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diariodeunavampiresanovata

Me quedé mirando hacia el final de la calle hasta que por fin unos faros surgieron a través de la intensa cortina de lluvia. Sólo el izquierdo iluminaba correctamente, así que ésa tenía que ser la Nissan Trade de nuestro grupo. La bombilla del foco derecho se había fundido hacía ya un año, y como nuestra banda está formada por vagos y maleantes, nadie había tenido ni el ánimo ni las ganas de cambiarla, así que ahora simplemente funcionaba con la luz de posición.

El corazón me comenzó a latir con fuerza, pero no creáis que era por la emoción de ver al Charly. ¡A ése lo tengo bien superado!. Todo este revuelo interior se debía a que por el rabillo del ojo acababa de ver mi silueta en la pared de la marquesina. ¡Y aquello no era muy alentador! Más prominente que barriga y culo juntos, el reflejo de mi melena afro se había expandido como un nido de cigüeña. Le eché una mirada asesina al MacGyver horquillero tratando de que mentalmente toda mi furia se concentrase en su dolorido cuerpo, pero él ni se inmutó. Recostando su hombro sano contra el lateral de la parada seguía los curiosos zigzags que la Trade iba describiendo.

-Alguien ha bebido demasiado – le escuché decir antes de que soltase una siniestra risilla – esperemos que la furgonalla sólo transporte un muerto esta noche.

Estaba claro que el humor negro del albondiguilla todavía destilaba resentimiento, pero yo no pude prestarle mi preciada atención ni a él ni a su dolorida articulación. Rodeada de rayos y truenos cual  vehículo infernal, la furgonalla acaba de pasar de largo bamboleándose y cloqueando como una loca para detenerse a escasos 10 metros de nosotros.

-Creo que no nos han visto – le berreé a Jonhy a través del viento huracanado – Voy a ir a buscarlos para que bajen la Trade y podamos cargar con el vampiro.

Lancé mi cazadora en dirección del pelo-pincho-lamido y eché a correr como una flecha hacia la puerta del conductor mientras trataba de recordar si hoy me había puesto el sujetador de relleno negro. Una es una mujer de recursos y ya que mi pelo no podía estar perfecto al menos le daría a Charly un buen espectáculo de camiseta mojada.

Sin embargo el gran espectáculo lo tuve que presenciar yo.

Como futura habitante de las lúgubres sombras nocturnas no pude evitar acercarme a la camioneta más sigilosamente que cualquier otro mortal. Por desgracia, así como asomé mi respingona naricilla por la ventana ésta se me quedó pegada al cristal por la estupefacción. Allí mismo, a un metro escaso, mis asombrados ojos seguían atónitos como las manos del Charly tanteaban los 2 mísiles balísticos alojados en el escote de Vane mientras, sin duda, su lengua le realizaba un reconocimiento médico exhaustivo al esófago de la muy perra facilona.

Entonces la irá me atenazó los músculos y mi temperatura corporal superó los 100ºC. Tal vez, excépticos hermanos emos, dudéis de lo que os digo, pero os doy mi palabra que la sangre hirvió por cada una de mis efímeras venas y arterias, los ojos se me tiñeron de rojo y el vapor de la hemoglobina me nubló la vista y el entendimiento.

Aún así quiero hacer aquí un inciso para aclarar que nada de lo que ocurrió después fue intencionado y si de ello se me acusase lo negaré una y mil veces. Como cualquier catástrofe arbitraria aquello se trató de un desafortunado cúmulo de desdichadas coincidencias.

En fin, que el caso fue que viendo yo que ambos estaban muy ocupados toqueteando por aquí y por allí, no quise parecer ni metiche ni entrometida (calificativos que alguna vez  se han vertido de forma injuriosa sobre mi persona) y me retire con disimulo a la parte posterior de la Trade para volver a acercarme a la cabina por el lado del copiloto.
En un principio pensaba esperar un tiempo prudencial a que los ánimos se calmasen, pero, francamente, caían chuzos de punta, no sólo mi camiseta estaba mojada, sino que el agua me había calado hasta las bragas y para más inri, el pequeño albondiguilla macgyveriano daba vueltas como un león enjaulado en torno al ataúd. Y eso no me daba buena espina.

Arrastrando mi espalda contra el lateral sucio y oxidado de la furgoneta me planté cual ninja en la ventanilla empañada de Vane. Obtuve en esta ocasión una nueva perspectiva de la misma escena que pocos segundos antes había aguijoneado mi cándido y dulce corazón: Jonhy le mordisqueaba pasionalmente el cuello a la bruja tetona al tiempo que trataba de desabrocharle el sujetador sin mucho acierto.
Ésta vez, sin embargo, no hubo atisbo de ira en mi joven e impresionable cuerpecillo. La paz me invadió y con un sólo pensamiento en mi mente, pues yo tenía una misión, aporreé el cristal con los nudillos...

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