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diariodeunavampiresanovata

De esta manera tan sensata, silenciosa y, admitámoslo, sumisa, llegamos, la Alcaldesa y Mariposita, y “Sir Thomas” y yo, a lo alto de la escalera que descendía hasta la pista del WoW, donde el espectáculo no era nada halagüeño.

 

Bajo nuestros pies, veinte o treinta pares de colmillos del tipo “vulgaris” se apostaban tras 5 individuos que sentados en sus respectivos 5 butacones de terciopelo granate (¡hay que ver que horteras son estos murciélagos de la clase alta!), miraban sin pestañear hacia un pequeño escenario.

 

Por su indiferencia hacia nosotras (el populacho nos había clavado la vista en cuanto aparecimos) y por la ausencia de expresión en sus rostros, deduje que aquellas momias eran los miembros del tribunal que iba a decidir mi suerte. El grupo estaba formado por 4 hombres y 1 mujer, lo que me confería cierta ventaja dado mi innegable atractivo sexual, sin embargo el resto de la situación no era para echar cohetes. Frente ellos, la tarima a la que no quitaban ojo recordaba, aun estando cubierta por una enorme alfombra persa, a un patíbulo común. Apostados ante la puerta de salida, dos vampiros ratio tamaño-gorila/cerebro-mosquito me vigilaban en la distancia dispuestos a, si fuese necesario, sacrificar sus no-vidas durante mi hipotética detección. Y, para rematar con las posibilidades de salir de allí de una sola pieza, en un extremo de la sala, dentro de una vitrina, había sido depositado un palitroque de madera, que a pesar de lo puntiagudo, no era un mondadientes ni mucho menos.

 

Con todo esto presente, Siervos de la Noche, entenderéis que al notar en mi mano el suave tirón con el que la rubiteñida me indicaba que comenzase a bajar por la escalera, mi primera reacción fuese, a pesar de todas las amenazas recibidas, echar a correr en dirección contraria. Por desgracia, todas esas pamplinas de la súper-bruja-vampiresa venían a ser una patraña y mi coco lo sabía de primera mano. Así que consciente de que la probabilidad de ganarme al Consejo con mi arrolladora personalidad era infinitamente mayor que la de ganar una carrera de 10m contra la Alcaldesa, comencé, resignada, mi descenso al matadero.

 

-Se abre el juicio por el asesinato de Sir Thomas Thornton, Alcalde de esta Excelentísima Ciudad.

 

El enano que controlaba la entrada la última vez que había visitado la discoteca, inauguró la vista, ejerciendo de alguacil en esta ocasión.

 

-Por favor, que la acusada suba al estrado.

 

Yo, a esas alturas, no sabía lo que era un “estrado”, si se diferenciaba de un “establo”, o si me había quedado en “estado”. Tener a aquellos 5 mamotretos inexpresivos mirando para mi como si hubiese matado a alguien, me había dejado la mente en blanco, igualito que en mi último examen de geografía, con la diferencia de que ahora sí conocía la capital de Costa de Marfil... Bueno, en realidad, no. No la conocía, pero eso tampoco era lo que interesaba por allí.

 

El caso es que no me encontraba en plenas posesiones de mis facultades y la desagradable transfusión de hacía un rato tampoco ayudaba a ello. En mi interior, notaba que la sangre hiperoxigenada comenzaba a hacer mella como si a un niño hiperactivo le inyectas gominolas en vena. La sesera me bullía a punto de explotar y mis pensamientos saltaban de uno a otro, inconexos, antes de regresar invariablemente a la idea del interrogatorio. Porque ya casi ni contaba con convencer a aquellos cara-palo de que me concediesen la libertad, pero por lo menos, ¡no cagarla como una Miss en la ronda de preguntas!

 

 

 

Ligeramente insegura, subí con lentitud al tablado que habían montado en mi honor. Un vez en el centro, el primer jurado se inclinó de manera imperceptible hacia adelante y me preguntó:

 

-¿Podría decirnos cuál es su nombre?

-Eeeeeeeeeerrrrggg...

 

Sí, sí, sí. Lo sé, lo sé. No era, que digamos, una cuestión difícil. Se veía a la legua que se trataba de una pregunta para entrar en calor e iniciar el interrogatorio, sin embargo a mi me pillaba desprevenida. Y es que ¿cómo iba a responder un simple “Jessica, para servirle a usted”, cuando mi albondiguilla se había presentado como “Johndalf. Hechicero Blanco de nivel 7 ”?.

 

-Eeeeeeeeeeerrrrrrrggg...

 

Tenía que contestar algo sumamente rimbombante, algo que condensase en unas breves palabras lo mega-poderosa que era ¡Y! sin copiar al MacGyver, porque una es bastante más original que eso.

 

-Su nombre, por favor -el jurado1 empezaba a impacientarse- ¡Su nombre!.

-Jessica... laaa... bruja... -ahora tocaba aderezar aquello- Jessica, la bruja... ehhh...

 

Blanca, no, porque eso ya es Jonhdalf. Negra, podría ofender a la comunidad afroamericana. Amarilla, a los chinos y asiáticos en general...”.

 

-Jessica, la brujaaa...

 

Roja demasiado revolucionaria entre tanto aristócrata y burgués acomodado. Azul y rosa son colores para un hada, no para una conocedora de las artes oscuras...”.

 

-Jessica, la bruja...

-La bruja, ¿qué? -me interrumpió el cabreo del jurado1- ¿tartamuda?.

-Jessica, la Bruja, ¡naranja! -respondí estresada con la presión- Aunque mi poder es de 10 -añadí al ver que Titina se llevaba la mano a la frente con desesperación- ¡Tres niveles por encima que el de mi amigo, Jonhdalf!

 

Un profundo silencio se apoderó de la sala y, tras un breve repaso visual a la audiencia, pude comprobar que todos se habían quedado ojipláticos pérdidos. Por lo visto, descartar el resto de los colores que se ofrecían amablemente en mi cabeza había resultado un completo acierto. Jessica, la Bruja Naranja de nivel 10, los había dejado patidifusos de terror.

 

-Muy bien. Jessica, Bruja Naranja de nivel 10 -prosiguió el jurado2, que era un vejete tan ruinoso que de no saber con certeza que era un no-muerto, lo hubiese dado por muerto y con varios días de descomposición- Ya has oído que se te acusa del asesinato del Alcalde de la ciudad. ¿Cómo te declaras?

 

Pues a priori pensaba declararme culpable y utilizar mi sex-appeal para tratar de rebajar la condena. Sin embargo viendo que ni siquiera ese carcamal (que debía de llevar sin catar hembra desde mucho antes de haberse convertido) me miraba con la misma frialdad con la que miraría a una vaca, empezaba a dudar de que mi cautivador físico fuese de alguna utilidad en esta situación. En cuyo caso, ¿asumir la autoría de la muerte de Sir Thomas era la mejor opción?.

 

-Eeeeeeeehhhhhh...

 

Una mirada inyectada en furia de Titina me dio la respuesta.

 

-Culpable. Soy culpable.

 

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