viuda en un entierro, lo despedí al pie del ataúd, viendo desaparecer su desgarbada figura humeante al tiempo que el Jonhy, lentamente, lo ocultaba a mi vista con la tapa del féretro. Sobre ésta, decidimos apoyar la escalera de mano, la sierra mecánica, el taladro y dos cajas de herramientas con la esperanza de que si mi murciélaguito resultaba "madrugador" y follonero no alertase a todo el vecindario antes de que llegásemos nosotros.

Después de eso, no me costó mucho acelerar al Jonhy para que tomase las de Villadiego y se pirase a planchar la oreja. Parecía extenuado y sus intensos ojos azules habían perdido el brillo sarcástico de unos momentos atrás. ¡Hasta el pelo-pincho estaba decaído!

Cogí a Tury en brazos (porque él sí se veía con fuerzas para montar guardia todo el día gruñéndole a la puerta del sótano) y observé desde el porche de la casa como la rechoncha figura del albondiguilla se alejaba cansinamente mientras la alegre luz de la mañana luchaba por hacerse paso entre los nubarrones que había abandonado la noche.

En el portón principal ya no quedaba rastro del gorila furioso ni de las cuatro latas en las que nos había traído. Me pregunté si finalmente habría dado con la pobre y desamparada bruja pechugona o si ella habría conseguido bajar a la ciudad por sus propios medios.

Al fin, subí a la habitación de soltero de mi padre y allí me dejé caer sobre el mullido colchón sin desmaquillarme o descalzarme siquiera. Estaba reventada y necesitaba descansar, pero mi cerebro se resistía levemente a quedarse dormido con lo que yo me mantenía en un estado de entresueño recordando todo lo ocurrido aquella noche.


La peor parte: Charly. ¡Me había insultado, amenazado y tratado de golpear!. Cree que tengo blandiblú malvado en el cerebro y probablemente dedicará sus ratos libres a planear cómo extirpármelo de la forma más dolorosa posible... Un problema, sin duda.

 



Por otro lado el cementerio me había regalado el amor de mi vida. Finalmente había encontrado a mi alma gemela, al Edward con el que compartir la eternidad, ¡mi propia, particular e intransferible ratilla-voladora!... Desdentada, eso sí, pero totalmente mía.

Le dediqué brevemente un tierno pensamiento al nuevo huésped de mi abuela. Suspiré feliz y por fin concilié el sueño al ritmo de los monótonos ronquidos de Arturo, que descansaba plácidamente sobre la alfombra del dormitorio.

Todo iba a salir bien... ¡Los dientes iban a salir bien!... ¡Los dientes tenían que salir bien!...

¡Joder! ¡Esos malditos colmillos TIENEN que salir de una puñetera vez!

 

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(1) AMORDAJAR .- Poner mordaza después de rellenar la boca con dientes de ajo.

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